En la 'mina verde'
En la Viña 'La Racha' se recogen en plena noche las más selectas uvas de González Byass. Con su mosto se rociarán las soleras del 'Tío Pepe Fundacional'

En mitad de la madrugada del jueves, el conocido Pago de Macharnudo se presenta como una inmensa mancha negra que tan sólo osa atravesar, ante los faros del coche, algún pequeño conejo asustadizo. Hay que evitar atropellarlos. El camino hacia ese mar de viñas, imperceptible a esas horas, es largo y angosto, añorándose al poco de entrar en sus dominios el asfalto de la carretera del Calvario que conduce a sus inmediaciones. El rumbo que lleva marcado en el 'gps' de su cabeza el jefe de Viñas de González Byass, Salvador Guimerá, es la viña 'La Racha', una explotación veterana, con 30 años de antigüedad (¿o será de experiencia?) repleta de magníficas uvas, que tan sólo hábiles manos son capaces de arrebatar en forma de 'alados' racimos de uva palomino. Navegamos entre un mar de viñas pero, en esos momentos, tan sólo somos náufragos a bordo de un bote de cuatro ruedas y mucha tracción que surca olas de albero y remansos en forma de cortas llanuras. Vamos a ser testigos del nacimiento, del origen, del germen de algo tan importante para González Byass como es el mosto que una vez fermentado rociara las más cuidadas soleras de la casa de la Alameda Vieja: las del 'Tío Pepe Fundacional', que se conserva en esa bodeguita cuya entrada se haya enfrente de la Puerta de Consolación de la Catedral de Jerez. Llegar a la viña no significa, ni mucho menos, encontrar vida. Todo está desierto en mitad de la noche, aunque como se dice habitualmente, siempre hay ojos en el campo que todo lo ven. Tan sólo es posible encontrar a la cuadrilla de cuarenta vendimiadores tras flanquear una loma que los esconde.
A los más veteranos, semejante despliegue de luces en movimiento en mitad de la negritud, en mitad de la nada, nos recuerda la famosa escena de 'Encuentros en la Tercera Fase', la película de Spielberg en la que humanos y alienígenas se dan la mano. Quizás sea el hombre en este caso el ser extraño que se adentra a hurtadillas en los dominios de un Dios Baco dormido para hacerse con sus tesoros. La noche luce espectacular alejada de la contaminación lumínica de las grandes ciudades. Jerez queda oculta y tan sólo la lejana luz del faro de Chipiona y la del parque eólico de la carretera de Rota dejan su impronta en un horizonte que parece tocarse con la mano.
"Vendimiar de noche tiene más ventajas que inconvenientes", dice Salvadoro Guimerá. El producto agradece enormemente que sea separado de la planta matriz en plena noche. "Los racimos son más turgentes, no se relajan por el efecto del calor", apunta y añade, uva en mano, que "igualmente las pérdidas por evaporación son menores". Los miembros de las cuadrillas, como si de mineros de verde carga se tratara, van ataviados con luces en la frente para ayudarse en su trabajo, también con chalecos reflectantes, aunque el gran esfuerzo lumínico lo realizan en verdad los pequeños tractores que del ronroneo constante de sus motores sacan la energía suficiente para iluminar los 'líneos' de la viña 'La Racha' de cuatro en cuatro. Cuando el sol decida tomarlo todo la cuadrilla se alegrará de que ese ruido de fondo concluya. "Ya era hora", proclaman casi al unísono. La única pega que ponen a trabajar de noche hace referencia a un viejo dicho popular: "Mire, de noche todos los gatos parecen pardos", en clara referencia a que tienen que aguzar el ojo para encontrar los más recónditos racimos en la espesura de unas cepas que, vista su veteranía, se retuercen como mitológicas hidras de madera.
