Lectores sin remedio
Cultura
En torno a Jerez
HABITUALMENTE, cuando nos referimos al patrimonio histórico o monumental de Jerez, tendemos a pensar en clave urbana, limitando así los elementos que integran nuestro rico legado a aquellos edificios, iglesias, monumentos, o jardines históricos que podemos admirar en la ciudad. Junto a ellos, conviene recordar que entre los Bienes Catalogados de nuestro municipio y de los de las localidades vecinas, aparecen otros muchos que se encuentran dispersos en distintos rincones de las campiñas y sierras cercanas. Una parte de ellos están amparados bajo el régimen de protección de Bien de Interés Cultural (B.I.C.), constituyendo en muchos casos un referente de primer orden en el paisaje en el que se enclavan y al que se encuentran vinculados por razones históricas y culturales. Así, a modo de ejemplo, no se conciben ya los sotos y riberas del Vado de Medina sin los perfiles del Monasterio y del viejo Puente de Cartuja.
Sin lugar a dudas, el más conocido de estos elementos relevantes de nuestro patrimonio es el Monasterio de La Cartuja, que fue ya declarado Monumento Nacional en 1856, el primero de nuestra provincia en gozar de esta calificación. De gran interés son también las torres, atalayas y castillos repartidos por la campiña, incluidos todos ellos en la categoría de 'Monumento' y entre los que destacan el castillo de Berroquejo, el torreón de Torre Cera, las torres de Macharnudo, Gibalbín o Melgarejo, todas ellas en Jerez. Muy ligados a nuestra historia están también los castillos de Tempul y Gigonza, en San José del Valle, o el de Doña Blanca en las tierras portuenses de Sidueña. Por su singularidad, destaca en esta relación de Bienes Catalogados la Cueva de las Motillas, complejo de cavidades kársticas que albergan pinturas rupestres del paleolítico superior, ubicada en las proximidades de La Sauceda, en los confines más orientales del término municipal jerezano,
La base de datos del patrimonio inmueble del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, incluye un buen número de yacimientos en los alrededores de Jerez y otras localidades cercanas entre los que figuran asentamientos, construcciones funerarias, edificios agropecuarios e industriales, infraestructuras hidráulicas, sitios con útiles líticos… pertenecientes a diferentes épocas históricas desde el Paleolítico a la Edad Media pasando por la Edad del Cobre, la Época romana o la andalusí.
Entre todos ellos merecen subrayarse Zonas Arqueológicas como la de Mesas de Asta, el Poblado de las Cumbres (en la Sierra de San Cristóbal) , o el Castillo de Doña Blanca, estas dos últimas en El Puerto. El yacimiento de Asta Regia, ubicado en la barriada rural de Mesas de Asta, duerme el sueño de los justos desde 1956, año en el que D. Manuel Esteve llevara a cabo la última campaña de excavaciones. Con presencia ininterrumpida desde el neolítico hasta el periodo califal de la época islámica, Mesas de Asta es un enclave de primer orden para conocer nuestra propia historia. Lo mismo puede decirse de la Sierra de Gibalbín, en cuyas laderas y cumbres se encuentran también importantes vestigios arqueológicos (La Mazmorra), al igual que sucede en otros muchos puntos del término. Como ejemplo mencionaremos los restos del antiguo acueducto romano de Tempul a Gades, una de las más notables obras de ingeniería de la antigüedad, que aún se conservan en algunos parajes de nuestras sierras y campiñas. Estos yacimientos merecerían ser investigados, conocidos y puestos en valor para que, como ya sucede en otros lugares de nuestro país, contribuyeran también al desarrollo de los núcleos rurales y el territorio donde se ubican.
Junto a los ya mencionados, queremos recabar la atención del lector sobre otros elementos de nuestro legado histórico y etnográfico disperso en la zona rural que, a nuestro modesto entender, debiera también contar con algún tipo de protección por sus valores singulares. Nos referimos, por ejemplo, al rico patrimonio ligado a la cultura del vino, a las viñas y las bodegas. Convendría a tal respecto, promover iniciativas como la que hace unos años planteara Casto Sánchez Mellado - 'Jerez, Ciudad del Vino'- que incluía un completo estudio para que se declarase Bien de Interés Cultural, de manera genérica, al conjunto patrimonial, etnográfico y cultural ligado al vino.
En relación con estas cuestiones, consideramos también de gran interés las numerosas construcciones repartidas por la campiña (cortijos, casas de viña, haciendas de olivar…), magníficos ejemplos de arquitectura popular en unos casos, o edificios de gran valor arquitectónico en otros. Por citar sólo algunos de ellos, mencionaremos la casa de la Viña de Cerro Nuevo, el cortijo y Ermita de Salto al Cielo, vinculada en su día a La Cartuja, la Viña El Majuelo y el conjunto de edificaciones en torno a la torre de Macharnudo, o los cortijos de El Marrufo y La Alcaría, ya en el ámbito serrano de nuestro término.
