El origen de la vida
Educación | Cerebros en toneles
Los seres vivos que hoy conocemos son el fruto de largos y complejos procesos físicos. Nunca se descubrirá ese instante en el que la materia inerte pasó a ser materia viva, como tampoco sabremos cuándo algunos de esos seres vivos comenzaron a ser conscientes. Los procesos materiales requieren tiempo, millones de años. A pesar de los saltos y de las mutaciones bruscas, la evolución del cosmos implica extensos periodos de tiempo. Solo así cabe comprender cómo fue brotando eso que llamamos vida.
Los experimentos de Miller-Urey en 1953 abrieron el camino: la vida surgió de una sopa prebiótica. Frente a las hipótesis que hacían uso de fuerzas ajenas a la realidad física, se comprobó que la vida es una organización de la materia, nada más, y nada menos… Ya no es necesario acudir a un principio vital, un soplo divino o algo semejante. Al mostrar que no hay brecha, que no hay un salto cualitativo, se diluye la necesidad de un agente divino o espiritual, no material. El experimento de Miller corroboraba la hipótesis materialista del origen de la vida y abría un campo apasionante para la investigación científica y el pensamiento filosófico.
Hace unos días han salido a la luz los resultados de un experimento realizado en nuestro país por un equipo liderado por el geólogo Juan Manuel García Ruiz. En el grupo hay investigadores del Donostia International Physics Center, del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, del CSIC, y de las universidades de Valladolid y Cádiz. Hasta ahora se pensaba que primero surgieron los ladrillos de la vida, los aminoácidos, y que luego se formaron las células. Según este experimento, al mismo tiempo que aparecen esos elementos primordiales también se forman protocélulas, unas cápsulas huecas, unos compartimentos. Los resultados han sido publicados en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) el mes pasado.
En el artículo ‘Concomitant formation of protocells and prebiotic compounds under a plausible early Earth atmosphere’, explican el experimento y extraen conclusiones sobre el origen de la vida en el universo: “Nuestros resultados sugieren que las protocélulas y las moléculas clave de la vida ya coexistían en la Tierra primitiva, preparando el escenario para el surgimiento de la vida… Estos 'protomundos' orgánicos podrían estar ampliamente distribuidos por todo el universo en cualquier cuerpo similar a la Tierra, donde podrían seguir diferentes caminos evolutivos”.
La filosofía de la biología se dedica a pensar sobre el concepto de vida, de especie, de ecosistema… Desde Aristóteles ha habido gran interés por definir qué entendemos por un ser vivo. El mecanicismo moderno y la teoría de la evolución plantearon nuevos desafíos: comprender cómo van apareciendo los diferentes niveles de complejidad. Se parte de una idea simple: todo está hecho de átomos. Lo difícil es explicar la autoorganización de la materia, la capacidad de autogenerarse, repararse, mantener una temperatura constante, reproducirse… Quizás debamos utilizar un enfoque más sistémico si queremos aclararlo.
La vida es un proceso, por eso tiene que ver más con las relaciones que con las sustancias. “No somos individuos aislados, sino algo parecido a complejas redes de organismos de diferentes especies que van definiéndose y transformándose a través de un sinfín de interacciones constantes”. Esta es la tesis que sostienen Carlos Briones y Valerio Rocco en '¿Qué es la vida? Una nueva aproximación desde la ciencia y la filosofía', artículo publicado en Revista de Occidente el pasado diciembre. También hablan en ese texto de la relación entre vida y muerte. Los primeros organismos se dividían, no morían. La muerte aparece miles de años después del origen de la vida. El concepto de vida no implica necesariamente la existencia de la muerte.
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