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El último vuelo de los 'Wine Geese'

La influencia de los comerciantes irlandeses en el negocio de los vinos del Marco de Jerez

El último vuelo de los 'Wine Geese'
Juan P. Simó Jerez

30 de junio 2013 - 01:00

Dejen paso a los irlandeses. Paso a esos valientes que pusieron tierra de por medio desde la verde Irlanda y aparecieron por aquí atraídos por la fama y la posibilidad de enriquecimiento en la extracción de los vinos de nuestra tierra.

A aquellos pioneros se les llamó los 'Wine Geese' ('los ánsares del vino'), familias que abandonaron su tierra natal para trabajar en el comercio del vino alrededor de todo el mundo. Probaron fortuna especialmente en Francia, pero también en Australia o Estados Unidos. Y hubo otros que eligieron España y, dentro de España, Jerez. Nada tienen que ver con los 'Wild Geese' (ánades salvajes'), irlandeses que, por razones políticas, sociales e incluso amorosas, emigraron entre los siglos XVI y XVIII para unirse a las armadas europeas y combatir en sus batallas.

En Jerez todavía se oyen los apellidos de ese puñado de 'Wine Geese'. ¿Quién no ha oído el apellido Garvey, o el de O´Neale?... ¿y el de Terry? Pero el tiempo ha pasado desde entonces. Y la verdad es que, hoy día, hay abundante documentación perdida o distraída, por lo que sería trabajo de chino desentrañar con exactitud y detalle los primeros tiempos de algunas de esas familias que eligieron Jerez para levantar fortuna. Puede, no obstante, que el personaje más documentado sea William Garvey.

La historia de la llegada a Jerez del joven aristócrata irlandés William Garvey y Power es uno de los episodios más románticos del mundo del vino de jerez. William había nacido en el castillo de Annagh en 1756, en el condado de Waterford, hijo del príncipe de Murrisk, de ilustre estirpe irlandesa. Zarpó en 1780 rumbo a la bahía de Cádiz, atraído por la fama de la prosperidad gaditana en la segunda mitad del XVIII.

Los hermanos De las Cuevas nos descubrieron al personaje: La finalidad de ese viaje de William era comprar algunas ovejas para su padre, pero al naufragar el buque en el que viajaba por la bahía, fue auxiliado por el capitán de la Marina Española Rafael Gómez quien lo hospedó en su casa de Puerto Real. Aquí conoce a una de sus hijas, Sebastiana Gómez Jiménez, con la que acabaría casando.

William, hombre de extraordinaria perspicacia para los negocios, vio posibilidades en la zona gaditana. Trabajó en Sanlúcar como comerciante, aunque su interés principal era el vino, al que se entregó en cuanto pudo. Trasladado a Jerez, en 1793 fundará un negocio de exportación que hoy conocemos todos como Garvey. Su primer libro es de 1798 y revela que Garvey compraba casi todo el vino a Gordon & Co., y que hacía transacciones con la familia irlandesa de Shiel, que se habían convertido en ricos vinateros de Jerez.

Por su ascendencia irlandesa, su patrón era San Patricio; a su único hijo le puso el mismo nombre; su bodega fue la bodega de San Patricio, por lo que el vino más famoso de sus descendientes es, naturalmente, 'Fino San Patricio'. Y, como buen irlandés, hizo que Garvey fuera casi tan famoso por sus caballos como por sus vinos. Después de más de doscientos años, el presente de la bodega es catastrófico por las gerencias que se sucedieron. Garvey sigue hoy bajo la espada de una administración concursal.

Otra compañía con sello irlandés y donde se repite el binomio vino-caballo es, cómo no, la portuense de Terry. Sus orígenes parecen algo confusos. Se ha dicho que fue Santiago José de Terry Bucet quien funda el negocio vinatero junto a su madre doña Patrocinio Bucet, ambos procedentes del Dublín de Joyce, aunque en otros estudios se atribuye su fundación a Fernando A. de Terry y Carrera. El negocio vinatero comenzó su actividad en 1835. Pasó por enormes vicisitudes y dificultades hasta su reflote, ya en el último siglo, en manos de Fernando C. de Terry, que contó con la ayuda del Conde de Osborne prestándoles el embotellado del que carecían los Terry.

Nombrada empresa ejemplar, la bodega era muy avanzada socialmente y fue modelo en toda la comarca por el proteccionismo del que gozaban sus trabajadores. El año 1905 fue un año de hambruna en toda la ciudad. Se dice que, un buen día, doña Pepa Cuvillo, en su casa de la esquina de la calle San Juan, esquina Cruces, se dedicó a confeccionar una malla de seda amarilla sobre una botella de cognac, algo realmente complicado. Cuando Fernando de Terry Carrera llegó a comer, su esposa le mostró lo que había hecho. Fernando se entusiasmó al ver la labor y ambos decidieron que las botellas de cognac de su casa llevarían ese adorno. Acordaron entonces encomendar este trabajo a las mujeres de El Puerto para paliar la miseria que existía. Así nacieron las célebres 'mallas de Terry".

