Los cuatro tostaíllos
Jerez, tiempos pasados por Juan de la Plata
El autor evoca las antiguas noches de Reyes, cuando la cabalgata iba hasta el Sanatorio de Santa Rosalía; así como a los niños de la época, jugando con juguetes muy baratos y sencillos, mientras se disfrazaban de magos con las caras pintadas
Cuando se acercaba la fecha del cinco de enero, en que tradicionalmente salía a la calle la Cabalgata de Reyes Magos, originariamente instituida por el primitivo Ateneo Jerezano, los chiquillos de los barrios se echaban a la calle, para emular a los tres magos de oriente, disfrazados con raros ropajes y llevando generalmente un delantal como capa, así como las caras pintadas; y cantando a grito pelado, aquello de "Somos cuatro tostaíllos / que venimos a da er tostón. / ¡Una chica, pa jabón! / ¡Una chica pa jabón!".
Era una costumbre infantil muy pueblerina si se quiere, pero que tenía su indudable encanto; por lo que los viandantes colaboraban echando algunas perras en la bandeja que portaba alguno de los de tan curioso séquito, que empezó a desaparecer, lo mismo que otras muchas pintorescas costumbres, a finales de los años cuarenta del pasado siglo. Costumbres infantiles, mantenidas por los mismos niños que, en Semana Santa o en sus vísperas sacaban a la calle sus pasitos de juguete, construidos por ellos, con alguna pequeña imagen casera del Señor o la Virgen. Los mismos, también, que cuando había alguna boda de rumbo, en la parroquia del barrio, solían gritar aquello de "Párino, párino; no te lo gaste en vino…", a la salida de los novios del templo. Y era curioso ver como los padrinos correspondían, con una verdadera lluvia de monedas que los chiquillos se apresuraban a recoger del suelo.
Las cabalgatas de reyes de los cuarenta no eran tan ostentosas como estas de ahora. Eran años de posguerra, de mucha escasez, y hasta los juguetes que llegaban a las casas, eran de los más baratos; generalmente pelotas de goma, para sustituir a las de trapos que los mismos chavales se hacían con red de hilo tonto, con las que solían jugar en alamedas, plazas y calles; todavía tranquilas sin tanta circulación. Y si a un niño le echaban los reyes una bicicleta, un patinete o un tren eléctrico, era un mirlo blanco, porque la cosa no estaba para demasiados estipendios.
No se si ahora se sigue conservando la tradición, pero la costumbre de los magos de oriente, en aquellas fechas, era llegar con su cortejo, hasta el Sanatorio de Santa Rosalía, para entregar un juguete a cada uno de los niños lisiados pobres que allí se encontraban hospitalizados.
Y al día siguiente, cuando amanecía el seis de enero, fiesta de la epifanía los chaveas se echaban a la calle a enseñar a sus amigos los juguetes que habían recibido y a jugar con ellos; formando una verdadera algarabía, corriendo y brincando con sus espadas y sus pistolas de mentirijillas, sus camiones de madera, sus caballitos de cartón, sus pelotas de goma o sus balones "de reglamento", como llamaban a los que eran tal como los del fútbol de verdad. Un raudal de alegría inundaba nuestras calles y Jerez, de punta a punta, gozaba con los juegos y juguetes de su contenta chiquillería, que con tan poco se conformaba. Apenas un juguete para los niños, y una pepota para las niñas., generalmente una Mariquita Pérez Yo tenía un amigo en la calle Ancha, que cada año fabricaba muñecos, pepotas y caballitos de cartón, que luego se iba a vender, él mismo, en vísperas de reyes, a uno de los puestos en la vía pública, autorizados por el ayuntamiento; generalmente en la plaza del Progreso, donde solía venderlos todos a precios muy asequibles.
También recuerdo, como no, a uno de aquellos hombres que vendían juguetes baratos, delante del Mercado de Abastos, en la plaza Esteve. Se llamaba Juan González, pero le decían -aún no se por qué- Juan Valencia, y hubo una época que sus vecinos lo proclamaron alcalde del barrio de San Miguel, por donde vivía. Juan vendía de todo, en la vía pública. Lo mismo vendía helados, en el verano; que nueces y castañas, en noviembre y juguetes populares, cuando llegaban las navidades; todo ello, pregonando a grandes voces, y siempre con gran simpatía, su navideña mercancía.
Juan González, que era un gran luchador, me pidió un año que le escribiese unas cuartillas de propaganda de su puesto de juguetes; y recuerdo que le hice un texto, basándome en una canción aflamencada del cantaor Pepe Pinto. Aquella que decía "Por los caminos del cielo, / los reyes vienen bajando; / y en bolsas de terciopelo / a los niños van arrojando / bombones y caramelos. / Bombones y caramelos / que en la noche de los Reyes / son las lágrimas del cielo"…
Ni qué decir que el buenazo de Juan González me quedó muy agradecido por aquella propaganda que mandó imprimir y repartir, en octavillas de colores, en vísperas de la festividad de los Reyes Magos; agotando aquél año toda su mercancía. Una tienda que vendía los mejores juguetes de Jerez era, en la misma época, la de la familia Álvarez, en plena calle Larga; donde se podía encontrar desde las mejores muñecas a trenes eléctricos, bicicletas, cochecitos de pedales y toda clase de cacharritos infantiles, para hacer soñar a los niños más favorecidos por la fortuna.
Por unos días, las calles de Jerez se veían tomadas por un auténtico ejército de niños, jugando al aro, a la pelota o con el patinete, y llevando y trayendo de un sitio para otro sus variados juguetes. Y los demás juegos quedaban mientras tanto en suspenso, hasta que pasara la novedad de los regalos puestos en sus zapatos, en balcones y ventanas. Pasados esos días, todos volvían a jugar a lo mismo: al bolindre, a la billarda, a sal que te vi, a guardia, al salto la comba, etc.; mientras las niñas jugaban al tocaté, a la rueda, rueda, o a saltar con el cordel; cantando las mismas viejas canciones de siempre: La viudita del conde Laurel, ¿Como planta usted las flores?, ¿Qué es ese ruido que anda por ahí? Y tantas otras, aprendidas de sus madres. Porque pasada la novedad, los juegos tradicionales ocupaban su lugar, arrinconando los nuevos.
Canciones y juegos infantiles que, por desgracia, hemos ido dejando desaparecer, para siempre, y de los que ya nadie se acuerda; porque ahora lo que los niños piden a los reyes son juegos supermodernos, robots, videojuegos, etc., y no los juguetes tradicionales, de toda la vida, que estamos por asegurar que pasaron al olvido, para siempre.
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