Una isla llamada San Pablo

Ciudad

La parroquia, enclavada en el barrio de San Telmo, celebra sus 50 años

El párroco y los voluntarios ofrecen una ayuda crucial en un entorno complicado

De izquierda a derecha, Juan González, el párroco, Francisco Cruz; Sara García, Carmen Mancilla y Salvi Alemán, en la puerta de la parroquia San Pablo. / Miguel Ángel González
A. Cala

23 de abril 2023 - 05:30

Jerez/Con la denominación de ‘Playas de San Telmo’ ha sido conocida desde la más remota antigüedad la zona donde hoy se asienta el populoso barrio del mismo nombre, así como el polígono industrial de El Portal. “Las aguas del mar bañaban toda esta zona, sobre todo con la marea alta, formando un gran estuario donde desembocaba el Guadalete”, recuerda Antonio Mariscal Trujillo. Esto es historia pero nos da juego para hablar aquí de una isla. Un pedazo de tierra rodeada de un mar de viviendas a la que podemos llamar San Pablo. Allí, sus ‘habitantes’ son como una pequeña familia que no vive ajena a lo que les rodea. Comprometidos con el entorno, atienden la llegada de ‘náufragos’ buscando cobijo, ayuda, atención. Una tierra más firme.

Francisco Cruz Rivero ‘Curro’ es párroco de San Pablo desde hace seis años. La parroquia celebra este medio siglo de vida, que en realidad hubiera sido en 2022, pero los actos se han dilatado en el tiempo a causa de la pandemia. Enclavada en medio del barrio de San Telmo, como una isla, comenzó a funcionar en unos locales cercanos. El primer bautismo fue en noviembre de 1972. Curro es de la Congregación ‘Sagrados Corazones’, presente en distintos lugares del mundo, y en San Pablo desde sus inicios. La comunidad de religiosas dominicas de Santa Catalina de Siena, que viven en el barrio, también colaboran en el desarrollo de la zona.

La parroquia tiene, por un lado, la labor de evangelización, “que ya de por sí tiene un valor porque todo el que está vinculado a la parroquia está vinculado a un tejido social, que es la misma parroquia, de relaciones que ayudan a las personas”. Por otro, tiene una fuerte vinculación con el barrio en cuestiones sociales. “La Cáritas es muy fuerte desde siempre. Una primera parte en la que se estructura es la acogida: las personas vienen los martes por la tarde y se les atiende en lo que necesiten, desde escucharlas, derivarlas, la ayuda económica que les podamos prestar, alimentación, electrodomésticos, muebles, gafas, farmacia, etc., desde la Cáritas parroquial o desde la Diocesanas, con la que estamos siempre en comunicación. Y luego, la vinculación con los Servicios Sociales del Ayuntamiento, que es muy buena”.

En la parroquia ofrecen también talleres, como el de manualidades, al que acude una docena de mujeres. “En realidad, es una excusa para estar vinculadas al grupo, un sitio donde hablar y acompañarlas”. Otra de las actividades, que se viene desarrollando desde hace más de una década, es ‘Juego de niños’, educación en calle, en la que un grupo de monitores de la parroquia convocan a los niños del barrio los sábados por la mañana para jugar. También hacen excursiones y un campamento a final de curso. Asimismo, a través de la pastoral de la salud se visita a un grupo de personas mayores del barrio, que son ahora un total de 56. La parroquia también está conectada, a través de la Congregación y de la Diócesis, con proyectos misioneros. Asimismo, hay voluntarios dedicados a la pastoral penitenciaria.

Entre los bloques, la parroquia de San Pablo emerge como una isla en el asfalto del barrio de San Telmo. / M. Á. G.

A la pregunta ¿cómo está el barrio?, Curro dice que es “el lugar al que vienen las personas cuando ya no tienen otro sitio donde ir. A San Pablo le corresponde San Telmo, San Telmo Nuevo, Vallesequillo, el Mopu, el Titánic y Cartuja. Pero, sobre todo, en esta zona hay muchos pisos ocupados, trapicheo, así que todo el que puede se va de aquí. La mayor parte de la gente que está en la parroquia, grupos de fe o participan de los servicios, son vecinos que se han marchado. Han progresado, estudiado, se han tomado la vida con responsabilidad, pero siguen vinculados, ya sea para ayudar o porque han estado en la parroquia desde niños. Aquí, en el barrio, hay cada vez menos tejido social: la gente mayor se está muriendo o yendo porque muchos de estos bloques no tienen ascensor. Así que para muchos, es el último lugar que tienen para vivir y, en muchos casos, por ocupación. Por lo tanto, el tejido del barrio está muy deteriorado. De hecho, hay bastante gente reclusa”.

