Por los paisajes de la Lacca romana
Tras las pistas del manantial de aguas sulfurosas de Casablanca
EN nuestro paseo de hoy les proponemos visitar los alrededores de la Junta de los Ríos y del Cortijo de Casablanca, en cuyas cercanías sitúan los historiadores la antigua ciudad romana de Lacca que dio su nombre originario al río Guadalete y que, según las fuentes clásicas, contaba con fuentes termales. Un manantial de aguas sulfurosas persiste aún en estos parajes, hasta los que nos hemos acercado para reencontrarnos con viejas historias.
Como es sabido, la provincia de Cádiz cuenta con numerosos manantiales, muchos de los cuales poseen en sus aguas propiedades medicinales. En la actualidad, sólo el balneario chiclanero de Fuente Amarga dispone de instalaciones para el aprovechamiento de sus aguas sulfurosas en distintos tratamientos termales indicados para afecciones respiratorias, reumáticas y dermatológicas. Sin embargo, hubo un tiempo en el que muchas de estas pequeñas fuentes eran muy utilizadas y apreciadas, llegando a gozar algunas de ellas de gran fama por el efecto terapéutico de sus aguas. Célebres fueron los baños de Gigonza, los de Paterna, los de Pozo Amargo o los de La Esparragosilla y El Cerillar, por citar sólo algunos. En la ciudad de Jerez tuvieron días de gloria los balnearios de San Telmo y La Rosa Celeste, muy visitados gracias al auge que la hidroterapia y el termalismo experimentaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX.
Junto a los más conocidos, repartidos por las campiñas y sierras de nuestro entorno, otros muchos manantiales de aguas 'gruesas' o 'finas', 'herrumbrosos' o ferruginosos, sulfurosos o 'hediondos', salinos, 'acídulos'… recibían no pocas visitas de lugareños y foráneos que, atraídos por sus virtudes curativas, querían beneficiarse del poder curativo de sus aguas. De estas pequeñas surgencias a cuyas aguas se les atribuyen desde antaño propiedades medicinales, llegaron a contarse casi un centenar sólo en las poblaciones cercanas, entre las que destacamos las de Torrecera, Pasada Blanca, Gibalbín, El Guijo, La Mina, La Garrapata, Fuencaliente, La Sarna… Hoy vamos a ocuparnos de uno de esos modestos manantiales, perdidos ya hasta en la memoria de los lugareños y que, nos tememos, corre el riesgo de desaparecer: el de Casablanca.
El manantial se encuentra ubicado en las tierras del cortijo de Casablanca, muy cerca de la carretera que conduce a la conocida barriada arcense de la Junta de Los Ríos. Sus aguas afloran en la ladera derecha de una pequeña cárcava excavada por un arroyuelo que corre entre prados hacia el Llano de la Liebre, por donde busca el Guadalete en las cercanías de las tierras de Casinas.
El cortijo de Casablanca, preside este rincón de la campiña, ocupando la zona más elevada de las lomas margosas del Mioceno sobre las que crecen sembrados de cereal y en las que es fácil ver pastando en los prados la yeguada y la torada de la finca. El cortijo llama la atención por su privilegiada posición, desde la que se domina una amplia perspectiva, y por la solidez de su caserío, en el que sobresale una gran nave, con tejado a dos aguas que sirve de pajar y granero y en la que destacan singulares y robustos contrafuertes cónicos en sus ángulos. Igualmente notable es el patio interior, en torno al que se organizan el resto de las estancias, al que se accede por un gran portón y que cuenta en uno de sus rincones con un viejo pozo.
Los cerros que rodean al cortijo se asientan sobre materiales triásicos -arcillas abigarradas, areniscas y yesos- que afloran en las cotas más bajas y que confieren a las aguas que los surcan cierto carácter salobre. Muy cerca del manantial (que se sitúa a unos 500 m. al este de Casablanca) se encuentra también el cortijo de Doñana, junto al que se ha construido una pantaneta que corta el curso del arroyo principal al que vierte sus aguas el que proviene del citado manantial de aguas sulfurosas.
En el invierno, las escorrentías de este pequeño regato, que actúa también como canal de drenaje de los campos cercanos, diluyen las aguas del manantial, que pasa entonces casi desapercibido. En los meses calurosos, cuando los caudales son menguados, las aguas sulfurosas, que siguen manando con pequeños borbotones y con un hilillo que no cesa, se estancan en pequeñas pozas y charcas en el lecho del arroyo. En ellas se ven brotar burbujas de aire, presentando esa característica capa blanquinosa en la superficie del agua que, como una tenue gasa de 'nata', cubre también los cantos rodados y las matas de hierba del cauce. Es entonces cuando mejor se aprecia ese característico olor a azufre que desprenden estas aguas, que adquieren ahora un aspecto más lechoso, y que explica fácilmente el calificativo de 'hediondas' con el que se conocen popularmente.
Décadas atrás, como nos cuentan los más viejos del lugar, "la gente venía y se ponía la nata blanca en la piel" o se llevaba el agua en cántaros, para tratar con ellas las afecciones cutáneas, para lavarse las zonas afectadas o simplemente, para "tener la piel fina". Eran otros tiempos en los que los abonos, pesticidas y tratamientos fitosanitarios asociados a la agricultura no contaminaban los acuíferos, como sucede ahora en tantos lugares, y en los que la hidroterapia gozaba de gran predicamento.
