"Al jerez nunca le vino bien la informática"

Manuel Fernández García-Figueras. Empresario

Hombre del vino, vuelve a Jerez tras cerca de medio siglo en Madrid.

"Al jerez nunca le vino bien la informática"
"Al jerez nunca le vino bien la informática"
Juan P. Simó

05 de abril 2015 - 08:02

No le hace falta presentación. Empresario, hombre del vino, negocio que conoce al dedillo, Manuel Fernández García-Figueras (Jerez, 1938), Manolo, acaba como quien dice de aterrizar en Jerez (y esta vez para quedarse) después de cerca de medio siglo en la 'lejana' Madrid. En su mochila ha metido todos sus recuerdos. Aquí los desgrana.

-¿Con qué Madrid se encuentra?

- A Madrid llego en 1967, tenía 27 años, y me encuentro con la ciudad que sigue siendo la más hospitalaria del mundo, con una capacidad de absorción de gentes de todas las regiones, y fue facilísima esa llegada. Encontramos los brazos abiertos del oso y el madroño, con el catavino en la mano.

- Ya se sabe que en Madrid hay de todo... menos madrileños.

- Sí. He sido testigo de estar en una tertulia o una reunión, cada uno de un sitio, pero con el denominador común de que todos reverenciaban a Madrid. Madrid es una ciudad que sabe muy bien cómo recibir y atender a los que no somos de allí.

- Y cambió su vida.

- Yo llego a Madrid joven, recién casado con María Cristina García de Luján, y me voy a Madrid con Rumasa. Fue un cambio radical, pero como iba muy contento y satisfecho profesionalmente a trabajar en una cosa que me ha gustado siempre mucho, que es el vino de Jerez y la expansión internacional de empresas, fue facilísimo. Y de verdad, si a mí me preguntan qué tiempo he estado en Madrid diría, a bote pronto, quince o veinte años, más de la mitad del tiempo que he estado y ha sido por la suerte de haber estado trabajando y viviendo a gusto. Después es cierto que en mis primeros años, todo mi trabajo en Rumasa estaba muy relacionado con Jerez, de forma que no era raro el mes que tenía que volver aquí por alguna gestión, y eso también hizo más fácil mi llegada para hacer rosquetes o palillos de diente…

-¿Qué aprendió de Rumasa?

- Hoy día, parece que no sea fácil hablar de Rumasa porque las circunstancias lo han hecho difícil y desagradable, pero he decir que si yo trabajé en Rumasa desde 1967 a 1983, diré que, para mí, fue una verdadera universidad de empresa. Yo he aprendido mucho, he trabajado mucho, he visto a todo el mundo trabajar mucho, la formación de equipos, importantísimo en el mundo empresarial, y he visto la entrega absoluta desde el primer gran jefe hasta el último ordenanza de cualquier empresa. Con independencia de lo que ha pasado, que no quiero siquiera mencionarlo, para mí la auténtica Rumasa fue una escuela fantástica.

- Haga balance. ¿Le ha sonreído la vida?

- La vida me ha sonreído en muchísimas cosas. Estoy casado con una buena mujer a la que quiero, no tengo hijos, pero como decía José Cádiz Salvatierra, Dios no me ha dado hijos de la carne, pero sí del espíritu. Tengo unos sobrinos fantásticos, unos hijos de amigos fantásticos, he estado también con mi actividad personal e íntima, vinculado a una organización de un colegio de trescientos niños y he tenido esa parte muy bien cubierta. En la parte académica, también puedo decir que tuve en el instituto a unos profesores magníficos, entre ellos José Cádiz y Horacio Bel. He trabajado en empresas donde siempre me he encontrado a gusto. Eso me ha ayudado en todo. Yo no tuve padre, pero sí una madre fantástica y una tía hermana de mi madre que fue una segunda madre y me considero… Bueno, dicen que la felicidad son trozos de felicidad. Y yo creo que todos mis trozos los he tenido.

- Llega a Madrid y no se encuentra solo.

