El lujo que nace en la colina de los amaneceres de niebla

Chateau D’Yquem acude, una edición más, a su cita en Jerez con Vinoble

Pedro Ingelmo

02 de junio 2010 - 10:03

Cuando un vino tiene de compañeros de portafolio a DomPerignon, Louis Vuitton, Dior o Loewe; cuando un vino con una historia que se remonta al siglo XVII es propiedad del séptimo hombre más rico del mundo, Bernard Arnault; cuando un vino extrae sólo una copa de cada cepa; cuando por una botella de este vino se han llegado a pagar 75.000 euros... cuando ocurre esto, no hablamos de un vino, sino de un símbolo. El Chateu D’Yquem lo es. Símbolo del sibaritismo, del lujo. Con estos antecedentes y contando con que la novelería no escasea, no es extraño que la puerta de la mezquita pareciera ayer una taquilla de Las Ventas en una tarde de José Tomás y algunos bromearan con hacer reventa con sus invitaciones a la cata estrella de Vinoble, un clásico que despierta el interés de una top model. Algo de ese vedetismo tiene este ‘aristócrata’ de Sauternes. Muchos se quedaron fuera. De hecho, se quedaron fuera tantos como entraron, casi un centenar.

Pero Sandrine Garvay, maestra de ceremonias en este ritual, no tuvo un público fácil. Fue bonita su descripción de esa colina en lo más alto de esta región meridional de Burdeos donde los amaneceres de niebla bañan la cepa. También lo fue figurarse a 200 vendimiadores que buscan la uva devorada por el hongo unidad a unidad. O este toque humilde: “El 50% de este vino es atribuible al suelo, el 40% a la recolección y sólo asignaríamos un 10% a la elaboración enológica”. En ese 10% se levantó el debate. A su explicación sobre cambios introducidos en el tratamiento enológico, entre los que se incluía una reducción de envejecimiento, un asistente saltó preguntándose si no era demasiado arriesgado. Garvay le tranquilizó y dijo que eran variaciones muy pequeñas y que mejoraban un producto que vivía de su exclusividad y nunca sacaba al mercado más de cien mil botellas al año. Posteriormente, Garvay señaló las bondades que el cambio climático trae a estas cien hectáreas de viñedo alfombradas de arcilla, grava y arena. Sería que fuera caía fuego y con el recalentamiento, si se sufren 40 grados como ayer, no se juega, que otro asistente dijo que sí, ahora sí, pero qué pasaría cuando el cambio climático diera la cara con dos grados más de media. Sandrine puso cara de no ser futuróloga y se encogió de hombros: “Digo lo experimentado ahora. Con temperaturas medias más altas se logra una mejor maduración.Más adelante, no sé”.

Pero las principales perlas se las iba a deber Sandrine a un invitado de alto copete, Bruno Murciano, de aspecto algo desaliñado y que es nada más y nada menos que el jefe de sumilleres del hotel Ritz de Londres. Suficiente para no dejarse impresionar por el linaje del más celebrado de los vinos franceses. Al primer vino de la cata, de la vendimia de 2007, embotellado el pasado febrero, lo despachó como “un vino excesivamente joven. Creo que es un sacrilegio abrir esta botella”. Parecía recriminarnos un infanticidio. Lo cierto es que se trata de un auténtico bebé en el que la botritis, esa pudrición noble que lleva como bandera este chateau, apenas tiene protagonismo en la boca. No va más allá de un buen sauvignon. Sin noticias de la uva semillon tan celebrada en esos pagos. Los adjetivos de los catadores son siempre un descubrimiento. Murciano calificó este vino como “crudo”.

Se suponía que la botritis y la semillon vendrían después. 2000 fue un mal año y estuvo a punto de repetir una tradición que se da cada cierto tiempo: si la uva no es digna de este chateau, se desprecia. No hay chateau. Se consiguió salvar un20% y con ellas se hicieron unas pocas botellas. He aquí una de ellas. Murciano les felicitó por haber hecho un buen trabajo con las dificultades de una cosecha casi arruinada, “tiene muchísimo mérito”, pero no mostró un entusiasmo superlativo. El comisario de Vinoble, Pancho Campo, acudió en socorro de la añada para afirmar que ya le gustaría contar con un par de estas espléndidas botellas para la boda de su hija.

Con la botella del 96, de profundos sabores, un vino en toda su madurez, se suponía que Murciano descubriría al fin a la princesa. Y el propio Murciano se llevó una sorpresa: “He probado antes el vino del 96 y no me ha parecido que tuviera la timidez que le he notado ahora”. Sandrine empezaba a torcer el gesto, y Pancho Campo volvió a tomar la palabra: “Quizá sea este día tan caluroso, que no invita al vino a expresarse. Yo lo hubiera descorchado bastante antes”. Será eso, será el calor, será el cambio climático, pero, por primera vez en su larga historia en Vinoble, el Chateau D’Yquem no salió a hombros de la mezquita.

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