La mirada de Fleming
Lectores sin remedio

Una de las fotos más icónícas de las realizadas a visitantes ilustres de esta ciudad es, sin duda, la que recoge el momento en el que el premio Nobel sir Alexander Fleming firma una bota de jerez en la bodega El Molino de Domecq un 10 de junio de 1948. Esta foto que hoy se conserva en los archivos de Bodegas Fundador, es más que una simple fotografía, pues esconde a través de esa extraña expresión con la que mira a la cámara el doctor británico, los entresijos de un viaje en el que hay algo más que los ecos entusiastas que fue dejando su paso entre la población de las ciudades españolas que visitó, entre ellas Jerez.
Sin duda, aquel viaje fue un gran acontecimiento en una España donde Franco, pese a las apariencias, aún luchaba para asentar su Régimen (y más tras la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial). Visitas como la del escocés a la España de 1948 eran, sin duda, instrumentos propagandísticos de gran importancia para el Régimen; sin embargo, tras aquella visita hubo algo más que fervor popular hacia el ilustre visitante, y se intuyen en ella aspectos oscuros aún no desvelados que puede que expliquen esa extraña mirada de Fleming de la que hablábamos antes. Desde luego a lo largo de todo el viaje que se inicia en Barcelona un 26 de mayo, y que llevó al premio Nobel y su mujer Sarah Marion McElroy a visitar también Sevilla, Córdoba, Jerez, Toledo y Madrid (desde donde regresaría a Londres un 14 de junio), la pareja fue sometida a una estricta vigilancia por los servicios de información del Régimen, que trataban de impedir que Fleming pudiera entrevistarse con personas no gratas para las autoridades.
Un misterio no menor del viaje fue cómo se autorizó este, si Fleming era miembro de una logia masónica londinense, y en España se aplicaba con todo rigor la ley de represión de la masonería por aquellas fechas. ¿Se ignoraba este detalle? Tampoco se sabe mucho, otro misterio más, de la extraña enfermedad que contrajo en el viaje la esposa del Nobel, Sarah, y que acabó con su vida un año después. El paso efímero de Fleming por Jerez lo llevó a visitar la clínica Girón o la bodega El Molino a la que se refirió años después: “Vi botas con nombres sobre ellas: Nelson, Wellington, Pitt y otros. Tuve que subir a una escalera y escribir mi nombre con tiza sobre un barril. En Escocia me enseñaron a escribir con claridad y me imagino que no hay en esa bodega nombre mejor escrito que el mío”. También nos dejó una extraña mirada que esconde algo, un instante recogido en una fotografía en la cual hemos querido hurgar José López Romero y yo a través de la novela ‘¡Vigilad a Fleming!’ (Editorial Luna Nueva, Jerez). Ramón Clavijo Provencio.
El bufón
Los bufones siempre han estado íntimamente relacionados con las cortes, en las que los reyes y cortesanos al tiempo que se solazaban con diferentes y variados espectáculos, tenían y mantenían a estos personajes encargados de divertirlos con “chocarrerías y gestos” (como así reza la definición del DRAE). Algunos incluso llegaron a ocupar un puesto de privilegio en la privanza del rey, hasta el punto de erigirse en uno de sus más allegados consejeros. Prueba de ello es su presencia en las pinturas de la época. Y aunque casi todos de los que se nos han conservado memoria e imagen adolecen de alguna discapacidad, sobre todo, la enanez (como la famosa Maribárbola inmortalizada por el gran don Diego de Velázquez en ‘Las meninas’), como si por los enanos hubieran mostrado especial predilección los reyes, algunos, excepcionalmente, no presentaban ningún defecto físico.
Esto es lo que se cuenta de uno de los más famosos bufones de la Corte de Carlos V: don Francés de Zuñíga o por nombre más conocido Francesillo de Zúñiga, quien se considera el autor de la no menos famosa ‘Crónica burlesca del emperador Carlos V’, aunque en los últimos tiempos Jesús Cáseda Teresa le atribuya esta obra a don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, III conde de Miranda y Grande de España, quien conoció al bufón en la Corte y “en la tierra salmantina cuando este último estaba al servicio de su primo el duque de Béjar”.
