"Me da vergüenza decirlo, pero una persona no decide tener depresión"
Día de la Lucha contra la Depresión
Natalia narra su experiencia al lidiar contra la depresión, un trastorno mental que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo
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“Me consideraba fuerte para unas cosas y débil para otras”. Así comienza Natalia (Jerez, 1978) a narrar su experiencia al lidiar contra la depresión. Se trata de un trastorno mental caracterizado por un bajo estado de ánimo y sentimientos de tristeza, en ocasiones asociados a "se acompañan de otros síntomas, como por ejemplo pensamientos negativos que dificultan significativamente su vida cotidiana", apunta José Luis Cebrián, Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales.
Supone una de las patologías más frecuentes de atención primaria y es la primera causa de atención psiquiátrica y de discapacidad derivada de problemas mentales. En la actualidad se estima que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo (la mayoría mujeres), y que cerca de 800.000 personas se suicidan por depresión cada año, siendo la segunda causa de muerte en el grupo de edad de 15 a 29 años.
Prácticamente la jerezana ha padecido todas las causas que pueden generar una depresión. Sufrió acoso en pre escolar, "entonces lo llamaban cosas de niños". Los celos hacia su hermano le provocaron enuresis (incontinencia urinaria), por lo que “mis compañeros me decían que olía a pis”. A esto le siguió un desgraciado episodio de abusos sexuales y continuó con 'bullying' en la adolescencia. Era atacada por su apariencia física, ya que desarrolló algo más tarde que el resto.
Cuando ella tenía diez años sus padres se separaron, algo que no le afectó. Lo peor vino después al no congeniar con la nueva pareja de su madre. Intentó quitarse la vida en tres ocasiones: a los 11 años, a los 14 y a los 17.
Abandonó los estudios en COU y encadenaba un empleo con otro. “Trabajar siempre me hacía sentir bien”. Ella misma asegura que se volvió una adolescente insoportable, la casa era un hotel. Tras una gran bronca, su madre la invita a irse de casa y “con razón”.
Se marchó a vivir con su pareja y ese tiempo empezó a ser muy feliz, tanto que se casó. A los meses padeció fuertes dolores que desembocaron en una operación de hernia de espalda, una discapacidad y con ella acabó en la lista del paro. A partir de ahí, su ya marido cambió con ella y la dejó perder hasta que se divorciaron. A partir de ese momento, y muy a pesar de que Natalia se negara a aceptarlo, aparece la palabra depresión en su vida. “Me da vergüenza decirlo, pero una persona no decide tener depresión. A un diabético no le da vergüenza”, espeta aunque en ambos casos, como la propia Natalia explica, son enfermedades que se desencadenan porque una parte de tu cuerpo no gestiona bien una sustancia.
Aparecieron los primeros ataques de ansiedad, inició un proceso de auto destrucción, se enganchó al tarot telefónico, intentó suicidarse una vez más. Estaba amargada, lo pagaba con familiares y amigos. Luego, comenzó a tomar medicación, pero la dejó porque no se sentía ella misma. Además, ingería dosis mayores de las debidas y las mezclaba con alcohol. Los primeros médicos le respondieron que lo tenía que gestionar ella misma.
Volvió a trabajar y a sentirse de nuevo sana. “Tenía objetivos. Publiqué el libro ‘Luna, papel y tijeras’, junto con el grupo Escritores Domésticos, con un curso de narrativa, y cambió de piso. Esto último fue determinante en su mejoría. “Tenía muchas ganas de soltar el pasado”. Allí pasó el confinamiento con sus dos gatos. “Mucha gente no lo entiende, son como mis hijos”.
Tras esta época estable vino lo que la catapultó a la más oscura hasta ahora vivida. Falleció una amiga con 40 años en septiembre de 2020. “Me preguntaba por qué no me había pasado a mí, era feliz pero no me sentía completa. La psicóloga dice que mi vida tiene la misma utilidad”. Poco después falleció repentinamente su abuela. “Era algo que tenía que pasar, sin embargo, no lo acababa de entender”. También murió uno de sus gatos y, la guinda a este agrio pastel, lo puso la muerte de un tío suyo cuando no se hablaban. Ninguneada en el trabajo, comienzan de nuevo los ataques de ansiedad. “Vivía por inercia, iba por la vida como una autómata, no sabía ni cómo me encontraba. El médico me diagnostica depresión y al principio me niego a aceptarlo. Pensamos que la depresión es solo tristeza”.
Es derivada a los psicólogos de la Seguridad Social, pero no tuvo suerte y no ha podido ser atendida por ello. Recurrió a una psicóloga privada. “Me da pautas. Había dejado de salir, anulado viajes porque me entraba ansiedad. Ahora me obligo a ir a conciertos, a la Feria…”. Define a su psicóloga como cercana y objetiva, trata con normalidad su depresión.
En la actualidad, Natalia que no ha tenido pareja desde que se divorció, matiza, por miedo a que le haga daño, reconoce abiertamente que tiene depresión. Está mejor, aunque ha sufrido bajones con las fiestas. "He llamado al 024 (la línea de atención a la conducta suicida) y a amigos que me han ayudado. Ojalá se hable de la depresión como de otras enfermedades y la sanidad tenga recursos para tratar la salud mental”, reivindica.
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