En los límites felices de Bolonia

Diario de las Artes

Obras de Pepe Cano.
Obras de Pepe Cano.

PEPE CANO

Cárcel Real

TARIFA

Eran los finales de los años ochenta del anterior siglo; por todo el amplio espectro de la Cultura española se notaba que la Modernidad estaba asentándose después de su ansiada búsqueda para que planteara, definitivamente, sus parcelas de normalidad creativa. En la provincia de Cádiz existía mucho dinamismo y lo artístico miraba hacia horizontes más diáfanos. El Campo de Gibraltar fue el primer centro neurálgico de lo más selecto que se hacía en el arte nuevo de esa zona del sur de España. Magda Bellotti, con su galería algecireña, entraba con fuerza en el panorama del arte de nuestro país y, desde 1984, estaba presente en ARCO. Tarifa era la ciudad que vio nacer a tres importantísimos pintores que se encontraban entre lo más significativo del arte que se hacía en España. Guillermo Pérez Villalta, Chema Cobo y Antonio Rojas eran valorados unánimemente, aportando mucha personalidad y trascendencia a aquella pintura que se sacudía los últimos estertores de aquel ultramontano conservadurismo que existía en la plástica española hasta pocos años anteriores. Y, en La Línea, la sala de exposiciones del Museo Cruz Herrera, promovía constantemente y de forma permanente una programación artística que, en pocos años, se iba a convertir en una de las más atractivas de toda España. El alma de todo aquello era Manolo Alés, un loco maravilloso, amante apasionado del arte que dio vida a una realidad artística que, desde la población linense traspasaría todas las fronteras. Potenció la buena creación que existía en el Campo de Gibraltar; dio un sitio a los artistas más importantes de la zona; creó conciencia artística en La línea y en muchos de los lugares aledaños; abrió las mejores puertas a los que tenían algo que decir, estuvo siempre a su lado para apoyarlos, marcarles los mejores caminos, canalizando expositivamente sus obras. Hasta su muerte fue el gran hombre del arte en la provincia de Cádiz.

Pepe Cano fue uno de los artistas en quien Manolo Alés confió desde el primer momento. Su fresca pintura, su lenguaje festivo lleno de gozosa ironía no pasaba desapercibido para nadie y Manolo vio las infinitas posibilidades de un pintor que ha sido siempre feliz en una pintura a la que le imprimía un sello más que especial.

Este pintor siempre ha sido un artista a contracorriente. Ha pintado lo que le ha dado la gana; ajeno a las modas y a las imposiciones de los que manejan el cotarro artístico. Su pintura, bien construida pero muy ajena a los rigores estrictos que dictan los cánones y quienes los hacen posibles, no sigue los modelos de una figuración al uso; más bien desarrolla la visión personal de una realidad a la que Pepe Cano da especial dimensión, producto de una mirada privilegiada llena de festiva ironía.

Porque a Pepe Cano no le interesa pintar lo habitual que el ojo ve sin que se le ponga intermediarios desvirtuantes; eso sería siempre más fácil pero menos interesante. Él otorga a lo que rodea un desarrollo más; interpreta lo real después de haberlo pasado por su poderosa visión de claridades intelectuales conocedoras de esa sociedad que presenta fórmulas que, también, podemos decir que, al menos son curiosas y que no todos son capaces de atisbar. Al pintor de La Línea lo hemos visto dando su personal testimonio y visión a muchas circunstancias que intervienen en lo que rodea al artista y son esquejes de una sociedad con infinitos matices. Personajes, acciones de éstos, lugares, elementos extraídos de una realidad a la que él da un cariñoso pellizquito, lleno de ironía, para que demuestre esos entresijos chispeantes a lo que todos no son capaces de ver.

Otra pieza de Pepe Cano.
Otra pieza de Pepe Cano.

A Pepe Cano lo hemos encontrado dando su personal visión de muchos asuntos; desde escenas cotidianas, con personajes actuantes de forma esquiva hasta felices historias sacadas de santorales apócrifos o de literaturas que él reinventa para dotarlas de una nueva dimensión que él llega a extralimitar. Esta exposición que llega a los espacios de la Cárcel Real de Tarifa nos sitúa en esa felicísima iconografía de Pepe Cano. Las playas de Bolonia y la gente que la habita son, de nuevo, los protagonistas de su jocosa pintura. Bañistas impenitentes que soportan las sempiternas levanteras; veraneantes que hacen topless o se desnudan tranquilamente ante la mirada soporífera de un burro de inesperada aparición; dunas solitarias que acogen la fauna urbana que rompe la paz idílica del momento. En definitiva la excelsa visión de un artista que radiografía a contracorriente un realidad que a veces desentraña su lado más surreal.

Pepe Cano no es sólo un relator afortunado de escenas habituales; es el notario que descubre muchos de los espacios imposibles que estas escenas posibilitan. Personajes y elementos de un entorno que él magnífica con una pintura sabia donde no caben las dudas y donde la indiferencia no forma parte de su mágico sentido.

De nuevo encontramos la feliz pintura de un Pepe Cano, siempre en posesión de esa realidad formal a lo Pepe Cano. Un pintor que no esconde absolutamente nada y que periódicamente nos hace feliz con una obra donde no existen reveses; sólo los esplendores de una existencia que él crea para que el espectador, al menos, esboce, de corazón, una sentida sonrisa.

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