Para qué mataron a Juan Sánchez (y III)
El relato
En agosto de 1936, el empresario del carbón Juan Sánchez Meléndez murió en Montes de Propios por los tiros que le descerrajó un miliciano. Las autoridades rebeldes instruyeron el suceso durante 1937. Para la Justicia de Franco, la causa fue conocida como el sumario 419/37.
Resumen de lo publicado:
Agosto de 1936. Montes de Propios de Jerez. Un grupo de milicianos ha asaltado la casa del guarda forestal y asesinado al empresario del carbón jerezano Juan Sánchez Meléndez cuando éste se disponía a recoger con un camión una carga que debería llevar a Jerez. Los cuatro compañeros del fallecido son hechos prisioneros y conducidos hasta el poblado de La Sauceda.
ERAN alrededor de las diez de la noche cuando Jiménez y sus tres compañeros alcanzaron La Sauceda de Cortes conducidos por Domingo 'El de la Toma' y sus hombres. Allí pasaron la noche hasta que, a primeras horas de la mañana, volvieron a ponerse en el camino en dirección a Jimena para comparecer ante el comité republicano de esa localidad.
Un implacable calor les persiguió durante todo el recorrido hasta que los hombres y el grupo de milicianos armados a caballo llegaron sobre las cuatro de la tarde a 'Las Cañillas'. Tomaron a una treintena más de presos y, juntos, marcharon hasta Jimena, a donde llegaron una vez que la tarde había caído. Al igual que al resto de detenidos, los cuatro ayudantes del malogrado Juan Sánchez Meléndez fueron interrogados nada más llegar por el comité y, al no encontrárseles indicio alguno, se le suministró a cada uno un vale para el comedor público de Jimena, que estaba instalado en la iglesia del pueblo, y fueron puestos en libertad. Desde aquí, solos o bien acompañados, los cuatro hombres tomaron caminos distintos con toda clase de suertes.
Pasaron los meses y el monte enmudeció. El asesinato del industrial llevaba el camino de convertirse en una de las muchas muertes violentas sin aclarar que sólo representaría un número más en la escurridiza memoria de la guerra. Pero al final de ese camino esperaba su oportunidad un capitán del bando nacional, Alberto Llamas García, nombrado a la sazón juez instructor del Consejo de Guerra permanente, el tribunal encargado de juzgar a los reos de alta traición. Y por lo que se había podido averiguar, Antonio García Florido, 'Pelusa', encuadraba en este tipo de presos. Abrió entonces Alberto Llamas el sumario 419/37, el número de caso que se le asignó al asalto de la casa del guarda forestal de La Jarda y el asesinato del industrial Sánchez Meléndez.
La instrucción se extendió desde agosto de 1937 a abril del año siguiente. De sus resultados, hemos sabido ahora. Por tanto, es una historia nueva.Tuvo que ser prolija, porque el juez instructor hubo de desplazarse en numerosas ocasiones hasta La Jarda para tomar declaración a testigos e implicados, pero ahí quedó. El sumario no recoge ninguna prueba pericial, ni tan siquiera el hallazgo y análisis del cuerpo del empresario. Alberto Llamas instruía un asesinato sin prueba del delito. El cuerpo del industrial quedó sin vida bajo aquellos matorrales, pero jamás fue reclamado ni encontrado.
Las primeras diligencias de Llamas dieron algún fruto: Por los testimonios de Ana Gallego Fernández, la mujer de Manuel Domínguez 'el Caracolón', y de María Mateo, esposa del guarda Juan Cabeza, pudo reconstruir el asedio de los milicianos en La Jarda entre los días 23 y 24 de agosto de 1936, la salida obligada del colono y su familia a La Sauceda, las amenazas de muerte que García Florido 'Pelusa' habría proferido a la mujer del guarda y el posterior asalto al despacho del ingeniero y la confiscación del dinero que allí había depositado, cuando la partida que dirigía el alcalde de la Sauceda Manuel Cabeza Pérez se presentó en la finca y el guarda, alertado, había marchado junto a su hijo al cuartel de la Guardia Civil de El Algar.