- En absoluto, Con independencia de la diáspora, contábamos con un grupo de matrimonios jerezanos que nos reuníamos y creamos una tertulia que nos reuníamos periódicamente a cenar con una persona que nos hablaba de Jerez y hacíamos unos coloquios muy interesantes. Para todos nosotros, el jerezano nunca dejaba de ser jerezano. A uno nos puede gustar más o menos que a otro, pero para el jerezano, Jerez tiene algo que se nos mete en el tuétano y estamos todos encantados de celebrarlo y vivirlo. Y lo hemos vivido.

- Ese era el objetivo principal de la Diáspora.

- Totalmente. Yo llegué en 1967. Era una diversión saber quién andaba por allí de nuestra generación. Y ya en los años 74 y 75, Miguel García de Luján, fundador y alma mater de la diáspora, comienza a organizar comidas con un poquito de mayor entidad… Recuerdo que las primeras comidas no reuníamos en torno a Pepín Caballero Bonald, o Pepe Agar, nuestro astro del fútbol jerezano, o con mi primo Isidro Sánchez García-Figueras, que ya había tenido su problema de visión… Y de aquellas reuniones salió la idea de institucionalizar aquello. Entonces, Miguel se puso manos a la obra, porque, entre otras habilidades, era hombre de poner nombres a las cosas, y dijo: 'Esto va a ser la Diáspora de Jerez'. Y así fue. Así ha sido y así espero que siga siempre. Miguel se marchó a vivir a Córdoba, desgraciadamente ha fallecido, y yo tuve la enorme satisfacción de recoger ese testigo y preocuparme de que aquello no falleciera. Hemos seguido reunidos de otros paisanos y ahí sigue la Diáspora, ahora en manos de Michi Primo de Rivera. Y este año cumple los cuarenta años. Cuando Miguel llega a Madrid en 1968, nos encontramos ya a un grupo de patriarcas, como les llamábamos, jerezanos, que ya trabajaban allí y que tenían su vida profesional muy hecha en Madrid, y que fueron los que realmente nos enseñaron a jerezanear en Madrid y que nos aconsejaban: Que si el vino fino está fresquito en tal bar, que si en el otro sitio tienen los catavinos, que si en tal bar hay una tertulia de toros que se habla de Jerez... Y recuerdo como 'padrinos' a Pepe Orihuela, Vicente Fernández de Bobadilla, Eduardo Delage, Luis González Díez, Rafael Pantoja, Pepe Marquez, Jesús Palacios o Juan Romero Romero. Y después había muchos apellidos con los que frecuentábamos: los Bela, los Climent, los González-Quijano, los Timermans…

-¿Por qué no debe desaparecer la Diáspora?

- Bueno, no tiene obligación de estar. La Diáspora no es obligatorio y, precisamente por eso, por ser una cosa voluntaria, creo que nunca debe desaparecer. No es algo forzado, obligado… La Diáspora fue una entidad legalmente constituida en la Junta de Andalucía y, durante algunos años, tuvimos unas ayudas económicas de la Junta para celebrar nuestra reunión. Y no todo el mundo estaba en condiciones para ello. En estos momentos, acabaron todo tipo de subvenciones, pero ahí está la Diáspora ahora en manos más jóvenes y seguro que seguirá muy bien.

- De ese espíritu de trabajo del que hablábamos antes, creo que tiene algo de culpa su tío Tomás, el laborioso alcalde africanista que tenía como máxima aquello de que 'Dios bendiga a quien no me haga perder el tiempo'.

- Bueno, el espíritu de trabajo de Rumasa era propiedad y un sello de Rumasa. Ahora bien, luego cada uno de nosotros teníamos nuestra escuela, nuestros maestros… Y Tomás García-Figueras fue, sin duda, importante en mi educación ordenada y disciplinada del trabajo. Yo estuve a su lado, en Marruecos, desde los 16 a los 20 años, y esos años fueron muy importantes para el futuro.

- ¿Cómo era el tío Tomás?

