Zambombas
Jerez, destino de moda para el puente de diciembre

Cinco jerezanos en el infierno nazi

80 AÑOS DEL EXILIO REPUBLICANO

Las historias de Diego Pérez Núñez, Rafael Domínguez Redondo, Manuel Carrasco Cortijo, Salvador Linares Barrera y Antonio de la Rosa Tozo, que murieron en diferentes campos de concentración

Salvador Linares Barrera. / Cedida Por La Familia.
Bartolomé Benítez Reyes

24 de marzo 2019 - 06:00

En la conmemoración del 80 aniversario del exilio republicano es de justicia que la ciudad de Jerez recuerde a sus víctimas. La memoria del exilio debe ser asumida por toda la ciudadanía, sea de la inclinación política que sea, porque estas víctimas son un haber en nuestra democracia, son un referente de nuestro sistema democrático.

Tenemos un deber moral con cinco personas: Diego Pérez Núñez, Rafael Domínguez Redondo, Manuel Carrasco Cortijo, Salvador Linares Barrera y Antonio de la Rosa Tozo. En algunos textos, se incluye en esta lista a Laureano Escobar Duarte, pero él era de Jerez de los Caballeros. Estas palabras son un homenaje a la memoria de todos ellos.

Como más de siete mil españoles en la II Guerra Mundial, cuatro de ellos terminaron en el campo de concentración de Mauthausen, en Austria. El primero que llegó fue Diego Pérez Núñez. Nacido el 17 de junio de 1919, pertenecía a las Juventudes Libertarias de la CNT y vivía en la calle Lecheras del barrio de San Miguel. De sus actividades políticas sabemos que promovió el Ateneo Libertario de nuestra ciudad.

Ya en la Guerra Civil, salió de Jerez con dificultades y sabemos que en noviembre del 36 estaba en Málaga. No tenemos más pistas de él hasta que llega al campo de Mauthausen el 13 de agosto de 1940. De los aproximadamente 7.500 españoles que llegaron a ese campo murieron casi dos tercios en cinco años. Él llegó en uno de los primeros convoyes y es muy probable que participara en la construcción del campo ya que declaró al llegar que era fontanero.

Es difícil imaginar cómo sería la llegada al campo de Mauthausen, un campo que parece una fortaleza al lado de una enorme cantera de granito. Las piedras que hay que subir pesan más o menos 50 kg, la escalera tiene 140 escalones irregulares e inestables. El infierno es trabajar en la cantera de Mauthausen, donde la esperanza de vida no llega a seis meses.

Diego Pérez Núñez viaja en el primer transporte de españoles que va de Mauthausen a Gusen. Si Mauthausen es el infierno, el infierno tiene un más allá. Ahora la esperanza de vida en este subcampo de Mauthausen no llega a tres meses. En Gusen hay una cantera mucho más peligrosa que la de Mauthausen.

Pérez Núñez aguanta, los meses van pasando. Su trabajo de fontanero probablemente le aseguraría unas condiciones que no eran las de la cantera. Pero la suerte era un bien escaso en Gusen y llega la orden de su traslado al castillo de Hartheim, la cámara de gas que llevaba trabajando desde el programa de eutanasia con el que Hitler quiso 'depurar' la raza aria de elementos indeseables. Como tantos otros, debió sentir Diego Pérez Núñez cómo se ahogaba en la cámara de gas. Era el 18 de diciembre de 1941.

El segundo jerezano en llegar fue Salvador Linares Barrera, que nació cerca del Tempul el 17 de julio de 1940 y que se vino a vivir a Jerez a casa de su hermano mayor. Tenemos pocas noticias de él, ni durante la II República ni durante la guerra. Lo capturaron los alemanes en la región del Loira y fue enviado al campo de tránsito de Fallingbostel, desde donde su transporte llega a Mauthausen el 23 de noviembre de 1940.

Rafael Domínguez Redondo vivía en la calle Zarza, allí tenía su familia un horno de pan y fue donde aprendió el oficio. También se afilió a las Juventudes Libertarias de la CNT. Salió de Jerez unos días después del golpe. Llegó a las marismas del río Gualdalquivir y, como un compañero anarquista cuenta en sus memorias, pudo cruzar el río a punta de pistola porque no había nadie que quisiera cruzarlos.