Porque don Francesillo, nacido en esta localidad salmantina y de familia de judíos, entró en contacto con el emperador cuando formaba parte del séquito con que el duque de Béjar fue a presentarle sus respetos al joven Habsburgo en un encuentro que tuvo lugar en Valladolid el 18 de noviembre de 1517, recién llegado el rey a España (datos recogidos de ‘Fortuna y adversidades de don Francés de Zúñiga’ de José A. Sánchez Paso). Su famosa ‘Crónica’ no fue impresa hasta el siglo XIX y se considera una obra maestra de la literatura bufonesca. Como si de un periódico se tratara, don Francés (o don Francisco) les da un repaso, entre chascarrillos y bromas, a cortesanos y villanos, obispos, militares, alcaldes y criados, sin dejar clase social libre de su acerada pluma. El bufón del reino era, como podemos comprobar por don Francesillo, un cargo o título de cierta relevancia y prestigio. Por el contrario, en estos tiempos, el bufón del reino puede serlo cualquiera, aunque alguno con más méritos que otros. José López Romero.
Reseñas
Cada día es del ladrón
Teju Cole. Acantilado, 2016.
Junto con el clásico Chinua Achebe y con la siempre interesante Chimamanda Ngoze Adichie, Teju Cole, puede ser el tercer ejemplo, de otros muchos, de la sólida literatura nigeriana. Aunque los tres nombrados tengan también en común su educación o magisterio estadounidense; es más, Cole nació en Nueva York en 1975. ‘Cada día es un ladrón’ es una novela corta sobre Lagos y la corrupción instalada en una gran ciudad donde la ley se mide por el soborno que obligatoriamente se tiene que ir repartiendo. El protagonista y narrador (trasunto del propio Cole), que ejerce la medicina en Nueva York, va a pasar unas vacaciones a casa de su tía Folake. A partir de aquí, se nos ofrece una visión cruda de un país que se odia y se ama con la misma pasión. J.L.R.
La hermana de Katia
Andrés Barba. Compactos Anagrama, 2012.
Andrés Barba (Madrid, 1975) ya es, sin duda, un escritor plenamente consolidado en el panorama literario español. Los premios y una producción literaria de gran calidad, lo avalan con creces. Leídas ya ‘Ha dejado de llover’ y ‘Agosto, octubre’, que se inscriben en el género de las “nouvelles” o novelas cortas, ‘La hermana de Katia’ es un relato de mayor aliento o extensión, una novela de cuatro mujeres: la abuela, la madre, Katia y su hermana de catorce años, que se convierte en la protagonista, de ahí el título. Una niña que a veces no entiende los códigos con que los adultos manejan los hilos de sus vidas. La prostitución, las peleas familiares, la incomunicación, la falta de referentes y una tragedia del pasado marcan las vidas de estas cuatro mujeres. Muy interesante. J.L.R.
Las fuerzas contrarias
Lorenzo Silva. Destino, 2025.
Alguna vez hemos comentado en esta sección de libros, de la conveniencia o no de prolongar en el tiempo una serie exitosa de novelas. A diferencia de algún caso que no mencionaré, la serie protagonizada por Bevilacqua y Chamorro, afortunada creación de Lorenzo Silva (‘El alquimista impaciente’ fue su primer caso, premio Nadal 2000), sigue demostrando una vitalidad e interés en sus historias siempre acompañadas con un mayoritario aplauso por parte de lectores y crítica. La desaparición de una mujer en Badajoz y la aparición de una anciana muerta en su casa en Toledo que se solapa con las numerosas muertes por COVID-19, hacen intervenir una vez más a la pareja de guardias civiles, que en esta historia nos muestran sus perfiles más emocionales a la vez que, paralela a la trama, planea una mirada crítica sobre la incrédula y egoísta sociedad sobre la que se abatió aquella terrible pandemia. R.C.P.
Vagalume
Julio Llamazares. Alfaguara, 2023.
Releo esta historia del escritor leonés, al que conocí hace años acercándome a sus libros de temática viajera. A veces esto de la relectura de libros es muy aconsejable, sobre todo cuando se nos quedó un cierto sentimiento de culpa con libros que leímos demasiado apresuradamente o en un momento poco favorable. Vuelvo a las páginas de ‘Vagalume’ y lo hago sumergiéndome nuevamente en ese inicio de la historia casi magnético. A su muerte, el periodista Castro -cuyo padre había subsistido y mantenido a su familia publicando aquellas novelitas de “a duro”, policíacas o del oeste, consumidas a miles por aquella generación frustrada de la posguerra española- deja una serie de manuscritos que extrañamente no han sido publicados. Ese misterio lleva a su antiguo discípulo César a bucear en la historia de alguien al que nadie pareció conocer realmente. Muy recomendable y sí, esta historia merecía una relectura. R.C.P.
También te puede interesar