Aunque en nuestros días ha caído sobre ellos el olvido, estos manantiales sulfurosos eran conocidos ya siglos atrás y diversos autores han querido vincularlos, como veremos, a la época romana. De lo que sí queda constancia es de que el paraje no pasa desapercibido para Pascual Madoz, quien a mediados del XIX, lo cita en su 'Diccionario Geográfico, Estadístico Histórico', refiriéndose a Casablanca como un lugar con 'Cortijo y baños'. Siguiendo la historiografía local, menciona también que "ocupa el sitio de Turdeto, ciudad famosa en la antigüedad que coloca Mariana entre Jerez y Arcos; si bien por las últimas observaciones de sus vestigios corresponde al sitio del cortijo Mesa de Santiago" (1). Al referirse a las fuentes que afloran en las cercanías del cortijo, este mismo autor las describe como "manantiales de aguas termales", indicando también que "sirven para curar todo humor cutáneo y úlceras de la periferia, aunque sean envejecidas, precediendo para ello una preparación médica" (2).
Diferentes historiadores han vinculado estos parajes situados entre las tierras de Casablanca, Casinas y El Cacique con la ciudad romana de Lacca, si bien su emplazamiento es todavía discutido. En el origen de esta hipótesis pueden estar las referencias que aporta Al Himyari, geógrafo e historiador musulmán, nacido en Ceuta en el siglo XIV, quien basándose en testimonios de otros autores anteriores da cuenta de una ciudad llamada Lakka o Lakko. Refiriéndose a ella aporta unas interesantes claves y escribe que es una "Ciudad de al-Ándalus, en el territorio de Sidona. Es antigua y fue construida por el Cesar Octavio. Sus ruinas subsisten todavía. Posee una de las mejores fuentes termales de al-Ándalus. A orillas del río de ésta, el rey de al-Ándalus, Rodrigo, a la cabeza de sus tropas cristianas, se encontró con Tarik b. Zallad, acompañado de sus contingentes musulmanes, el domingo 28 ramadán del año 92 de la Hégira (19 de julio del año 711)" (3).
El profesor Genaro Chic García, siguiendo las tesis de Sánchez Albornoz apoya la idea del posible emplazamiento de Lacca en la zona del Cortijo de Casablanca (4). Aunque esta ciudad no figura en las fuentes literarias o epigráficas clásicas, conviene recordar que su nombre aparece hasta en catorce ocasiones sobre ánforas olearias. Como señalan estos autores, su ubicación habría que buscarla, por tanto, en una comarca olivarera cercana a un río que permitiera el transporte fluvial del aceite. El testimonio de Al Himyari aporta como datos relevantes que 'Lakko' se encuentra junto al 'Maddi Lakka', identificado por Sánchez Albornoz como el río Guadalete. De la misma manera sitúa en el paraje la presencia de importantes ruinas, correspondientes a una ciudad antigua de origen romano. Durante siglos, como queda de manifiesto en la historiografía local arcense y en los testimonios arqueológicos recogidos, en los campos próximos a la Junta de los Ríos y a los Cortijos de Casablanca y Casinas (donde se encontraba la ciudad musulmana de Qalsana o Calsena, a la que otro día volveremos) han aparecido numerosos vestigios de lo que pudo ser una importante ciudad (5).
Por citar sólo algún ejemplo, en las cercanías de Casablanca (junto a Casinas, en la Haza de la Cada o de la Cava, como menciona Gusseme) fue encontrado un fragmento de inscripción funeraria romana en la que podía leerse: "A los dioses Manes. Mumio Hermes, de 32 años, aquí está enterrado. Sea para ti la tierra leve" (6). De esta lápida da cuenta ya el erudito arcense Tomás Andrés de Gusseme en un discurso (sobre las ruinas de Turdeto) escrito en 1755, conservado en la Real Academia de la Historia, en el que apunta también que "… de la tierra que llaman de la Cava, se han sacado gran número de lápidas, columnas, tinajas, y otros rastros, y sucede diariamente lo mismo. De estos se han llevado muchos a las casas del cortijo de Casa Blanca" (7).
Aún hoy, cuando se pasea por estos campos, no es difícil hallar fragmentos de cerámica, de ladrillos o de tégulas que nos evocan, como señalaba hace ya más de un siglo el historiador arcense Miguel Mancheño, una tierra, "… labrada mil veces, y esparcida sobre el inmenso despoblado que comprende centenares de hectáreas, haciendo suponer que fue asiento de ciudad populosa y floreciente" (8).
Con todo, del testimonio de Al Himyari, queremos destacar una de las razones que han llevado al profesor Chic García (como ya antes lo hiciera también Sánchez Albornoz) a vincular el actual enclave de Casablanca con la ciudad romana de Lacca: la presencia en este lugar de fuentes termales que el geógrafo ceutí señala como un elemento singular de aquel enclave. Tal vez, el modesto manantial que aún se conservan en las cercanías del cortijo de Casablanca, la pequeña fuente de aguas sulfurosas o 'hediondas que hoy contemplamos (con riesgo de aterrarse por los acarreos que la erosión arrastra de los campos cercanos hasta el arroyo donde brotan), sea un testimonio que nos permita tirar del 'hilo de la historia'. Ese hilo que relaciona estos parajes con aquella ciudad de Lakka en la que Al Himyari nos recuerda que se encontraba "una de las mejores fuentes termales de al-Ándalus". Ese mismo lugar en el que Madoz, hace apenas un siglo y medio, menciona también los 'baños' de Casablanca y que nosotros, modestamente, hemos querido rescatar del olvido.
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