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De una pequeña habitación con un frigorífico en Jerez a ser referente nacional
La persona que retomó el negocio de la compañía Rey Fernando de Castilla no fue un jerezano, ni un inglés ni un francés: Fue un ¡noruego!, Jan Pettersen, un rara avis en el negocio en el que encontramos a un emprendedor y todo un experto en el mundillo del jerez. Su pasado laboral lo confirma: Pettersen no es un recién llegado. Se formó en las bodegas Osborne, donde se empleó duro durante quince años y, entre otros méritos, llegó a ser el precursor de la gama de vinos viejos (VORS) de la compañía del Toro, hasta tomar el testigo en Fernando de Castilla.
Todo comenzó hace muchos muchos años cuando la familia Andrada-Vanderwilde llevaba ya más de dos siglos cultivando la viña y produciendo vino en Jerez. Pero hay un gesto de un descendiente, Fernando, que hace cambiar el fin de la compañía. Fernando Andrada-Vanderwilde crea en 1972 la marca Rey Fernando de Castilla con la idea de crear un brandy de calidad excepcional. Por eso no debe extrañar el lema orgullo de la bodega: elaborar el brandy más selecto del mercado.
En el horizonte apareció la figura del noruego, que esperaba su oportunidad. En el año 2000 y con la ayuda de algunos socios, Pettersen adquirió las antiguas instalaciones de los Andrada y cogió el timón de la bodega, cosa que viene haciendo desde hace catorce años. Soñó entonces con producir vinos y brandies de gran calidad, rescatando la secular tradición familiar por la exclusiva producción del brandy.
Fernando de Castilla es una pequeña bodega incrustada en el barrio de Santiago en un inusual triángulo en el que se levantan tres sociedades (Almocadén, Sánchez-Romate y la propia Fernando de Castilla) delimitadas caprichosamente por las calles de San Francisco Javier y Jardinillos. Para los más nostálgicos, podría esta casualidad convertir aquellas calles en las únicas de la ciudad donde el olor de vino rezuma aún entre sus paredes.
Los planes de Jan Pettersen fueron ambiciosos y, como primera medida, logró solucionar las necesidades de suelo adquiriendo la nave de la antigua bodeguita de Bustamante, donde José se aplicaba con esmero en la elaboración de su singular fino 'Betis'. Fernando de Castilla ya disponía entonces de un lugar donde centralizar su apuesta: el negocio de los vinos de Jerez y del brandy de gran calidad e identidad bien definida. El negocio actual de los vinos de Jerez lo impone así: empresas jóvenes que afloran y que, ya perdida la batalla con los gigantes vinícolas del triángulo, han de imponerse como objetivo la calidad en sus productos.
Por ello, Pettersen ideó la gama 'Antique' y 'Classic', donde incluyó los diferentes tipos de vino de Jerez : fino, amontillado, oloroso, pedro ximénez y, por supuesto, el palo cortado, además del vinagre reserva de la casa. Luego estaba su obsesión por elaborar el mejor brandy del país, obedeciendo al lema orgullo de la familia originaria. La gama ha dado luz, entre otros, a tres productos estrella: el 'Solera Reserva', 'Solera Gran Reserva' y 'Único Gran Reserva', todos ellos puestos en el mercado en botella transparente, lo que permite al consumidor conocer exactamente qué es lo que está bebiendo.
La lista de reconocimientos en concursos y publicaciones especializadas es larga. Los productos de alta gama de Fernando de Castilla encuentran hoy día a un consumidor joven, muy exigente y preocupado por la calidad. Pettersen pone edad a ese grupo de consumidores entre los 20 a 45 años, jóvenes interesados por el vino y bien informados sobre ese mundo, principalmente en el extranjero, donde el consumo del jerez tradicional, aquellas bebidas que tanto apasionaron a las abuelitas inglesas, parece contraerse frente a esos nuevos caldos donde prima la calidad, tradición y autenticidad y en los que la gastronomía parece ir unido a su cintura.
El 'gurú' de la enología, Robert Parker, ha puntuado los vinos de Fernando de Castilla entre 92 y 96 puntos. Y eso son palabras mayores. Palabra de Pettersen.
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