Llamas podría acusar a 'Pelusa' de los delitos de asalto, robo y amenazas de muerte contra el guarda Cabeza. Pero la historia que se dibujaba en su memoria adolecía de consistencia. Ana Gallego no asistió a la discusión ni sabía quién era 'Pelusa', por lo que se trataba de la palabra de María contra la de Florido. Además, ninguna de las muchas rondas de identificación que se sucedieron acabó con resultado positivo. Nadie reconocía a 'Pelusa'.
¿Cómo atribuirle entonces su participación en la muerte a perdigonadas de Juan Sánchez si ninguno de los testigos lo colocaba en aquel momento y lugar? Las versiones de las dos mujeres eran vagas: 'He oído por rumores que fue 'Pelusa' quien acabó con Meléndez". Incluso, cuando Llamas tomó declaración a los compañeros del fallecido, ni Jiménez, ni el chófer Barrera, ni 'Busique' ni el otro ayudante, pudieron señalarle con el dedo: "Nos obligaron a mantenernos todo el tiempo boca abajo, no podíamos ver quiénes fueron los hombres que salieron en busca de Meléndez" cuando, tras huir, le dieron caza ese 26 de agosto cerca del canal del Charco de los Hurones.
El 21 de agosto de 1937 ocurrió un hecho inesperado: Sabiéndose en busca y captura, Antonio García Florido se entrega a las nueve de la noche en el cuartel de la Guardia Civil de Cortes de la Frontera. Pero, ¿qué sabemos de este hombre?, ¿por qué todos los rumores apuntaban a la misma persona? Y, sobre todo ¿qué motivos le habían llevado a dar muerte al empresario? Todas esas preguntas quedarían envueltas en una enorme incógnita.
Por los testimonios aportados ante Llamas y, más tarde, ante el teniente José Luis Molina, que retomó la instrucción del caso, sólo pudo saberse que Antonio 'Pelusa', natural de Cortes, de 32 años de edad, era persona dedicada habitualmente al contrabando de tabaco y café, como la mayoría de los habitantes de La Sauceda. No contaba con significación política alguna, pero se conocía que, al iniciarse el Movimiento Nacional, se había unido al comité de defensa republicano de esa localidad.
Tampoco fue muy aclaratorio el testimonio de María Machuca Jiménez, ubriqueña de 42 años y esposa de Manuel Sánchez Meléndez, hermano de Juan, que conoció a 'Pelusa' porque coincidían con frecuencia en la Dehesa de Montifartillo, donde la mujer vivía y suministraba café, azúcar y otros víveres que traía de La Línea. Aseguró que nunca había oído que fuera García Florido el autor del asesinato de su cuñado, pero que guardaba muchas sospechas de que hubiera sido obra de 'Los Tomiros', los hermanos Antonio y Domingo Ruiz.
En pocos días y en un par de ocasiones, Manuel Sánchez Meléndez había salvado el pellejo por obra del azar. La primera ocasión fue cuando, al enterarse de la muerte de su hermano, se colgó una zoleta al hombro y cogió campo a través para localizar el cuerpo y darle sepultura. Por el camino fue advertido para que se diera la vuelta, sin dejar de aflorarle las lágrimas hasta llegar a su casa, si no quería correr el mismo destino que su hermano mayor. Manuel quería y respetaba a Juan con pasión. En una segunda oportunidad, unos vecinos acudieron a recogerle a su casa para, juntos y en cumplimiento del bando de guerra, dirigirse al cuartel de la Guardia Civil de El Algar para entregar las escopetas de caza. Manuel les contestó que en ese momento no podía irse y dejar el trabajo que tenía entre manos, porque estaba refogando el carbón y era una faena que no se podía dejar a medias. Los vecinos marcharon finalmente sin Manuel. Pero cuando llegaron a las cercanías del cuartel portando las armas, los guardias, que desconocían sus verdaderas intenciones, detuvieron a los hombres, que fueron poco después fusilados.