El apellido O´Neale también ha llegado a nuestros días. De sus comienzos poco hay. Sabemos, al menos, algo de su fundador, Rafael O'Neale y Giles, descendiente de Henry O'Neale, el 'Wine Geese' de la familia. Provenía posiblemente de Ballyneale, en el condado irlandés de Waterford, junto a la bella Kilkenny y se había establecido en El Puerto en 1869. En 1905 aparece por primera vez en las listas de exportadores de jerez, con domicilio en el número 5 de la calle Circo. En 1909, la mercantil Rafael O'Neale se traslada a la calle Lechugas 10 y en 1923 a la calle Cid número 4, donde permanecería hasta cesar sus actividades en la década de los ochenta. Sus marcas principales fueron 'Finísimo Viña El Cuadrado', fino 'Palma' y 'Añada 1840'. Uno de los descendientes embotellaría años después vinos con la marca 'Wild Geese', en claro homenaje a sus orígenes y antepasados. Se dice que el escudo parlante de O'Neale tiene una mano sangrante, ya que el Rey de turno prometió una prevenda al caballero que tocara primero tierra; él no dudó en cortarse su mano y lanzarla a la orilla hasta alcanzar la isla antes que nadie...

El apellido Fitz Gerald no es muy corriente, pero aún sigue vivo en Jerez. José Luis Jiménez los llama 'los Geraldinos', una degeneración del apellido que, según la leyenda, costaba poco pronunciar en Jerez. Los jerezanos somos así de prácticos. En lugar de Williams, decimos 'Uvilla'; el 'guachinein', el mindundi, se ha dicho que era el saludo con el que los gaditanos recibían a los ingleses nada más arribar a los muelles de Cádiz. Eso es el "what's your name?" inglés y, como muestras hay muchas, ahí está también el O'Brian, un médico inglés que debió ser listísimo y que estuvo en Huelva y Jerez y al que conocían por algo más sencillo: 'Briján', que dice la leyenda. Y de ahí el dicho: 'Sabe más que Briján'. Por lo tanto, y para no complicarse más la existencia, de Fitz Gerald pasaron a llamarse 'los Geraldinos'.

Jorge Fitz Gerald fue el primer geraldino que se instaló en Jerez. Jorge era oriundo del condado de Kildare y su hijo Thomas, Tomás Geraldino, nació en Jerez en 1682 de su matrimonio con Isabel de Vargas Croquer. Tomás llegó a ser un importante político y financiero vinculado a la vinatería jerezana. Mientras ocupó el cargo de embajador de España en Londres entre 1735 y 1739, el hombre favoreció el comercio de nuestros vinos y el desarrollo de la industria vitivinícola. Su hijo Francisco fue hermano mayor de la Hermandad de Las Angustias, capilla donde están enterrados los Geraldinos jerezanos, grandes benefactores de esa iglesia, así como Miguel José Geraldino, capellán Real de Sevilla y canónigo de la colegiata jerezana entre 1777 y 1789. De los Geraldinos se conserva aún su precioso recreo en la carretera de la Cartuja.

Poco más podemos decir de otro ilustre 'Wine Geese', el granjero Patrick Murphy, natural de Gratforth, que se dejó caer por aquí en 1725. De naturaleza enfermiza, Murphy comenzó comerciando con la tela hasta que descubrió que el vino podría ser mejor negocio. En 1730, Patrick fundaría una compañía vinatera que, con el tiempo, se convertirá en una de nuestras industrias más internacionales: Pedro Domecq.

De su vida ya hemos hablado en otra ocasión: Murphy vivía en plaza Plateros puerta con puerta con un francés huido a España, Juan Haurie Nebout, también soltero, quien comenzó a ayudar a su amigo en la dirección de las viñas y cuando Murphy murió en 1762, Haurie fue su único heredero. Heredó todas sus propiedades, incluidas las viñas que se encontraban en los mejores pagos de la zona: Macharnudo y Carrascal.

El caso de Enrique Butler Ortiz pertenece al pasado más reciente. Sus padres fueron Eduardo Butler Ortiz, nacido en 1868 en Gibraltar y de ascendencia irlandesa, e Inés Ortiz Pérez. La familia regentó una relojería en la calle Algarve. Eduardo fue además apoderado de las bodegas Fernández Gao, donde su hijo Enrique trabajaría posteriormente. Se cuenta que su padre Eduardo hizo en los años 60 y 70 una curiosa fortuna, al cobrar una libra de comisión por cada bota que le hacía entrar en Londres a José María Ruiz-Mateos, con quien trabó una enorme amistad. Eduardo mandaba entre 16.000 y 10.000 en aquella veintena de años. Fue tal la fortuna que acumuló, que muchos aseguraban haber visto que vivía mejor que el mismo Ruiz-Mateos. Las bodegas Fernando A. de Terry , que Rumasa adquirió poco antes de la expropiación, pertenece hoy día al grupo norteamericano Beam, dueños a su vez de Domecq.

Pero la verdad es que, más que el vino, lo que le interesaba a Enrique era la fotografía. Trabajó asiduamente entre 1915 hasta mediados de los 40 para la prensa local y provincial y también en publicaciones nacionales como 'Bromas y Veras', 'La Esfera', 'Mundo Gráfico', 'Siglo Futuro', 'El Sol' y el ABC. Enrique fue uno de los creadores de la Asociación de la Prensa de Jerez, concretamente el 14 de marzo de 1935.

La presencia de este puñado de irlandeses y otros que se nos escapan vuelve a echar por tierra -y esto lo hemos repetido en más de una ocasión- la creencia de que la formación y desarrollo de la actividad vinícola en la provincia fue forjada por el capital de comerciantes ingleses y franceses especialmente. Hubo también escoceses, alemanes e irlandeses y empresarios de origen jerezano, gaditano, cántabro y de otros puntos del país, todo eso sin olvidar a los indianos que recolocaron sus capitales en el Marco de Jerez y que no sólo contribuyeron a cimentar el prestigio de lo que se conoce como la zona de producción del jerez y la manzanilla de Sanlúcar, sino que en muchas ocasiones su aportación en trabajo y capital fue superior, en conjunto, al de los extractores venidos de otros países.

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