"Nunca les perdonaré mientras viva"
Antonio Estrada 'El Pica', compañero sentimental de Catalina Ruiz Pato, narra la noche en la que fueron atacados en su casa de la Junta de los Ríos · La historia de un hombre triste y desesperado que no olvida
La pedanía arcense de Junta de los Ríos es una pequeña aldea de apenas seiscientas almas donde nunca pasa nada. Bueno, casi nunca. Hace muchos años, un hombre descerrajó un tiro a quemarropa al dueño de la 'Venta Rogelio' con ánimo de robarle. Y años después, una fría noche de noviembre de 2007, moría degollada Catalina Ruiz Pato, compañera sentimental de Antonio Estrada Iriarte (Villamartín, 1942), el hombre al que dejaron moribundo pero que pudo salvarse milagrosamente. Antonio, ahora con 70 años, es bien conocido como 'El Pica' : Su abuelo fue picador y el apodo fue de generación a generación. "Cuando venga, no pregunte por Antonio, pregunte por 'El Pica'". En los pueblos, es bien sabido que los apodos mandan más que los nombres. Estos son sus recuerdos.
-¿Cómo se encuentra?
-Ando mal por temporadas. Pero la memoria me mata. Me quitaron a Catalina, que era lo mejor de mi vida, la que me hizo más feliz. Era una mujer con mucho temperamento. Paso que daba yo, paso que daba ella tras de mí. Se pudo salvar de la muerte, huir viendo lo que pasaba, pero no quiso dejarme solo.
-Catalina era su segunda mujer.
-Bueno, era mi compañera sentimental. Anteriormente, estuve casado con Ana, mi primera mujer, que me dio cinco hijos. Catalina vivía en la finquita de enfrente. Con el trato, nos enamoramos y vivimos veinte años juntos. Desde hace dos años, estoy feliz junto a otra compañera, María. A Catalina le he puesto un pequeño altar con velas y estampas de vírgenes y fotos de ella. Me siento junto a la mesita una hora al día y me vienen los recuerdos.
-¿Qué ocurrió aquella noche?
-Era una noche nublada de noviembre. Despedimos a los nietos, que habían venido a merendar. Sobre las nueve de la noche, cerramos las puertas, pusimos la tele y conectamos la alarma. De repente, un grito nos llamó la atención: '¡Las bestias se han escapado y están en la carretera!' No me extrañó. Algunas veces pasaba. Era una noche cerrada. Yo ya estaba en pijama. Salí al cerrado a ver qué ocurría con las mulas. De pronto, salieron de unos eucaliptos cuatro tíos que comenzaron a darme golpes por todo el cuerpo. Grité a Catalina, que se acercaba con una linterna: '¡Catalina, corre, que nos matan!' Tres de ellos, creo que eran tres, iban encapuchados para ocultar sus caras; me sujetaron por detrás mientras otro, que sólo tapaba su cara con una mascarilla blanca de médico, me amenazaba con una navaja, dándome cortes en la cara. Me rompieron un brazo que me ha hecho pasar por tres operaciones mientras me preguntaban dónde escondía la caja fuerte. En ese momento, me metieron un trapo que contendría alguna sustancia que me dejó semidormido y, a rastras, me llevaron hasta la casa para que les dijera dónde guardaba el dinero.
-Y mientras, ¿qué era de Catalina?
-No sabía nada en ese momento. Yo estaba semiconsciente. Luego me dijeron que dos de los delincuentes la habían golpeado con violencia y herido en una mano y cortado el cuello. Después la pisaron la cabeza. Eso la mató. Una ambulancia la evacuó a un hospital, pero murió en el camino, cuando llegaba a Jédula. Yo estuve varias semanas reponiéndome en la Residencia de Jerez, pero me autorizaron ir a su entierro.
-¿Qué ocurrió luego?
-Les dije que el dinero estaba en un comodín, 'la coqueta', como le llamaba mi madre al mueble. Allí encontraron, en una caja de zapatos, dos sobres de fajos de 5 y 20 euros y billetes más grandes bajo ellos. Pensarían que no habría más dinero. Y se fueron. No sabían que la caja fuerte, que tenía unos 6.000 euros, estaba dentro del ropero. Como pude, salí a la carretera para pedir auxilio. Un hombre paró el coche y dio aviso a la Guardia Civil.
-¿Quiso volver a su casa?
-Mi hermana Encarna y dos de mis hijas me dijeron: 'No queremos perderte aquí' y me amueblaron y alquilaron un piso en Arcos, donde pasé un año. Luego volví.
-Y volvió el suplicio...
-Imagínese, aquí solo. Todas las noches soñaba con lo ocurrido. También sigo soñando con Catalina. Pero aquello era un calvario. Un día me encontraba muy deprimido y me encaminé hacia el tajo para tirarme. Lo tenía decidido. En el camino, me encontré a un amigo al que conté mis intenciones. Me llevó a un bar, tomamos una copa y me convenció. 'Que si la vida sigue, que podía recuperarme...' Me volví a casa. Gracias a ese hombre, estoy aquí contándole mis recuerdos.
-Y la policía investigó...
-¡Uff! Me enseñaron infinidad de fotos. No reconocí a nadie porque iban ocultos... Tenían que haber pasado por mi casa. Luego me enseñaron fotos de familiares y reconocí a Serafín, Micaela e Isabel, parientes de los Flores, que venían aquí con asiduidad a comprarme cosas. Yo era tratante de ganado, pero también vendía aperos, aceites, enganches para caballos... de todo. La policía me dijo que actuaban como un 'comando etarra', muy bien organizados. Unos señalaban el objetivo y los otros ejecutaban.
-¿Tiene ánimos de revancha?
-No. Pero nunca les perdonaré cómo destruyeron mi vida.
-¿Les mirará el martes a la cara?
-Creo que no voy a poder mirarles a la cara. Quizás, sí lo haga con Serafín, Isabel y Micaela.
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