La actividad en la viña tiene aires ceremoniales. Todo se cuida al detalle para que esa uva, llamada a regar las mejores soleras de 'Tío Pepe', llegue en las más perfectas condiciones al centro de molturación de 'Las Copas'. Tanto es así que hay órdenes específicas de que los contenedores alimentarios de 350-400 kilos que reciben los racimos portados por los vendimiadores en cajas "se llenen sin colmo", para evitar de esta forma que al apilarlos la carga del superior aplaste la del inferior. Cada uno de los vendimiadores llena en cada ida al carril una caja con 15 kilos. Los hombres que lo hacen proceden de numerosísimos lugares del Marco. Desde el propio Jerez a El Cuervo, sin olvidar Trebujena y otras poblaciones cercanas. Son trabajadores agrícolas que por trabajar de noche cobrarán un complemento del 25% por nocturnidad. Suelen ser los que a lo largo del año realizan las tareas propias del mantenimiento y crianza de la vid.
Inician su jornada a las dos de la madrugada y la concluirán a las nueve de la mañana, cuando el sol empiece a cumplir su amenaza de ir avanzando hacia su cénit. Todos son hombres. Atrás quedaron los años en los que hasta el 97% de los vendimiadores eran mujeres, cuando por entonces los hombres se ganaban el jornal en el sector de la construcción. De ellas, incluso saliendo de la crisis, ya no queda ni rastro en las viñas. Ha vuelto a ser cosa de hombres.
La noche en la viña es fresca. Es un verano de poniente y la leve brisa que corre por la leve ladera se deja notar. A ella se unen las 'blanduras' de la noche, ese rocío que todo lo impregna y que, como a quien suscribe, deja en evidencia a los que no han ido lo suficientemente abrigados. El fresco no cala los huesos, pero provoca que te metas las manos en los bolsillos. Un gesto que repite el resto de la delegación, que más previsora, ha llevado mangas largas.
Todo el firmamento, comienza a girar. Las osas de la bóveda celeste han girado en torno a la estrella polar que permanece inalterable señalando el norte a Dios sabe qué navegantes. Quienes hacemos este reportaje, a estas alturas, permanecemos anclados en la base de dos olas de albariza vieja, ante contenedores de plástico que muestran lo más granado de la vendimia jerezana: racimos de corte perfecto, exactos ejemplares de esa 'raza', la palomino, que sigue erigiéndose en embajadora de los vinos de esta tierra por el mundo entero.
Éste es el tercer año en que esta vendimia nocturna y manual se lleva a cabo en las viñas más exclusivas de González Byass. 'La Racha', en este caso, que tiene 15,5 hectáreas, se ubica dentro de la finca San Antonio, con 120. Tal es la delicadeza que se emplea en estas 'extracciones' que los vendimiadores realizan en la 'mina verde', que todo el operativo está coordinado para que en cuanto el alba asome (en este caso lo hace por encima de Jerez, bella estampa donde las haya) los camiones marchen con la preciada carga a 'Las Copas' y allí se afine el proceso. Será entre las 6,30 y las 7 horas. Todo programado al milímetro. Las uvas serán tendidas en una mesa y dos muchachas retirarán todas aquellas uvas que se hayan pasificado así como las que se consideren no aptas para conseguir el mosto que ha sido destinado a tan selecto destino. La línea de molturación espera 'ex profeso' a unos seis kilómetros de distancia. Semejante despliegue no deja de ser algo así como un empeño por que la cadena de frescor que reporta la noche a esos racimos no se rompa, que la turgencia y la vida de la uva se conserven hasta el instante en que entreguen su 'alma' hecha mosto. "No en vano, esta uva es la que hace arrancar estos días a 'Las Copas", apunta el jefe de Relaciones Públicas de González Byass, José Argudo.
La vendimia nocturna en 'La Racha' dura apenas tres o cuatro días. Es lo que tienen las minas con 'tesoros verdes' escondidos. Que duran poco. El resto de la producción se recogerá a mano y a máquina pero ya de día durante dos o tres semanas.
El cese del rumor de los motores de los tractorcillos que dan luz anuncia que el lucero del alba, parece ser que Venus, comienza a ascender por el levante. Es justamente entonces cuando el negro se vuelve gris y al poco el verde se torna eterno. Es entonces cuando pasamos de navegar entre un mar de cepas interminable que tan sólo se puede ver por Macharnudo y otros pagos tocados por la mano del hombre. Es por entonces cuando la luna, en lo alto, aún se enseñorea en su plata antes de que los rayos del sol la hagan palidecer.
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