Su itinerario se va alargando: Sierra Norte de Sevilla, Valle de los Pedroches en Córdoba, Málaga… Luchó en la batalla del Ebro y fue herido; y estando herido lo evacuaron para cruzar la frontera. Le tocó el campo de Barcarés, un campo de concentración en la playa donde metieron a más de 20.000 personas.

Se alista en la Compañía de Trabajadores Extranjeros nº 115, que tenía como cometido reforzar la Línea Maginot. Allí se encuentra con otro jerezano al que seguramente conocía de toda la vida porque Manuel Carrasco Cortijo, aunque nació el 7 de marzo de 1915 en los Llanos del Malabrigo (entre La Barca de la Florida y San José del Valle) vivía en la calle Cerro Fuerte, al final de la calle Zarza.

No tenemos constancia de ninguna adscripción política de Carrasco, sólo que en la Guerra Civil llegó al grado de sargento en la 140 Brigada Mixta. Cuando pasa la frontera francesa le asignan el campo de Saint Cyprien, otro campo en la playa donde, ante la falta de consideración de las autoridades francesas, se hacinan casi 100.000 personas en unas condiciones sanitarias y humanas deplorables.

Coincide con Domínguez trabajando en la Línea Maginot y allí les sorprende la invasión alemana. Detenidos, los mandan a los dos a un campo francés en Belfort y después a uno alemán en Fallingbostel, al este de Bremen. Allí forman parte del convoy más numeroso de deportados españoles que llegó a Mauthausen, formado por casi 1.500 de los que sólo vieron el final de la guerra menos de 500.

Llegan al campo el 27 de enero de 1941, pero a los cuatro meses ambos son trasladados a Gusen, donde coincidieron con Pérez Núñez y con Linares Barrera. Domínguez tiene más posibilidades de sobrevivir por su oficio de panadero, mientras que Carrasco tendría que conformarse con los trabajos más duros ya que al llegar al campo dice que su profesión es la de agricultor.

Tres días antes de la muerte de Salvador Linares, la muerte le llegó a Carrasco; era el 27 de noviembre de 1941. Aguantó muchos meses pero el infierno más allá del infierno que se vivía en Gusen terminó con él. Domínguez aguantó más tiempo, murió el 15 de febrero de 1942. Un amigo suyo anarquista escuchó a unos supervivientes –que después de la guerra se fueron a vivir a Toulouse– que se había suicidado arrojándose a la valla electrificada.

El último jerezano sigue otro camino al infierno. Antonio de la Rosa Tozo nació el 13 de junio de 1878 y su camino es diferente de los otros jerezanos. Sin noticias de él hasta 1943, es deportado a un campo de castigo en el sur de Francia, el campo de Vernet, que es donde llevan a los que detienen de la Resistencia.

No sabemos la razón por la que lo apresaron pero sí que los detenidos como él que están allí en esas fechas habían realizado actividades relacionadas con la Resistencia. Unos días después del desembarco de Normandía por parte de los aliados, los alemanes planean transportar a todos estos presos a los campos en Alemania.

Aquí empieza la historia de uno de los transportes más conocidos de toda la guerra, al que en Francia llaman el "tren fantasma". Se trata de un transporte que tarda ocho semanas desde que sale de Burdeos hasta que llega a Dachau. Atacado por los maquis para impedir su avance, la aviación aliada lo ametralla porque lo confunde con un tren de tropas alemanas, por lo que tienen que hacer parte del viaje a pie escoltados por una compañía de las SS.

Durante el viaje, logran levantar las maderas del suelo de algún vagón y muchos se lanzan a las vías con el tren en marcha. Finalmente, llegan 536 al campo de Dachau, a pocos kilómetros de Múnich. Las mujeres que van en el transporte tendrán que aguantar doce días más hasta llegar al campo de mujeres en Ravensbrück.

Así es como Antonio de la Rosa llega a Dachau. Allí trabajará de fogonero y quién sabe si también él enfermó del tifus que azotaba el campo ese otoño. Murió el 28 de diciembre de 1944. Cuatro meses más tarde el campo fue liberado por las tropas americanas.

Muchos han sido los reconocimientos a los republicanos españoles asesinados en Gusen y Mauthausen a lo largo de los años en distintas localidades españolas por parte de variadas asociaciones e instituciones. También Jerez de la Frontera debería tomar la iniciativa de hacerles un reconocimiento oficial a sus víctimas porque, como el escritor exiliado Max Aub dijo: "La vida nos ha olvidado". Es nuestro deber moral recordarlos.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último