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¿Quién pone nombres absurdos a nuestras calles?

Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas

Antigua vista de la calle Larga que, a través de los tiempos, cambió numerosas veces de nombre, hasta recuperar el suyo primitivo de toda la vida. (ARCHIVO DEL AUTOR) En el callejero hay nombres de personajes históricos, de vírgenes, de toreros, de músicos y pintores, de frutas, etc. Y, entre todos ellos, muchos que son extrañísimos, o simplemente absurdos, y que no dicen nada.

¿Quién pone nombres absurdos a nuestras calles?

28 de julio 2008 - 01:00

S UPONGO que aquí ocurrirá como en otras muchas poblaciones, gobernadas por políticos con poca imaginación. Pero no hay más que echarle una mirada al callejero jerezano y nos daremos pronto cuenta de lo absurdo que son muchísimos de los nombres que ostentan nuestras calles, mientras que nombres gloriosos de viejos y actuales paisanos duermen el sueño del mayor de los olvidos. Entonces, a la vista de tanto disparate como presenta la nomenclatura local, es cuando cabe preguntarse con el mayor de los recelos, "¿pero quién pone los nombres a nuestras calles?".

Mire usted, hay barriadas cuyas calles ostentan nombres procedentes de la vinicultura local - cepa, vino fino, manzanilla, oloroso, moscatel, etc - y otras, nombres escogidos del arte flamenco, tan unido de siempre a Jerez - bulería, soleá, debla, salida del martinete, rincón de la seguiriya, plaza del cante jondo… - o que llevan nombres que recuerdan a nuestros mejores pintores. Y hasta una barriada con nombres de toreros famosos, pegadita a nuestra plaza de toros. Y todo eso está muy bien, porque tiene su lógica, su razón y su por qué, ya que exalta todo lo jerezano y cosas que son afines con nuestros gustos tradicionales: el vino, el flamenco y los toros. Incluso hay calles con nombres de ilustres paisanos - avenida Álvaro Domecq, Dr. Ruiz de la Rabia, Revueltas y Montel, Carmen Núñez de Villavicencio o, pongamos por caso, Álvarez Beigbeder, Rafael Rivero y Cardenal Herrero (aunque la sigamos llamando Bizcocheros) -, entre otras muchas, aunque no sean nunca suficientes, porque siempre existen jerezanos muy ilustres cuyos nombres no figuran para nada en el callejero local. Y otros que figuraban fueron trasladados a zonas del nuevo Jerez, para dejar paso a viejos nombres tradicionales, como fueron los casos concretos de Antonio Vico y Fermín Aranda, que habían sustituido a los antiguos de Algarve y Medina y que ahora nadie sabe a qué lugar fueron a parar.

No obstante, y con todo eso, que a veces nos parecerá bien o mal, según se mire, siguen existiendo nombres en el callejero jerezano que si no son absurdos, por lo menos son de los más extrañísimo que cabe imaginar. Véase la muestra: Arturos (¿qué Arturos?), El Bajete, Balulu, Los Chavarrías (¿quienes fueron estos señores?), Clérigo (¿qué clérigo?), Cumbre del Terreón. Hay dos con el nombre tan manido de Desarrollo, y otras con estos cabalísticos nombres de Chaflán, Don, Eje, Esquina, Estaca, Estilo, Godesias (¿qué es Godesias, que no está ni en el Diccionario, como tampoco está Hanza, otro nombre de calle jerezana?). Goma, Grafito, Hermes, Mármol, Menta, Mosa, On, Pirita, etc. Hasta Casiopea, la mítica reina de Etiopía tiene su calle en Jerez. Sin olvidarnos de los numerosísimos nombres de plantas, frutas y animales que pueblan gran parte de nuestro callejero, del extrarradio sobre todo y que no cito en su totalidad por no hacer demasiado exhaustiva una lista, donde están desde el cactus, hasta el melón, pasando por el guindo, el ciruelo, el manzano, el kiwic, el kaki y las fresas, para que no falte fruta alguna a la hora de los postres. ¡Que vaya ingenio que derrocharon quienes se calentaron la cabeza para buscar tales nombres!

Y si hablamos de países, pues nos encontramos en nuestro deambular por la ciudad con calles que llevan los nombres de Grecia, Irak, Irán, Israel, Italia, Irlanda, Jordania, Líbano, Libia, Luxemburgo, Malta, Managua, etc. Y de mares no te digo, desde el Indico hasta el Mare Nostrum. También abundan los nombres de santos y de vírgenes, estos más modernos, en su mayoría, sobre todo de cofradías de barrio; y por supuesto de vinos y cantes, que en eso no nos podemos quejar.

También hay una barriada dedicada a los grandes pintores de Jerez, cosa que nos parece muy bien, figurando entre ellos Ramírez y su hijo Paco Toro, quien raramente la puede gozar en vida, como el poeta Manuel Ríos Ruiz, que también hace tiempo que tiene la suya en el Parque de la Serrana. Porque aquí lo normal es que uno tenga que morirse antes, para que le pongan una calle. Aunque algunos, misteriosamente, la tienen, en vida y sin merecerla, y no quiero dar nombres; porque los que las conocen suelen preguntarse que por qué y quién les ha puesto sus nombres a esas calles, sin asesorarse antes... Pero habría que hacer una revisión a fondo del nomenclátor, antes de que transcurra más tiempo.

Existen, igualmente, calles de literatos y de grandes músicos - no muchos, la verdad, porque aquí no hemos sido nunca muy leídos, ni muy aficionados al bel canto, hasta que ha llegado Paco López y ha puesto a todo el mundo a escuchar ópera - y de ríos, como el Danubio, el Darro, el Guadiana, etc.; o de políticos, que nunca faltan, sean del bando que sean. Aunque algunos como el de J. A. Primo de Rivera que ahora es la calle Larga, su nombre primitivo de toda la vida, aún siguen figurando en el callejero de los códigos postales de Correos, de este mismo año, con los dos nombres: Larga y José Antonio, para contentar a todos. ¡Toma castaña!

Y en cuanto a poetas, pues quitando a Manuel Ríos Ruiz, que tiene su plaza ya hace algunos años - aunque lamentablemente los propietarios del único bloque de viviendas que existe en la misma, lo sigan ignorando y en la fachada de la misma figure un rótulo reclamando pertenecer a la calle Moscatel -, existe una desconocida calle que se llama, nada menos que Poetas Laureados y ahí entran todos los que algunas vez fueron reconocidos con algún premio, fueran o no jerezanos. Porque aquí, en Jerez, parece que, aparte de Ríos, no hubo nunca grandes poetas a los que glorificar poniendo su nombre a una calle.

Pero ¿seguirán poniéndose nombres absurdos, de frutas, de mares, de lejanos países y de cosas indescifrables a las nuevas calles? Y, en tales casos, ¿quiénes son los responsables - o debemos decir, mejor, irresponsables - ponedores de tales nombres?

O no sería mejor ir pensando en nombrar una comisión que sea, en el futuro, la encargada, en cada caso, de valorar, sopesar y adjudicar, en definitiva, cada nuevo nombre a las nuevas calles que vayan surgiendo; pensando siempre que todavía hay grandes jerezanos, en nuestra historia local; así como en las artes, en la política, en la música y en las letras de esta ciudad, vivos y muertos, que aún no han merecido ese alto honor que, sin embargo, sí se le ha dado al cactus y al kiwic… pongamos por caso.

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