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Los efectos de 'la ley boyer'
Con la llegada del año nuevo, numerosos comercios de la ciudad se han visto obligados a cerrar sus puertas. En muchos casos, esta situación ha supuesto el fin de un negocio que ha ido heredándose de generación en generación durante décadas. Esta vez no es la crisis la que acaba con la viabilidad de este tipo de comercios, sino la adecuación de la ley de arrendamientos a los precios actuales de mercado. Para entendernos, con la llegada del 1 de enero de 2015 concluye la moratoria de 20 años de la denominada 'Ley Boyer', promulgada en 1994. Por aquel entonces, Felipe González decidió firmar dicha moratoria tratando así de salvaguardar al pequeño comercio, que en ese momento pasaba por una situación delicada.
De esta forma, todos los locales comerciales con contratos anteriores a 1985 han debido actualizar sus rentas a los precios del mercado actual para seguir subsistiendo.
Sin embargo, no todos los propietarios de los locales han optado por la negociación y en muchos casos, "ya hace meses que nos dijeron que no querían negociar, que su idea era otra", afirma una de las afectadas.
Ante esta situación muchos arrendatarios han tenido que echar el cierre a negocios históricos de la ciudad. Uno de ellos es el conocido Bar Adeli, que comenzó a funcionar en 1959 y esta misma semana cerró sus puertas. El dueño del local no ha querido renovar el alquiler, por lo que el emblemático establecimiento deberá cambiar de ubicación.
Otro de los negocios más antiguos de la ciudad, Ultramarinos Bejarano (situado en la calle Unión), también pasará a mejor vida. Abrió sus puertas en 1917 y desde entonces, salvo un parón durante la guerra civil española, ha permanecido abierto. Su actual propietario, Cristóbal Bejarano, lo heredó de su padre y éste a su vez de su abuelo.
Apenas paga 100 euros de alquiler, y con el fin de la moratoria pasaría a pagar cerca de los 400 euros, el problema es que el propietario se niega a ello, y de momento su historia parece que se cerrará ahí.
El veterano negocio apura sus últimos días, en un lado de la calle de la que ya se han marchado el resto de 'vecinos'. Los penúltimos, otros dos clásicos del centro de la ciudad, una tienda de electricidad y montaje de antenas de Quirós, fundada en la década de los sesenta, y Confecciones Justo, otro de los ilustres del comercio jerezano pues abrió sus puertas en 1968.
En ambos casos, los arrendatarios han buscado un nuevo lugar céntrico para reubicar su negocio. Así, Confecciones Justo ha trasladado su sede a la calle Bodegas 19, y Quirós lo ha hecho a la calle Mesones.
Pero no sólo la calle Unión sufre los efectos de la denominada 'Ley Boyer'. Otra de las calles más 'castigadas' ha sido la calle Levante, que conecta Évora con la Plaza de las Angustias. Sin embargo aquí, el cierre nada tiene que ver con la negativa del propietario, sino con el aumento de las cantidades de la renta, una losa imposible de sostener para los arrendatarios. Es el caso del Bar Rafa, justo en la esquina de la calle Levante con la calle Higueras. Hablamos de un negocio con mucha historia, toda vez que anteriormente estuvo regentado por la familia Salas durante más de cuarenta años, primero con Manuel Salas y luego con su hijo Pepe.
En esa calle un pequeño comercio de alimentación dirigido por una familia de nacionalidad china también ha puesto fin a su existencia.
Esta misma situación se ha repetido en la calle Évora, donde uno de los bares existentes, el del número 25 de la misma, también ha tenido que cerrar al aumentarle considerablemente su alquiler mensual.
Idéntica suerte va a correr otro bar con bastante solera, el Bar Las Columnas de la calle Empedrada. Al igual que en el resto de casos, el incremento de la cuantía, que ahora se sitúa en los 300 euros, impide a su actual inquilino permanecer en el negocio durante más tiempo, de ahí que en los próximos días acabe con más de treinta y cinco años de antigüedad.
No obstante, si hay un negocio cuyo cierre ha levantado un auténtico revuelo en la ciudad, ese es el del famoso Maypa. El mítico bar de la Cruz Vieja concluyó el pasado viernes por la tarde su periplo de más de cincuenta años en este mismo enclave, ya que se ubicó allí en 1960 tras varios años en el Palacio de Villapanés, al que se accedía por la calle Cerrofuerte. Fue fundado por los hermanos Manolo y Paco Alzola y ha sido un auténtico emblema para el barrio y para la ciudad durante años. Sus tortillones y sus tapas frías le han hecho un lugar de visita imprescindible para el buen tapear.
La imposibilidad de alcanzar un acuerdo con el propietario ha hecho que sus arrendatarios decidieran abandonar el local, una decisión que muchos, a día de hoy, todavía no se creen. "Nos enviaron una carta en noviembre para instándonos a marcharnos, pero luego hablamos con el dueño y comenzamos a negociar, pero desafortunadamente no hemos llegado a un acuerdo y hemos decidido marcharnos", afirmaba ayer Antonio Alzola.
Afortunadamente, para muchos comerciantes del centro algunos dueños de determinados locales sí que han aceptado negociar las rentas llegando a un acuerdo satisfactorio para ambas partes. Son los casos de la joyería de la calle Évora o la tienda de ropa infantil La Cigüeña, que se encuentra situada en la calle Levante. En esa misma calle, una antigua confitería con más de 60 años de historia también ha podido entenderse con el propietario, por lo que seguirá haciendo las delicias de los más pequeños con sus golosinas.
La sangría de establecimientos aún está por definir, toda vez que muchos empresarios han acordado marcharse en cuanto finalicen las fiestas navideñas y otros todavía mantienen un tira y afloja para continuar con un negocio en el que en muchos casos no sólo prima el carácter económico, sino también un gran valor sentimental.
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