Dados aquellos acontecimientos y con la toma de los últimos reductos de la zona por los rebeldes, María, mujer emprendedora, forzó a su marido a que se fuera de allí. Así lo hizo. Manuel terminó en la zona de Valencia hasta el final de la guerra sin pegar un solo tiro. María quedó con ocho de sus nueve hijos. El mayor de los varones, Andrés Sánchez Machuca, se había unido a las resistencia republicana. María y su cuñada soltera María Sánchez Meléndez fueron obligadas por las milicias nacionalistas a dejar la casa que habitaban y las llevaron a pie hasta Alcalá de los Gazules. Esta escena fue tratada en una noticia publicada en el Diario de Cádiz a modo de propaganda por los rebeldes con el siguiente titular: "Una familia abandonada por un mal padre ha sido liberada de zona roja".
Al terminar la guerra, Manuel volvió y se presentó a las autoridades. Fue encarcelado durante unas semanas y liberado a continuación por la influencia que ejerció un propietario conocido para quien Manuel había trabajado y a quien había ayudado a salir de la zona republicana los primeros días del levantamiento. Este mismo hombre también cuidó de su familia, ofreciéndole las llaves de una casa en Alcalá de los Gazules cuando se enteró que habían sido trasladados al pueblo. Manuel Sánchez Meléndez sobrevivió a la locura y a la barbarie porque ese sería su destino.
Cuando el juez José Luis Molina interrogó a 'Pelusa', éste lanzó toda clase de evasivas: Que conocía de oídas a Meléndez, que sólo sabía de él que le apodaban 'El Niño de Algeciras' y que nunca participó en el asalto y robo de la finca del guarda porque, un día antes, marchó a La Sauceda para acompañar al 'Caracolón' y a su familia. También negó que portara armas, porque su trabajo era el de arriero, si bien admitió que había estado a las órdenes del comité republicano de La Sauceda con la misión de vigilar y avisar, con ayuda de una cuerna, de la llegada del Ejército rebelde y, en otras ocasiones, con escopetas de vigilancia que eran propiedad del comité.
Finalmente, el juez instructor sólo pudo procesarle por un delito de auxilio a la rebelión. No tenía más que eso. 'Pelusa' fue ingresado en las cárceles de Jerez y Cádiz en espera de la celebración del consejo de guerra.
La vista se celebró en Cádiz el 25 de marzo de 1938. La sentencia posterior exoneraba a 'Pelusa' del saqueo en la casa del guarda y del asesinato de Meléndez pero castigaba a García Florido como autor de un delito de auxilio a la rebelión. Fiscalía pidió treinta años de reclusión por este delito, mientras que el tribunal le condenó a una pena de catorce años, ocho meses y un día. La condena le fue conmutada en 1944 y Antonio García Florido, 'Pelusa', se recogió en Algeciras, donde se le pierde el rastro.
A José Jiménez, el industrial propietario del camión que fue despeñado en La Jarda y amigo de Meléndez, lo dejamos en Jimena, donde consiguió -junto a sus compañeros- un salvoconducto para llegar hasta la estación de la localidad malagueña de Gaucín. Jiménez, sin embargo, llegó a Gaucín, cogió campo a través para volver a Jerez pero por el camino fue reconocido por los milicianos, por lo que tuvo que regresar a Jimena, donde permaneció detenido durante varios días. Más adelante, fue trasladado a Ronda, donde trabajaría como barbero.
