Los océanos y las humanidades
Cerebros en toneles
El océano del saber es infinito. Hemos aprendido que el ámbito del conocimiento es complejo, atravesado por corrientes inestables. No existen estados fijos en un ser líquido y dinámico. Hay que ser consciente de ello a la hora de elegir un camino profesional y estudios superiores. Aunque la idea de currículum flexible se está haciendo realidad poco a poco, todavía nos vemos sujetos a la inevitable, de momento, parcelación administrativa del saber.
Una de esas corrientes es el estudio de las humanidades: historia, filologías, arte, filosofía… Saberes todos inútiles para quien tiene una visión muy reducida del conocimiento, una mirada tecnocrática. Saberes, pues, que no aportan nada, ni a la persona ni a la comunidad… Sin embargo, la actualidad nos muestra que no basta con avanzar en el ámbito tecnocientífico. Siempre hay que tomar decisiones éticas y políticas. Y ahí nos atascamos, quizás porque improvisamos o porque pretendemos aplicar solo la racionalidad tecnocientífica, dejando a un lado tanto la racionalidad ética y comunicativa, como la sensibilidad artística.
Con el método científico explicamos qué estructura tienen los virus o nuestras economías. Explicamos la naturaleza y la sociedad. Diseñamos vacunas y creamos instituciones financieras para transformar esas realidades y vivir mejor. Es a la hora de distribuir las vacunas o asignar los impuestos cuando todo se enturbia. La causa de estos oscuros y nocivos enredos: hemos explicado los fenómenos naturales y sociales, pero no hemos logrado comprender su significado, su sentido. Esta tarea corresponde a las humanidades, que por supuesto, deben colaborar constantemente con las ciencias de la naturaleza, si no quieren ser mera palabrería.
Es un error concebir las humanidades como un mero contrapeso al desarrollo dañino de la tecnociencia. Tienen como objetivo alcanzar una comprensión global del ser humano. Se trataría de llevar a la práctica los ideales del humanismo ilustrado, impulso que arranca en las ciudades griegas y llega hasta nuestros días transformado en un espíritu cosmopolita. Las humanidades se preguntan por el sentido de la investigación científica, de las tecnologías y de las instituciones sociales.
Los datos, las teorías y las máquinas son necesarios, pero no suficientes para progresar. Es preciso saber qué debemos hacer, qué es lo correcto, qué somos, qué tipo de ciudadanía queremos, qué modelo de sociedad y desarrollo… Necesitamos profesionales que hablen con inteligencia y prudencia sobre estos temas.
La senda del humanismo ilustrado conduce a la autonomía racional, moral y estética. Las ciencias y las artes nos proporcionan los medios pertinentes para desplegar nuestra dignidad. Hacen falta profesionales de las humanidades que investiguen y provoquen debates. Así evitaremos los grandes males de siempre: la ignorancia, el fanatismo, la superstición, la esclavitud y la injusticia. Hay una brecha práctica que deberíamos cerrar cuanto antes: los científicos y profesionales de la salud han realizado su trabajo de forma ejemplar, mientras que los gestores políticos han generado más incertidumbre y confusión.
No basta con una sociedad de expertos y técnicos. Para comprender el presente y vislumbrar el futuro se requiere conocer la tradición. Esa tradición cultural permite algo esencial para las democracias: un diálogo racional que regule nuestra praxis y aclare los fines que debemos perseguir. La historia de los conceptos (científicos, filosóficos, artísticos…) arroja luz sobre nuestra experiencia actual. Son las categorías que utilizamos para clasificar el mundo y fundamentar nuestras elecciones.
En todas nuestras instituciones, ya sean económicas, políticas, culturales o científicas, tiene que haber intelectuales que aporten una visión global de lo que estamos haciendo. La claridad de la razón ha de mostrar el horizonte, sin ser esclavos de los intereses económicos y políticos que rigen solo a corto plazo. Pensar de forma global para adentrarnos en los infinitos océanos del saber y salvar los finitos y bellos océanos del planeta.
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