Notas al margen
David Fernández
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Patrimonio
La luz asoma de lo inesperado. Es tiempo de contar una historia.
Sentada en uno de los bancos de madera en el interior de la Catedral de Jerez, Valeria observaba la inmensidad del monumento. Con cierta inquietud, jugueteaba con el lápiz entre los dedos. De vez en cuando hacía alguna foto. Una libreta espera alguna anotación con los brazos abiertos. Y es que tenía que realizar un trabajo sobre el templo para su asignatura de 'Arte español moderno' que cursaba dentro de la licenciatura de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla.
Defraudada, en cierto modo, por lo que le ofrecían los libros que sobre la Catedral había consultado, un tanto herméticos en su narrativa, poco inspiradores y faltos de deleite, pensó mejor 'atacar' en persona al sujeto de su estudio.
Algo le decía que estaba en el camino. Cogió el tren hacia su tierra de origen y emprendió andando el trayecto que le llevaba desde la estación a la Catedral. Entró al monumento firme en su propósito de que las atractivas palabras de un deán o un guía entusiasmado le darían las claves para su trabajo, un suculento manjar de datos bien expuestos y más animosos que todo lo que había leído hasta la fecha.
Chasco. Con amabilidad, un sacerdote le recondujo de nuevo a esas obras en papel. Fue como volver atrás. Seguía sin tener nada jugoso, diferente.
Con cierto desánimo, se sentó y observó. Una persona había presenciado la escena. Una mujer de mediana edad, empleada de la limpieza del monumento, se acercó a ella. "¿Qué estás buscando? ¿Te puedo ayudar?". La estudiante contestó: "estoy aquí para realizar un trabajo de investigación sobre la Catedral para la Universidad, pero la persona a la que he preguntado no me ha hecho mucho caso, no me ha podido aportar información diferente a la que ya tengo". La mujer, llamémosla Ella, se apoyó en el palo de la gran mopa que lo soportaba y se inclinó: "yo sí puedo ayudarte".
¿Ein? Los ojos se le abrieron como platos, como un niño tras el escaparate de una pastelería. La joven se dejó llevar entonces por la que se convertiría en la mejor guía de la Catedral que conocería. Se citaron una semana después. Le aseguró que le enseñaría algunas partes secretas del monumento.
Y así fue. Aprovechando que tenía que limpiar las escaleras de caracol que se encuentran dentro de uno de los pilares, Ella invitó a la universitaria a acompañarla. Juntas recorrieron las cubiertas, se pasearon por el techo de la Catedral con total libertad, vigiladas sólo por las grandes esculturas que, desde abajo, parecen inofensivas en tamaño. Un paseo revelador, impresionante, que más que aportarle datos teóricos o técnicos en sí le permitió ver el monumento desde otro punto de vista. Recrearse, cargarse de material al que pocas personas habían tenido acceso.
Una vez abajo, la estudiante observó una piedra en el suelo. Ella le explicó que se caen a menudo de las bóvedas. Se la regaló. La joven estaba realmente feliz. ¿Qué era aquello que le había pasado y que había dado la vuelta a un trabajo que apuntaba hacia otra dirección mucho menos atractiva? "Menuda la suerte", se dijo mientras visualizaba ya lo que iba a escribir.
Parte del impulso de la limpiadora para acercarse a Valeria fue mostrarle la que consideraba su segunda casa, en la que trabajaba, pero a la que estaba ligada de una forma tan íntima. Conocía su pulso diario, la gente que entraba y salía, limpiaba y cuidaba cada rincón. Digamos que había visto al desnudo el monumento, sin tapujos, y eso la unía más a él. Quizás Ella desconocía los datos más técnicos de la Catedral, pero era poseedora de una gran suerte: estar solas, en ocasiones, la Catedral y Ella. Formaba parte del otro mundo de la Catedral, lejos de formalidades religiosas y administrativas, se sentía empoderada por contar el monumento a su manera, de todo lo que había aprendido durante su labor como testigo diario.
Hace ya más de una década de esta aventura, que llega ahora contada con detalles por una de sus protagonistas. Una historia que es una de las semillas que dan vida a 'Luces de intramuros', un proyecto visual y escrito de memoria y reflexión del intramuros de Jerez, creado por Valeria Reyes, la chica del banco, a quien la limpiadora le entregó conocimiento y amor por el patrimonio, más allá de los muros y de los libros.
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