Juan Fernández 'Busique', el arriero de Meléndez, recorrió los mismos pasos que Jiménez y también fue reconocido en el valle de La Sauceda por un miliciano que le apresó. 'Busique' fue conducido junto a un grupo de arrieros que también habían sido detenidos. Con ellos convivió 'Busique' durante cuatro cinco días, hasta que sus captores se deshicieron de ellos cerca de Gaucín. Desde aquí, 'Busique' llega a Ronda, donde coincide con Jiménez, el chófer Pepe 'El Garrotín' y el ayudante Juan Pérez. Se escondían en una cueva pero, una noche, al escaparse uno de los mulos, los hombres fueron a capturarlo y, al salir del refugio, se toparon con un grupo de milicianos con las escopetas en la cara. Los cuatro hombres fueron conducidos a San Pedro de Alcántara, donde permanecieron hasta que el avance de las tropas de Franco obligó a los milicianos a refugiarse en Málaga. Días después, los cuatro hombres regresaron a Jerez.
Los hermanos 'Tomiros', Antonio y Domingo Ruiz ('El de la Toma') junto a Ambrosio González Ortega, no siguieron el repliegue hacia Ronda de las fuerzas republicanas tras la toma de La Sauceda por las tropas nacionales. Fueron fusilados en aplicación del Bando de Guerra. Nunca fueron reclamados ni interrogados por el crimen de Juan Sánchez Meléndez.
Rosa Sánchez Márquez, hija de Juan Sánchez Meléndez y esposa de Manuel Cabeza Pérez, alcalde de La Sauceda, nunca imaginó que terminaría sola sin nada de valor salvo cuatro hijos pequeños, rapada y exhibida en Ubrique como un trofeo, junto a otras mujeres, después de haberse tomado la correspondiente dosis de aceite de ricino que sus captores le suministraron.
En el hogar de la calle Empedrada de Jerez, el crimen dejó otras víctimas: La viuda Isabel Márquez Muñoz y sus hijos quedaron inexplicablemente desposeídos de todos los bienes de su marido, lo que les condujo a un largo y penoso peregrinar en la ciudad en busca de techo y comida para su extensa prole. Juan Sánchez podría haber sido declarado un héroe, ya que perdió la vida intentando valientemente traer una partida de carbón a Jerez, un combustible esencial en aquellos tiempos para cubrir las necesidades básicas de sus habitantes.
Pero lejos de eso, dejó a su mujer, ajena como era costumbre en esa época de los negocios de su marido, al cuidado de los hijos, con unos recursos mínimos que le permitieron tirar hacia delante durante muy poco tiempo hasta que se quedaron sin nada. Aquella familia ni tenía dinero ni sabía cómo ejercer su defensa. Después de lo sucedido tan precipitadamente al perder la referencia y el potencial universal que representaba el cabeza de familia, sólo le quedaba un inmenso frío que le terminó helando la voluntad por el sufrimiento y el miedo.
La muerte de Juan beneficiaría a algunos usurpadores y aprovechados que no faltaban aquellos días, entre ellos la persona de confianza que le llevaba las cuentas. Los nacionales, como no debieron reconocerles como gente adicta a su causa, tampoco le facilitaron ayuda. Y en realidad de lo que se trataba era de una familia inocente y desamparada por culpa de una guerra que llevó a los españoles a caer sin necesidad en el infierno.
Juan Sánchez quizá murió para satisfacer a los sediciosos cuando, para justificar el glorioso alzamiento nacional, argumentaban que el pueblo español era racialmente violento y dado a las guerras fratricidas; que los poderes surgidos de las elecciones de febrero de 1936 eran ilegítimos; que ante la incapacidad del gobierno republicano para garantizar la vida y los bienes personales de las personas de orden, aquel golpe de estado tenía como objetivo prevenir a España de un complot comunista.
Juan Sánchez Meléndez también murió para que tomemos conciencia de que aquel innombrable acontecimiento de la historia de España nunca más debe volver a repetirse.
En noviembre de 1936, tropas de la Falange y voluntarios de las Milicias al mando del teniente de la Guardia Civil de Ubrique, José Robles, cercaron el cortijo de 'El Marrufo', paso natural de los republicanos que huían hacia Málaga, y acometieron una represión sangrienta. Toda la provincia estaba ya en manos de los rebeldes.
Pese a los recientes esfuerzos de la familia, el cuerpo de Juan Sánchez Meléndez nunca ha sido encontrado.
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