¿Qué se leía en el Quinientos?

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Juan Antonio Moreno Arana desvela en ‘Un episodio cultural de Jerez en el siglo XVI: Los Libros del bachiller Diego de Aguilocho’ las prácticas lectoras de la ciudad en la época

Juan Antonio Moreno Arana posa con su libro, tras la entrevista. / Vanesa Lobo
A. Cala

30 de noviembre 2019 - 21:07

Inventario de libros de Aguilocho.

Un colosal tomo de protocolonotarial en un estado de conservación pésimo puso a prueba al investigador. Sin achantarse, le echó mano y comenzó su labor. Fue el paso decisivo para adentrarse en la biblioteca de Diego de Aguilocho, un “clérigo de posición modesta”, pero que leía a Erasmo en nuestra ciudad en 1569. Hasta ahora era casi un fantasma.

Una monografía de la que es autor Juan Antonio Moreno Arana y que recibe por título ‘Un episodio cultural de Jerez de la Frontera en el siglo XVI. Los libros del bachiller Diego de Aguilocho’ (Bubok). Arana continúa así con sus trabajos en torno a las distintas manifestaciones culturales e intelectuales y su interrelación con la sociedad de Jerez de la Edad Moderna. “Me interesan mucho las bibliotecas, como la del marqués de Montana, la de Manuel Ponce de León, que tuvo 1.000 volúmenes, y la de Villapanés”, cuenta Moreno Arana.

Este libro es fruto del hallazgo en los protocolos notariales jerezanos del inventario de los libros de una importante biblioteca jerezana del siglo XVI. Esta biblioteca fue citada por el investigador Hipólito Sancho en su ‘Historia de Jerez’, “pero se creía perdida y sobre ella sobrevolaba la duda de su existencia real, debido a la “mala fama” que este historiador se ha granjeado en relación a la procedencia de sus fuentes documentales”, cuenta. Sin embargo, “nos decidimos a confirmar la referencia dada por Sancho, con el feliz suceso de hallar la escritura donde este dejó expresado”, en ese tomo colosal.

Tras la consulta del documento y contextualizar su génesis, se ha podido ofrecer una visión completa y actualizada de la biblioteca. Pero, también, se han localizado datos para desvelar la personalidad de su propietario. Este clérigo presbítero bachiller se llamaba Diego de Aguilocho. “A partir de ahí nos embarcamos en buscar documentos que perfilaran sus coordenadas vitales. A la vez, emprendimos un estudio de aproximación y avance en torno a las prácticas lectoras, a los libros y a los lectores que deambulan por Jerez a mediados del Quinientos. Un asunto escasamente estudiado en nuestra ciudad y del que ya existían importantes monografías para otros lugares de mayor proyección cultural y social de esa España del XVI, como Sevilla, Valencia o Barcelona”.

Frente a una multitud iletrada, Jerez poseyó un grupo intelectual entre la nobleza y su clero que se codeaba con los de otros centros intelectuales de nuestro país. Pese a su papel secundario, Jerez se presentaba para esta investigación como “un contexto de interés para este estudio dado el momento de visible expansión económica y social que vive en aquellos años centrales del siglo, con una gran interacción con otros centros peninsulares y europeos que supuso un trasvase de ideas”.

En esos años del siglo, Jerez asiste a la apertura de centros docentes de formación superior, como el que promueve en 1540 un exponente del humanismo reformista que fue San Juan de Ávila, “y del que hoy sólo queda como recuerdo el ‘agujero’ de la calle Larga que le daba acceso. La presencia de Ávila hubo de ser crucial en la renovación espiritual e intelectual de la ciudad”.

Cuando el notario Juan de Montesinos redactaba el inventario de los libros del bachiller Diego de Aguilocho, en aquellos fríos días de noviembre de 1569, no podía imaginar que estaba dejando para el futuro un testimonio excepcional de la ciudad en la que vivía. No fueron dados los escribanos jerezanos a gastar tinta en registrar cada libro que aparecía en los inventarios de los bienes de sus vecinos, ni tampoco estaban acostumbrados a tener que hacerlo pues los inventarios de bibliotecas no abundan en la documentación notarial. Pero la peculiaridad del que salía de sus pulgares, el hecho de que estos libros formaran parte de la herencia que el bachiller había dejado a sus sobrinos, así lo obligaba.