- Era una persona absolutamente sencilla, austera, modesta… Yo, sinceramente… Hombre, hablar de una persona que es de tu familia y que ha sido reconocida como un excelente africanista y un buen alcalde... Pero no tengo más remedio que decir que mi tío Tomás era una persona sencilla, agradable, familiar a tope, para el que su familia era lo más importante, sus hijas por supuesto primero, y luego sus hermanas... Toda familia tiene un líder. En mi familia ese líder fue Tomás García-Figueras sin ninguna duda.

- Y entendió que los títulos de alcalde e Hijo Predilecto fueron premios a su labor.

- Cuando él tomó posesión de la alcaldía de Jerez, recuerdo perfectamente sus palabras al serle entregado el bastón de alcalde. Decía que él ya venía con una larga trayectoria muy culminada en la política, la actualidad, el periodismo… Y esa larga trayectoria culminada le regalaba ese broche de oro de ser alcalde de su pueblo.

-Eran otros tiempos. Ahora, a la crisis económica se le asocia la crisis de esos valores.

- Sin duda. Le diría que, para mí, es más importante la crisis de valores éticos, de valores de respeto. Los económicos no dependen siempre de nosotros, a veces de esos grandes países que nos marcan pero la crisis de tu educación, de tu cultura, de tu forma de ser, eso es de uno y eso, sin duda alguna, se ha perdido también. Usted me preguntaba antes si me consideraba una persona feliz. Yo le digo que una de las felicidades fue haberme criado en un ambiente tanto familiar como ciudadano donde esos valores se respetaban, y mucho además.

-¿Quién le introduce en el vino?

- En mi casa no había precedentes. Sólo mi abuelo paterno había sido jefe de escritorio de González Byass y ahora pienso que el primer recuerdo que tengo de una bodega es en el escritorio antiguo de González cuando íbamos a ver al abuelo. Pero realmente no había una fuerte vocación bodeguera. Yo terminé el profesorado mercantil y me surgió una oportunidad al conocer que en Bobadilla buscaban un profesor mercantil, una persona joven. También manejaba el inglés, había tenido una profesora. Doy el perfil, entro en Bobadilla. Y otra de las cosas por las que le digo que fui afortunado es porque entro en una bodega absolutamente entrañable, con un tamaño ideal y fantástico, donde tengo la oportunidad de aprender del vino de Jerez desde la cepa hasta la importación en Inglaterra del vino. Eso me ayudó enormemente a hacerme, profesionalmente, un hombre del negocio del vino, sobre todo de la comercialización, que es donde yo he estado más involucrado. Ese recuerdo de Bobadilla lo tengo muy presente y, entre ellos, el de una persona, su padre, que fue un hombre con el que yo aprendí muchísimo del trato con la clientela y con los representantes y de lo que era un experto. El representante que caía por aquí, ¡ese ya estaba sentenciado a morir vendiendo Bobadilla! Ese fue mi encuentro con el vino de Jerez. Y estando allí, me surgió la posibilidad de trabajar en Rumasa.

- Hasta llegar a la dirección general del grupo.

- Bueno, sí… Pero eso ya fue por generosidad de los que mandaban, de José María sobre todo. Yo siempre trabajé muy a gusto y muy estrechamente.

-Usted ha conocido buenos y malos tiempos del jerez. Cuénteme cómo eran los buenos.

- Eran años en los que vender jerez, el wine trade que dicen los ingleses, era el negocio más caballeroso, elegante y bonito del mundo. Tuve la suerte de vivir ese wine trade. Ahora, los tiempos han cambiado, aparecieron los medios técnicos, los ordenadores… Al vino de Jerez no le ha sentado bien la informática. Hoy se vende por la informática, cuando el vino de Jerez se ha vendido siempre en el mostrador, conversando, hablando, convenciendo. Y la informática, bueno, hay que quitarse el sombrero ante el adelanto que ha supuesto pero, concretamente, a la comercialización del vino de Jerez no le ha ido muy bien en mi opinión.

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