Muere Antonio Benítez Manosalbas, el último gran cernícalo

Aficionado cabal y fundador de la Peña Los Cernícalos defendió y enarboló durante toda su vida la bandera del flamenco de Jerez

Jesús Rodríguez, protagonista del LII Pregón Flamenco de la Semana Santa de los Cernícalos

Antonio Benítez, señalando el cuadro de los fundadores de la Peña Los Cernícalos.
Antonio Benítez, señalando el cuadro de los fundadores de la Peña Los Cernícalos. / Manuel Aranda

"¿Cómo estás Antoñiín? Los hay peores". Así contestaba siempre Antonio Benítez Manosalbas cuando se le preguntaba por su estado de salud, con ese tono irónico y sarcástico que desprendían a menudo sus palabras. Se nos ha ido. Sí, ha fallecido este sábado 29 de marzo a las 14 horas el último gran cernícalo. Con su adiós se cierra un ciclo en la peña flamenca más antigua de la provincia, y la tercera de Andalucía (por detrás de La Platería en Granada y Juan Breva en Málaga), porque era el último de los 14 socios fundadores que en 1969 iniciaron una aventura inolvidable a la que Jerez y la provincia tienen mucho que agradecer.

Antoñín, como le conocían todos, ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes referentes del flamenco en Jerez, ya no sólo por su implicación y desarrollo del tejido asociativo jerezano, sino por su amor incontestable al arte jondo, al que defendió durante toda su vida. Amaba Jerez, una tierra por la que, aunque no era la suya porque había nacido en Córdoba, sentía verdadera predilección. Porque Antonio Benítez había nacido en el pueblo cordobés de Alcolea pero con 9 años, cosas de la vida, se trasladó con su familia a Jerez, una ciudad de la que siempre se sintió orgulloso.

Aficionado cabal desde su juventud, nunca dio la espalda a los que lo necesitaban, y aunque en muchas ocasiones el flamenco la había traído algún que otro disgusto en casa, su apoyo y defensa para todo aquel que llamaba a su puerta era una constante. "A mí todo esto me ha costado el dinero, pero que mucho dinero", afirmaba a veces con la boca pequeña, pues en realidad, aquel dinero nunca lo consideró mal gastado, pues al fin y al cabo, era una de las cosas que más apreciaba en su vida.

Su trabajo en la imprenta y la rotativa le permitía poder dedicarse a su mayor hobby, de ahí que fundara, junto a otros 14 amigos, la Peña Los Cernícalos a finales de los años sesenta. Aquel movimiento, que pasó sus dificultades porque nacía en una España donde el franquismo marcaba con especial vehemencia los encuentros colectivos, surgió inicialmente en el kiosko de El Retiro, para pasar posteriormente por la barriada de El Pelirón, la Estancia Barrera y la calle Sancho Vizcaíno, donde ha permanecido hasta el pasado año.

Durante todo ese tiempo, Antoñín fue una persona comprometida con su peña, generando y trabajando por la divulgación y el fomento del flamenco más tradicional. "Aquí no se sienta nadie con una flauta o un violín", decía en una entrevista publicada en Diario de Jerez tras preguntársele por las nuevas direcciones que había cogido el flamenco.

Su constancia e ilusión por este arte, más le valdría a más de un político parecerse un poquito a él, le hizo ser el valedor de muchos artistas de esta tierra, algo que quizás, como suele pasar en este bendito universo flamenco de Jerez, nunca se le agradeció. Su coche siempre estaba dispuesto a llevar a cualquier recital, por lejos que fuera, a El Torta, El Garbanzo o Manuel Moneo, de acercar a Rubichi a algún concurso, o de enarbolar la bandera del flamenco de Jerez en Zamora, Huelva o la mismísima Francia.

Aunque lo que más le gustaban eran aquellas noches en el cuarto de cabales, rodeado de gente como Pedro Carabante, Juan Enri, Joaquinito o su compadre Pepe Mateos, noches donde escuchar a Agujetas o a Manuel Moneo, sus dos grandes referentes, le hacían disfrutar como un niño. Muchas de esas experiencias quedaron inmortalizadas por el desaparecido Rafael Infante, con discos como 'Pa mi Manué', 'Flamenco en los tabancos de Jerez' o el de Tía Bolola, donde podemos escuchar al propio Antoñín cantando. "Por lo menos me defiendo", me dijo entre risas alguna vez. Pero lo que nunca dejaba escapar era una de esas pataítas que hacía a compás y con mucha gracia y que no faltaban nunca en algún fin de fiesta de la peña, en la caseta de Feria de los Cernícalos o cualquier comunión o boda en la que se creara una buena juerga.

Antoñín, en una de sus clásicas pataítas en la Feria.
Antoñín, en una de sus clásicas pataítas en la Feria.

Junto a sus inolvidables 'cernícalos' consiguió devolver el prestigio a nuestra saeta por seguiriyas, promoviendo aquel Concurso de Saetas en la calle que tantas tardes noches de gloria dio a la Semana Santa de Jerez, sin olvidarnos de su querido Concurso de Guitarra de la Peña Los Cernícalos, pionero en su momento y que consiguió que por la ciudad pasaran muchas de las últimas generaciones de guitarristas que ha dado el flamenco. En su apuesta no faltó el apoyo a la discografía, como aquel inolvidable 'Nueva frontera del cante de Jerez', que gracias a su insistencia, se hizo realidad, y la multitud de actos que la peña celebraba a lo largo del año, llámese Pregón Flamenco de Semana Santa, Noches de la Plazuela. Todo sin ayuda de nadie, y eso tiene aún más mérito.

Su pasión se extendió también a instituciones como la Cátedra de Flamencología de Jerez, de la que era miembro y parte activa, y no se quedó solo en Jerez, sino que abarcó distintos enclaves de la provincia. Y si no que pregunten por Antonio Benítez en Paterna, donde fue pieza clave en el desarrollo del Concurso de la Petenera, o en Prado del Rey, por no hablar de su asesoramiento en cualquier peña o asociación que recurriese a él para comenzar a funcionar.

Precisamente muchas de esas peñas le agradecieron su labor en estos últimos años, tanto la Federación Provincial como la Federación Local de Peñas, que consiguieron devolverle, de alguna forma, tanto trabajo en defensa y promoción del flamenco. Te echaré de menos, Antonio. Descansa en Paz, querido amigo.

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