El paso del Santo Crucifijo

José Miguel Merino Y Javier E. Jiménez López De Eguileta

29 de marzo 2018 - 01:36

Hoy cuando nos encontramos a tan solo unas horas de poder contemplar en nuestras calles el paso restaurado del Santo Crucifijo de la Salud, proponemos al amable lector un paseo por la historia de este retablo itinerante, que en la presente Semana Santa cumple 73 años de su hechura. En efecto, el 30 de marzo de 1945, Madrugada del Viernes Santo, se estrenó la portentosa obra ante el asombro de una ciudad que aún no estaba acostumbrada a este tipo de pasos que unían en una sola pieza la talla barroca, el dorado, la policromía y estofado de su madera. La crónica de la Noche de Jesús que ofreció el diario Ayer en la edición del Sábado Santo llegaba a afirmar que el discurrir del nuevo paso «arrancaba murmullos de admiración». Y no era para menos, si tenemos en cuenta que hasta entonces la imagen del Santo Crucifijo había procesionado en el austero paso que en 1928 construyeran José Asencio Vivero y los hermanos Cintado, hoy en poder de la Hermandad de la Viga.

La idea de unas nuevas andas se había gestado el año anterior. El 13 de mayo de 1944 la junta de gobierno de la corporación, presidida desde 1938 por Pedro Domecq Rivero, marqués de Domecq, acordó acometerse «con la urgencia que sea viable», según las actas de la Hermandad, la construcción de un nuevo paso en el taller del maestro dorador sevillano Francisco Ruiz Rodríguez, a quien inmediatamente requirieron su presencia en Jerez para determinar el proyecto y condiciones de la obra. La tradición oral de la Cofradía ha mantenido hasta la actualidad el recuerdo de aquella famosa frase que el hermano mayor le dirigió al artista al pie del altar del Santo Crucifijo: «Haga usted un joyero para esta preciada joya». Un mes después, durante la celebración de una junta general extraordinaria el 11 de junio, Curro el Dorador, como era conocido en el mundo cofrade, presentó el diseño y estableció las bases del contrato, cuyas cláusulas fueron aprobadas por unanimidad. El 24 de junio el cabildo de oficiales acepta la primera donación de muchas que vinieron después: una partida de madera por parte de Agustín García Mier Fernández de los Ríos, con la cual se construyó la mesa del paso.

Mientras tanto, al tiempo que en Sevilla los trabajos comenzaban a avanzar, el 19 de septiembre Currito se desplaza de nuevo a Jerez para decidir junto a la Hermanad las medidas de la cruz -también realizada entonces- de acuerdo con las de la imagen, de forma que fueran las más adecuadas al tamaño y características del nuevo paso. Se concertaron igualmente los escudos que habían de llevar los respiraderos: el de la Hermandad, el de la Parroquia, el de Jerez y el Corazón llameante y traspasado de San Agustín. Por otro lado, se realizaron gestiones con el artesano vidriero Juan Casals para la ejecución de cincuenta guardabrisas de cristal para los candelabros, conforme a las indicaciones que el propio maestro Curro había dado: esbeltas y con estrellas talladas a mano en su campo. Las tulipas llegaron a Jerez el 11 de octubre.

El paso había de completarse en su canasto con cuatro tablas ricamente policromadas al óleo y estofadas, que Currito encargó a su afamado colega pintor Rafael Blas Rodríguez, con quien ya había trabajado en 1941 en la ejecución del paso del Cristo de la Tres Caídas de San Isidoro de Sevilla. En esta ocasión, el programa iconográfico elegido, de marcado carácter cristológico, contemplaba las escenas de la Multiplicación de los panes y los peces (Mt 14, 13-21), la Fe del centurión (Mt 8, 5-13), la Pesca milagrosa (Lc 5, 1-11) y la Curación del ciego de Jericó (Mc 10, 46-52), en unas composiciones que parecen estar claramente inspiradas en los grabados flamencos incluidos en las Evangelicae Historiae Imagenes del jesuita Jerónimo Nadal (Amberes, 1593).

El 27 de noviembre se comienzan a recibir en San Miguel las primeras partes del nuevo paso del Santo Crucifijo y el 22 de febrero de 1945, con todas las piezas ya en poder de la Hermandad, Currito y su taller proceden a montarlo para la presentación oficial de la obra, que tuvo lugar a principios del mes de marzo durante un cabildo general de hermanos. Dado que del 13 al 17 de marzo tuvo lugar el Quinario de Reglas de la Cofradía y el domingo 18, V de Cuaresma, la Función Principal, la sagrada imagen no fue trasladada a sus andas hasta el lunes 19, en que, aprovechando la llegada a San Miguel del cardenal arzobispo de Sevilla D. Pedro Segura y Sáenz para predicar las tradicionales conferencias cuaresmales, se bendijo en el transcurso de una solemne ceremonia. Según la memoria de los mayores, a la finalización del acto el maestro Curro -con la gracia sevillana que parecía caracterizarle- dijo al hermano mayor: «Señor marqués, hemos cortado oreja y rabo».

La prensa local se hacía eco de su estreno y el Ayer del 24 de marzo declaraba que el paso había de constituir «uno de los acontecimientos más destacados en los desfiles cofradieros de nuestra importante Semana Mayor (...) que no desmerece en nada a los más deslumbrantes y famosos de la Semana Santa de la capital andaluza». Todavía un año después, la publicación Semana Mayor en Jerez (nº 7, 1946), editada por la Unión de Hermandades, trataba con singular reconocimiento las nuevas andas del Santo Crucifijo, advirtiendo que se trata de «una genial concepción del "paso" genuinamente sevillano, no sabiéndose qué elogiar más si la traza y proporciones del canasto, la belleza de líneas del respiradero, la esbeltez de los candelabros, el policromado y dorado, o las cuatro tablas bizantinas que son para vistas de cerca». Esta Madrugada Santa, después de 11 de meses de proceso de restauración en el taller sevillano de David de Paz, donde se han resanado y tratado las maderas y restablecido por completo su dorado y policromía, la obra que diseñara Francisco Ruiz Rodríguez volverá a lucir felizmente como la vieron los ojos de aquellos cofrades que en 1945 llevaron a cabo esta esforzada empresa que hoy es uno de los orgullos de la Semana Santa de Jerez.

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