Las posiciones máximas de la materia colorista
Diario de las Artes
Jerez/Felipe Rodrigo
Espacio Abierto
Jerez
Una galería de arte que se precie tiene que poseer un catálogo de artistas consecuente, riguroso, y, además, abierto, que no se quede en la seguridad que da el éxito de alguno ni que se comprometa con una única plataforma artística dictada por modas, modos o planteamientos esquivos, esos que son patrocinados por los santones de lo artístico y sus espurias circunstancias e intereses.
Hemos asistido en estas cuatro décadas dedicadas a la profesión y a contemplar lo que se daba, cómo muchos espacios han sucumbido llevados por la inmovilidad en los gustos de sus directores, por no querer abrirse a la diversidad y permanecer apegados a líneas rígidas de lo que se tenía por seguro. En estos años, Espacio Abierto ha ofertado infinitas rutas creativas; ha dado juego a los jóvenes y a muchos de los que, por las arbitrarias situaciones de lo artístico, no encontraban lugares apropiados para canalizar su trabajo; no ha caído en el error habitual de querer ser más y mejor que los demás, ni asumir los gestos ficticios e impostados que dicta una 'modernidad artística' mal entendida. La sala que se encuentra en la calle Alvar López ha sabido navegar, con firmeza, por las difíciles aguas de un arte donde las marejadas son frecuentes y donde es bastante sencillo naufragar e irte a pique. El espectador se ha encontrado con esa gran variedad de fórmulas creativas que da lo contemporáneo: El visitante asiduo sabe que no existe un solo circuito ni un único y estricto sentido. La variedad ha sido la posición usual y el apellido 'abierto' que titula el nombre de la sala es el válido planteamiento que se esconde en una programación donde tiene cabida el máximo espíritu diversificador de la plástica actual.
La exposición que se encuentra en este momento constata todo lo que venimos diciendo. Se trata de una muestra que en nada se parece a las anteriores y que manifiesta uno de los postulados creativos de esta amplísima parcela creativa de la pintura moderna. Lo que ofrece Felipe Rodrigo (León, 1953) demuestra que es un pintor que sabe muy bien lo que hace. No es autor advenedizo ni de esos que, de buenas a primeras, se sienten artistas y quieren demostrarlo a toda costa. Se aprecia una pintura bien sustentada desde el conocimiento de un oficio bien adquirido y asumido tras una formación que se nos antoja muy bien estructurada. No es, por lo que se ve, un pintor que experimenta a ver lo que sale. Todo lo contrario. En su pintura se descubre a un artista sólido, que sabe manipular la materia con soltura, que hace de ella un perfecto uso para gestionar esos espacios inestables por donde transcurre una expresión bien consolidada y, sobre todo, que maneja ese tiempo creativo donde la figuración está a punto de abandonar sus concreciones para posicionarse en ese estamento plástico definitivo que termina en la más pura abstracción.
La muestra nos hace circular por los postulados abiertos de una materialidad conformante que envuelve lo real de potencia cromática para dotarlo de un máximo expresionismo formal. Encontramos una serie de paisajes internos que salen al exterior desde una amalgama colorista que acentúa la dimensión expresiva y aumenta el propio sentido de lo concreto. La realidad queda envuelta en un entramado plástico; la naturaleza de la figuración juega al escondite con los inquietantes elementos materiales. El fondo y la forma magnifican sus posiciones; las marinas patrocinan exuberantes ambientes cromáticos; un inquietante campo de amapolas suscribe una realidad mayor en medio de un contundente episodio plástico; naturalezas, en definitiva, que se entreabren en un ejercicio de pasión plástica. Es el patrimonio absoluto de la materia, un ejercicio formal que maximiza la dimensión de lo concreto.
La pintura de Felipe Rodrigo no deja indiferente. Nos abre infinitas vías para que la mirada descubra los diversos caminos que formula la materia cromática; nos hace circular por esas rutas donde lo concreto y lo abstracto han diluido sus estamentos estancos y se abren a una nueva entidad; aquella que patrocina un ejercicio formal de envergadura; una pintura de acción; un expresionismo que abandera las posiciones de la materia y entreabre las compuertas de la emoción por una plástica exultante donde no tienen cabida los espacios para la duda.
La nueva exposición en la galería de Lucía Franco nos lleva por otro derrotero; señal inequívoca que en su catálogo no hay una única vía y que los amplios caminos del arte contemporáneo encuentran estable acomodo.
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