Perdida ya la Ermita del Mimbral bajo las aguas de la presa de Guadalcacín, sería necesario proteger y restaurar como se merece la Ermita de La Ina, del siglo XIV y de traza mudéjar, que se encuentra muy alterada, fruto de diferentes intervenciones "urgentes" ante el estado de deterioro y abandono que padecía. Muy ligadas también a la ciudad, las viejas Canteras de la Sierra de San Cristóbal, auténticas 'catedrales subterráneas' como las definiera César Manrique, por su vinculación histórica a obras arquitectónicas de gran valor (catedrales de Sevilla y Jerez, casas señoriales del entorno de la Bahía…) y por sus propios valores, bien merecerían un mayor cuidado y una mejor protección antes de que acaben enterradas por escombros y basuras.
Desde nuestro interés por lo "pequeño" y por esos elementos que a veces pasan desapercibidos, no queremos olvidarnos del rico patrimonio etnográfico disperso en los cortijos, haciendas, casas de viñas y lagares repartidos por el entorno de la campiña. Muchas de estas edificaciones rurales conservan elementos singulares como forjados, rejas, veletas, paneles cerámicos y azulejos devocionales, pozos y abrevaderos, plazas tentaderos y plazas de toros, palomares,… que encierran también un notable interés patrimonial y etnográfico que conviene preservar y conocer.
Relativamente cercanos en el tiempo, pero no por ello de menor importancia histórica y cultural, los elementos patrimoniales ligados a obras de ingeniería o a la arquitectura industrial, están siendo protegidos en numerosos puntos del país. Tal vez, con esta misma consideración, debieran dotarse de algún tipo de protección a los distintos elementos del Acueducto de Tempul (1864-69) que se conservan a lo largo de sus 46 km. de recorrido (manantiales, estanques, depósitos, minas, puentes-acueductos, puentes-sifones, casetas de registro,..). Conviene recordar que pronto se cumplirán ciento cincuenta años de su construcción. Proyectado por Ángel Mayo, fue considerada durante décadas una obra de ingeniería ejemplar y tomada como modelo para otras obras de abastecimiento y traída de aguas. Uno de los puentes del acueducto, el de San Patricio en La Barca de La Florida (1925), se debe al ingeniero Eduardo Torroja, y fue la primera obra de nuestro país en la que se utilizó el hormigón pretensando. Aunque sólo fuera por esa razón, que la hace figurar en todos los trabajos de historia de la arquitectura, merecería ya su inclusión en el inventario de Bienes Catalogados como lo ha conseguido otra obra del mismo autor: la gran Bodega Tío Pepe, proyectada en 1960, un año antes de su muerte.
Construidos en el siglo XX, tienen también gran interés patrimonial los canales, puentes, sifones y acueductos vinculados a los regadíos del Guadalcacín; o las conducciones de agua potable del acueducto de Los Hurones, que pueden verse en muchos puntos de la campiña. Los sifones del Majaceite y Guadalete en la Junta de los Ríos, son sin duda las obras más notables y, como el puente atirantado de Torroja, están incluidos en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía. Aunque menos relevantes, el puente-acueducto de los Llanos de la Ina, o los de Arroyodulce, el Zumajo y El Alamillo, el puente-arco de La Barca… son también algunas de estas obras a proteger por su estrecha vinculación con los paisajes de la campiña.
Junto a estas manifestaciones de la ingeniería y de la arquitectura industrial, no podemos dejar de subrayar los puentes sobre el Guadalete y el Majaceite. Entre los más antiguos, figuran aquellos de hierro, construidos con vigas en celosía y piezas unidas mediante roblones remachados y que aún sobreviven, luchando contra el óxido, el olvido y el vandalismo en Villamartín o en la Junta de los Ríos. Estos puentes (nuestros 'Puentes de Madison', si se nos permite la expresión) debieran ser protegidos o 'salvados' como el que se rescató 'in extremis' en el Puerto de Santa María sobre el Guadalete que proyectara Ángel Mayo para la línea del ferrocarril al Trocadero. El Puente de San Miguel en Arcos o el Puente de Hierro en La Barca, auténtico símbolo de esta localidad, han corrido mejor suerte y han sido objeto de restauraciones en estos últimos años, que debieran completarse mediante alguna medida de protección patrimonial.
Y dejamos para el final el Puente de Cartuja. Levantado en la primera mitad del siglo XVI, es el más antiguo que se conserva en la cuenca y el único construido con cantos. Auténtico monumento cuajado de historia, historia en sí mismo, ha sido objeto de una desafortunada restauración que tal vez le ha privado ya para siempre, de su posible reconocimiento como BIC. Un ejemplo de lo que no hay que hacer cuando de restaurar y rescatar nuestro patrimonio se trata.
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