Una vida dedicada al traje de corto
Antolín Díaz Salazar recuerda sus primeros años en el taller con su padre y sus tíos. "Al principio las pasé canutas, pero no me podía conformar con ser uno más".
Antolín Díaz Salazar se ha despertado a las cinco y media. Como cada mañana, baja a la primera planta de su casa –la misma en la que nació la madre de Pasqual Maragall– y pasea por su particular museo. Dos salas con 167 trajes de corto. No falla nunca a la cita.“Sí, estoy majara. Todos los días lo primero que hago es entrar aquí, porque disfruto viendo esto. Muchas veces me digo ¿y tú has sido capaz de crear todo?”, relata. A sus 81 años, sus amigos le dicen que deje la aguja y que se dedique a disfrutar de la vida y a pasear, a lo que Antolín siempre responde:“Venga, yo doy un paseíto temprano y a las dos horas estoy ya con la aguja. ¿Qué hago yo dando vueltas por ahí viendo las obras que hace el alcalde?”.
Hablar de este jerezano es reivindicar el trabajo artesanal, la tradición, la cultura, el caballo. Cuando terminó el colegio, se puso a estudiar Comercio por las noches y a trabajar con su padre y sus tíos en la sastrería por la mañana. “Te estoy hablando de una época mala y había necesidad de que todo el mundo ayudara en casa, no es como ahora. Ahora mis hijos no quieren esto ni regalao”, reconoce.
Antolín recuerda que cuando empezó en el oficio, “me di cuenta de que la confección se comía a los sastres y me busqué una especialidad, algo que no tuviera competencia”. Autodidacta como pocos, se ‘independizó’ del negocio familiar cuando volvió del servicio militar, con 23 años. “Quité todos los trajes tradicionales que había en el escaparate y puse trajes de corto. ¡Y vamos si las pasé canutas! Los dos primeros años sólo entraba trabajo en Feria y en El Rocío, y después no había nada que hacer. Pero yo soy más duro que el alcoyano y yo tenía que hacerme alguien en esto. Mi padre me enseñó que en la vida hay que aspirar a lo alto, no a lo bajo. No conformarse con ser uno más, hay que ser el mejor”, relata.
Y lo ha sido. Y sigue siéndolo.Referente en el mundo de la sastrería, por su taller han pasado ilustres toreros y rejoneadores, como Miguel Báez ‘El Litri’, Enrique Ponce, Álvaro y Antonio Domecq, Paco Ojeda, El Juli o Hermoso de Mendoza. No sólo grandes del toreo han pasado por la ‘plaza’ de Díaz Salazar. El jerezano recuerda entre risas la anécdota con Luis del Olmo: “Vino para que le hiciera la ropa pero no había sombrero para él, tiene más cabeza... De verdad, él mismo me lo dijo. Así que al final fue con el traje y con el sombrero en la mano, no se lo pudo poner. También ha venido gente de Inglaterra, de Alemania, de Italia, de Chile...”.
“Mis hijos siempre me han dicho, ‘papá te tiras en tu casa 16 horas trabajando todos los días y el domingo está lleno de gente’. Para mí eso no es una pena, es un orgullo, algo debo tener, ¿no?”, declara el sastre.
Comenzó con trajes de corto camperos y después se inició en el mundo del bordado. Nadie le enseñó. Se inspiraba en cuadros, en libros, en ropa antigua “que tenía Alvarito y don Juan Pedro Domecq de la Riva, que la guardaban en su casa y yo la observaba para ir aprendiendo”. Todo lo ha hecho él, con la ayuda de su mujer, una gran bordadora. Ha sido una elección estar solo al frente de la sastrería porque “hay 40 hombres que están deseando aprender de ti y ponerse enfrente tuya. Si tú supieras la de discípulos que tengo yo y que no han entrado aquí nunca... Tengo uno en Córdoba, otro en Málaga... Todos han pasado aquí ocho años trabajando conmigo, y es mentira, pero aprovechan el nombre”.
Reivindica el traje de corto como lo más natural de Andalucía, y a pesar de que la gente “ya no se viste bien cuando sale a la calle, en la Feria de Jerez, el que va en un caballo va de punta en blanco.Eso en aquí no falla”.
Reconoce que a veces tiene los ojos cansados de bordar, pero en su cabeza siempre está ideando nuevos trajes, nuevos dibujos, nuevas combinaciones. Cada traje le puede llevar unas 40 horas de trabajo, pero el bordado es otro cantar. “Es imposible calcular el tiempo, es incontrolable. Cuando empiezas a bordar una prenda lo primero que tienes que hacer es entretelar con muselina, después le haces el dibujo por dentro, luego lo tienes que pasar para afuera, para que salga en la tela, y después comienzas a bordar. Y claro, cuando ya llevas tres horas, la vista tiene que parar”, relata el sastre.
Su buena salud –con 65 años jugaba partidos de baloncesto en el Club Nazaret con otros “comerciantes”– le sigue permitiendo crear nuevas obras para su museo. Un museo que el Ayuntamiento dice que “no reúne las condiciones”, pero que él lo dejará como legado de parte de la historia de Jerez. “Yo no puedo dejar de hacer esto. Esto para mí es una necesidad. Me moriré con las tijeras en la mano y al lado de la mesa, porque es lo que me gusta y lo que quiero, y mientras esté bueno, seguiré con mis trajes. Yo me levanto todos los días con ganas de trabajar”.
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