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El inspector Castilla y el robo en la Biblioteca (II)

Lectores sin remedio

El inspector Castilla y el robo en la Biblioteca (II)

08 de marzo 2024 - 05:00

El inspector Castilla no tardó mucho en llegar a la sede de la Biblioteca Municipal, pese a que la distancia entre la plaza de Peones y la de Revueltas y Montel, donde se ubicaba la institución, era respetable. Estaba ansioso por iniciar las pesquisas de aquel caso que le devolvía de alguna manera a la única actividad que le motivaba, que le mantenía vivo: resolver asuntos criminales, como se deducía del pomposo nombre de su Brigada, la de Investigación Criminal (BIC), y que el abrupto traslado que había sufrido desde Tetuán a la Península puso en peligro de no volver a ejercer. Castilla tras saludar al uniformado de la policía local que se mantenía vigilante en la entrada del histórico edificio, una de las joyas del Renacimiento jerezano, y tras pasar entre numerosas piezas arqueológicas que estaban depositadas en la zona previa a la puerta de entrada, fue saludado allí mismo por Carmen, una funcionaria de la Biblioteca que disculpó la ausencia del Director, don Manuel Esteve Guerrero. “Bien empezamos”, se dijo para sí el inspector, ante la ausencia del máximo responsable de la institución. Y siguió escuchando impasible las explicaciones de aquella funcionaria que seguía justificando a su jefe: “…Casualmente hoy, señor inspector, don Manuel con otras autoridades inauguran la primera campaña de excavaciones en Mesas de Asta, y a estas horas ya estará allí, por lo que es imposible contactar con él hasta que regrese ya de tarde…” Resignado ante los acontecimientos tan poco favorables, y mientras animaba a la señora a que lo guiara por las dependencias y le mostrara los lugares en los que, a simple vista, sospechara que faltaba algo o simplemente diera la impresión de que el lugar mostraba un aspecto que no era el no habitual, Castilla ya había registrado en su memoria esa “casualidad” de la que le acababan de dar cuenta: no todos los días coinciden dos acontecimientos, que si no extraordinarios sin duda no suelen ser habituales, en este caso el aparente robo en una biblioteca y que este coincida temporalmente con una ceremonia de inauguración de unas excavaciones en un poblado a unos kilómetros de la ciudad, en las que además –¿otra casualidad?, se decía para sí con ironía el inspector- el Director de la Biblioteca iba a ser el encargado de dirigir las mismas. “Debo cerciorarme de la posible relación de estos dos hechos”.

Mientras meditaba sobre estos asuntos, Carmen guio al policía al despacho del Director y luego a las distintas salas de la biblioteca pero, según la funcionaria, todo parecía aparentemente tan normal como un día cualquiera, y si no fuera por haberse encontrado ella misma la puerta de entrada al establecimiento abierta con signos de haberse forzado la cerradura, nada hubiera hecho sospechar que allí podían haber entrado uno o varios extraños la última noche. Tras haberse cerciorado que no se dejaba ningún detalle por comprobar y una vez indicó a la diligente funcionaria que comunicara al Director que debía pasarse por comisaría cuanto antes, Castilla se dispuso a despedirse cuando reparó en aquel pasillo que conducía a una puerta que se dibujaba al fondo del mismo. “¿Adónde conduce esa puerta, señora?”, preguntó intrigado.

Dos días después de que Castilla se hiciera cargo de aquel extraño intento de robo en la Biblioteca Municipal, todos los datos que había reunido hasta el momento parecían condenar el caso a la irrelevancia, ante la frustración del inspector. Su reunión con el Director de la Biblioteca, Manuel Esteve, no había aportado nada, salvo convencerse de que aquel hombre estaba obsesionado con esa nueva responsabilidad que se había echado sobre los hombros: la recién iniciada campaña de excavaciones en las Mesas de Asta. Por lo que una vez este se cercioró de que tras los primeros cotejos en la sede de la Biblioteca no parecía faltar nada, y dada la orden de cambiar la cerradura del acceso al edificio, se desentendió del asunto.

Sólo una cosa no terminaba de encajarle a Castilla, que se resistía a creer que todo aquello hubiera sido consecuencia de un despiste del ordenanza encargado de cerrar las dependencias bibliotecarias, en sus declaraciones este juraba y perjuraba que como todas las noches había revisado las instalaciones antes del cierre y que había comprobado que no quedaba nadie en el edificio. Castilla no dudaba de la versión del funcionario que además se reforzaba con la evidencia de que la cerradura de la puerta de entrada había sido claramente manipulada. Todo parecía indicar que aquella habitación en la que reparó al final de su visita a la Biblioteca cuarenta y ocho horas antes, también había sido visitada la noche del incidente, puesto que la puerta de acceso, aunque cerrada, no tenía como era costumbre echado el cierre. Sin embargo, cuando accedió a aquella estancia, una especie de depósito donde se almacenaban en estanterías metálicas libros pero también revistas y folletos de muy distinta índole, todo parecía a primera vista en orden y sin ningún signo de que se hubiera estado revolviendo o buscando algo en aquel lugar. ¿Otro despiste? se preguntó el inspector. Según le había informado Manuel Esteve días antes, aquel depósito aunque estaba dentro del recinto bibliotecario lo gestionaba un negociado del Ayuntamiento que desde el inicio de la Guerra Civil estaba encargado de incautar todas aquellas publicaciones por su temática o por la ideología de sus autores, contrarias al Régimen. “Entonces, don Manuel, y corríjame si me equivoco -rememoraba el inspector su conversación con el Director de la Biblioteca días atrás- son los responsables de ese negociado los que deciden cuándo y qué depositar en ese lugar, para lo cual tendrán llave del mismo ¿no?” “Pues sí, inspector, y aunque le resulte extraño, ese lugar me es ajeno en cuanto a su funcionamiento. Por supuesto tienen llave para acceder a él, aunque no de acceso a la Biblioteca”.

Castilla volvió a insistir. “Le rogaría que me informase sobre el procedimiento que sigue dicho negociado, cuando se produce una incautación de material y deben depositar el material en la biblioteca”. Castilla recordó entonces la impaciencia de Esteve por terminar aquella conversación, que era evidente le incomodaba, quizás porque su cabeza estaba en las excavaciones de las Mesas de Asta y aquello le distraía, o quizás porque aquella estancia que no dependía de él en la Biblioteca cuya razón de ser eran las incautaciones a instituciones y particulares, y Castilla bien sabia cuán arbitrarias podían ser estas, era un asunto demasiado feo para un profesional como Esteve. (Continuará). Ramón Clavijo/José López.

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