“Tampoco pasaría por la mente del veinticuatro Pedro Gaitán de Trujillo que su petición para nombrar administrador y curador para la herencia que disfrutarían sus hijos posibilitaría, cuatro siglos y medio después, conocer y analizar los libros con los que se rodeó y los autores con los que entabló conversación su cuñado, un clérigo jerezano de la primera mitad del siglo XVI. O que su afán en que estos bienes estuvieran bien tasados permitiría a los investigadores del siglo XXI abordar un estudio económico de la práctica lectora en ese Jerez del 1569”. “Pero si excepcional es el documento en sí, la biblioteca que describe no lo es menos. Con sus 108 títulos, esta biblioteca fue destacada por volumen, en relación al contexto general y local de las bibliotecas particulares de este siglo. No obstante, en el curso de esta investigación hemos podido documentar otras bibliotecas jerezanas de mayor entidad. Todas ellas en manos de doctores en Medicina”, desvela Arana.

El porcentaje de posesión de libros en nuestra ciudad, en este siglo XVI, rondaba el 11%, muy alejado del 25% que por aquellos años poseía Sevilla, pero cercano al de ciudades como Valladolid. Pero claro, Jerez no era la cosmopolita Sevilla, tanto en población como en composición de su sociedad. Este estudio se ha ocupado en desentrañar la vida y las lecturas de este clérigo jerezano que vive en una época crítica, de tránsito entre el primer Humanismo en España y las consecuencias culturales y espirituales que traerá Trento. Estudia sus aspectos sociales y económicos, sus relaciones con otros intelectuales del momento con los que tuvo relación.

“Así, hemos aportado nuevos datos sobre los dos clanes familiares que acaparan la vida intelectual del Jerez del XVI: los Flores y los Lozano de Quirós”. En la biblioteca que Diego de Aguilocho atesoró en su casa del barrio de San Mateo, hay libros relacionados con la formación humanística y con las bases textuales y doctrinales sobre las que se levanta el saber intelectual y teológico de los clérigos de la primera mitad del siglo XVI.

“Lo interesante de estos libros –dice el autor– es que hemos podido comprobar que el bachiller Aguilocho se forma y trabaja con textos donde emergen las premisas erasmistas o que, al menos, se encuentran muy ligados con los postulados humanísticos y espirituales que imperaban en el primer humanismo y periodo pre-tridentino. De esta forma, el análisis de los contenidos de los libros de este presbítero y su posicionamiento en el ambiente social e intelectual del momento ha servido para adentrarnos en las corrientes intelectuales que habían circulado en nuestra ciudad. Unas corrientes, algunas cercanas a la heterodoxia, que aún circulan en los estantes jerezanos en un momento en que la presión inquisitorial sobre la lectura ya contaba con un cierto recorrido desde la publicación de los distintos Índices, en especial el de Valdés de 1559, aunque su acción no ejerza todavía el tenaz control de décadas más tarde. Nuestro bachiller maneja y conserva sin mayor problema obras de autores incluidos en los Índices como Erasmo, Polidoro Virgilio o Girolamo Savonarola”.

Lo que interesa resaltar es que por su condición de presbítero, el bachiller Aguilocho pudo ser altavoz o difusor de estas ideas espirituales o religiosas entre sus vecinos más cercanos, que habitan en el entorno de la parroquia de San Mateo y San Lucas, donde se concentraba la intelectualidad del momento. “También hemos abordado la relación que pudo darse con personajes de la cúspide social jerezana de la época, alguno de ellos emparentado con la intelectualidad erasmista española, como sería el caso del comendador Pedro Benavente. O con otros religiosos que pudieron compartir esas mismas posturas ideológicas. De este modo, proponemos como hipótesis que en la decoración del patio de Benavente pudieran haber influido algunos textos que el bachiller poseyó en su biblioteca”.

Entre los libros curiosos que leyó el bachiller Aguilocho se encuentran los ‘Naufragios’ de Cabeza de Vaca y la traducción del ‘Regimiento de Sanidad’ de Savonarola que realiza el canónigo jerezano Fernán Flores, o el libro de recetas de Ruperto de Nola. También son de interés los distintos repertorios de ‘Libros de Emblemas’, fundamentales en las creaciones iconográficas e iconológicas que decoran esa arquitectura parlante que se desarrolla en Jerez en aquellos años, relacionados con la introducción del Renacimiento.

La peste se llevó a Diego de Aguilocho en 1569.

Moreno Arana participa además en el número 22 de la Revista de Historia de Jerez con un artículo de mecenazgo literario del Ayuntamiento de Jerez y prepara también un estudio, encargado por la Universidad de Castilla-La Mancha, sobre música en el siglo XVIII como elemento de representación social por parte del poder civil.

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