Numerosos residentes del barrio son mujeres jóvenes, con dos o tres hijos de diferentes parejas y a las que, “desgraciadamente los hijos se convierten en una carga. Cuando no tienes estudios, ya vienes de familias con cierta desestructuración, la propia presencia física no te ayuda a encontrar un trabajo... Y es que aquí también por ejemplo les ayudamos a arreglarse la dientes para poder acceder a un empleo. Así, al final, es muy difícil salir. Si te paseas por aquí al mediodía verás las plazoletas llenas de gente que debería estar trabajando. Pero no hay trabajo ni formación, así que es la pescadilla que se muerde la cola”. El párroco pone el acento en el alto fracaso escolar y en la brecha tecnológica. “La zona está muy deteriorada. Sólo hay que entrar en algunos bloques y ver cómo están, como salidos de una guerra. Aquí es como vivir en un gueto, con otra mentalidad. La parroquia es como una isla en ese mundo”.

En el barrio vive “gente mayor que es muy buena, sencilla, que ha sacado a sus familias adelante. A veces, la dificultad está en la gente que va viniendo, con situaciones complicadas. No se puede hacer un juicio simple de por qué están aquí. La realidad es muy compleja. En Cáritas atendemos incluso a varias generaciones de la misma familia. A veces es muy difícil proponerles a las personas procesos: un proceso de formación, de empleo, de crear una familia de determinada manera... Aquí el proceso no es posible. La desestructuración humana es enorme”.

Curro, así como los curas que van pasando por la parroquia, acoge en su casa a personas de la cárcel que salen de permiso. Una iniciativa que forma parte de la pastoral penitenciaria. El párroco demanda la ayuda de más voluntarios para San Pablo, “aunque sabemos que a la gente le da miedo o respeto venir aquí”.

Los voluntarios

El párroco (c), junto a Carmen Mancilla (i), Salvi Alemán, Sara García (d) y Juan González, en la parroquia. / M. Á. G.

Juan González, 69 años, jubilado como funcionario del Ayuntamiento, forma parte del equipo de Cáritas en el proyecto de acogida. “Hay que tener en cuenta que estamos en un barrio con una alta exclusión social y la demanda de ayuda es muchísima. Ahora tenemos unas 100 familias, y aunque el Ingreso Mínimo ha hecho que algunas ya no estén, otras van llegando. A todas se les hace un seguimiento. También atendemos a personas con enfermedades mentales, consecuencia también de la pobreza”.

Cáritas Diocesanas tiene además un servicio de empleo y formación. “La ayuda está muy bien, pero el empleo es la solución a los problemas”, asegura Juan, que no vive en el barrio pero que llegó a él a través de Cáritas, “porque quise involucrarme en una zona dura, como es San Telmo”. También forma parte de la comunidad, “porque el compromiso no es estar sólo en Cáritas, sino también compartirlo con los demás. Aquí nos sentimos como una familia, que comparte su compromiso y su fe y lo celebramos”.

Juan exige que la Administración “haga más caso al barrio. Hay una dejadez total, de marginación. Aquí viven personas que tienen carencias, pero eso no significa que no puedan vivir en un lugar digno. Se pide al Ayuntamiento que haya un compromiso en el barrio, que se busquen soluciones porque estamos limitados. Hay que trabajar esta zona y trabajar también lo asociativo, que se ha perdido, que la gente reivindique, algo que a los políticos no les interesa, claro”.

Salvi García, 47 años, es trabajador social. Es además un conocido speaker deportivo los fines de semana. Colabora en el apartado de Comuniones y la preparación de los niños. También tiene su comunidad, cuyo animador es Curro. “Aquí hay una generación que estaba antes que el templo, luego otra que vino y el templo estaba. Pero nosotros casi que hemos ido de la mano con la parroquia. Gran parte de mi grupo nos incorporamos en la Comunión”.

Salvi nació en San Miguel, luego su familia se mudó al Mopu y más tarde regresó al centro. Su mujer, Rocío, está también muy implicada en la parroquia. “Tenemos dos hijas y nos sentimos muy del barrio. De hecho, vivimos cerca, porque en su día nos planteamos venir, pero es duro vivir aquí”. Salvi añade a este respecto que en esta zona “hay que trabajar la dignidad. Que sí, que puede que el espacio no se cuide, y eso habrá que abordarlo, pero lo primero que se requieren son unos servicios dignos, de un barrio muy castigado, con una población muy humilde que sólo ha conocido el trabajo duro y que se merece un respeto, un cuidado y un cariño por parte de la Administración”.

Carmen Mancilla tiene 83 años y llegó al barrio en 1971, con 31, junto a su marido, que trabajaba en la aserradora de Los Albarizones. El Ayuntamiento les dio a elegir entonces entre San Telmo, San Benito y La Granja. San Telmo era lo más cercano al trabajo de él. “Cuando llegué aquí, esto era un barrizal. Me quedé horrorizada. Todas las personas que vivían en las chabolas las metieron en los pisos. Hoy sólo queda una que es una maravilla, pero entonces yo era joven y no me adaptaba a eso”. Al principio, vivían en San Juan de Dios, “pisos que nos dieron a todos los novios, cuando la barriada no era lo que es hoy”, cuenta Carmen. Cuando el matrimonio llegó, sólo estaban construidos los bloques. Los sacerdotes empezaron en el número 13, donde el padre Félix comenzó a decir misa. Después, María Domecq cedió un local para las eucaristías. El local del 29 fue como una primera parroquia. Las primeras comuniones se hacían en el colegio de San Telmo.

“Comenzaron las obras de esta iglesia y aquí trabajamos todo lo que pudimos. Mi marido y otro matrimonio, pues eran las dos de la mañana y estábamos dándole cera a esos ladrillos de ahí porque al día siguiente se inauguraba. Hay una foto en la que están sentados todos los trabajadores y el padre Félix, y sobre sus piernas está mi hijo, que era un niño. Yo he participado en todo lo que he podido, incluso limpiaba los viernes, junto a otra señora. En el bajo ahora hay locales, pero en su día hubo un bar. Echábamos unos ratitos muy buenos”.

Carmen ha sido catequista, “de hasta tres grupos de 30 niños, lo que no hay hoy; y de prematrimoniales. He hecho de todo, hasta los paños del altar. Hoy, ya sólo vengo a misa... Pero mi parroquia es lo mejor del mundo. Lo digo. Mi vida ha sido entera aquí. Tengo unos recuerdos muy bonitos. La edad ya no me permite participar como antes. Vivo en un cuarto y la escalera para mí es mortal”.

Durante la charla, todos muestran su gran preocupación por el trapicheo que hay en la zona, “conocido por todos y por la Policía. Se toleran cosas que en otros espacios no. Además, los niños del barrio lo tienen normalizado y tenemos que explicarles que no, que eso no está bien, no es así... Y es que incluso tienen familiares en la cárcel”, cuentan alarmados y a la espera de una intervención en el problema de la droga y sus consecuencias que parece que nunca llega.

Sara García, 23 años, es trabajadora social y la coordinadora de ‘Juego de niños’. Ella es del barrio. “Hago lo que puedo: he dado catequesis, vengo a misa, formo parte del consejo parroquial y estoy en un grupo de comunidad los viernes por la tarde-noche donde hablamos de nuestras inquietudes de la fe y vamos profundizando en ella”. Habla de los niños y dice que lo que “más nos demandan es atención y cariño. Ellos llegan aquí y lo único que quieren es que los escuchemos. Buscan además referentes. Nosotros somos casi como sus héroes, nos magnifican”. “Los padres -añade- siempre agradecidos por lo que hacemos con sus hijos. Valoran que somos jóvenes, que es un sábado por la mañana, que luego en verano nos vamos de campamento... Ven ese esfuerzo y alaban esa labor. Creo que ayudamos a los niños a crecer y a que se cuestionen cómo quieren que sea sus vidas. Hay días que nos dejamos llevar por los niños, por sus juegos, pero otros enfocamos la jornada hacia un objetivo específico, un valor, como la cooperación, por ejemplo. Siempre se busca que se lleven algo de la mañana, no sólo juego. La parroquia es nuestro lugar de encuentro, para mí es como una pequeña familia”, concluye.

Dicen que en esta parroquia la misa “no dura media hora, sino hasta que te quieras ir... Es mucho más que llegar y sentarte. Es estar en familia”.

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