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Empiezo a escribir este artículo sin saber muy bien si escucho la ovación a un cineasta en los Oscar, estoy en un concierto de lujo en la Alhambra o celebramos un nuevo hito espacial. No hay medio que no retransmita el momento histórico en directo. De las radios y las televisiones a la prensa digital. La princesa Leonor jura la Constitución en el Congreso de los Diputados. Cinco minutos de aplausos. La pobre chica ya no sabía ni cómo ponerse ni dónde mirar. Sus padres, tampoco.
Despliegue informativo para cubrir la ceremonia de uno de los actos institucionales más importantes de España. Eso nos cuentan. Tres escenarios y cuatro actos. Una ambiciosa obra con desfiles, discursos, condecoraciones, almuerzo y cena. Con múltiples análisis cada vez que se levanta el telón: de lo que se ve y de lo que no; de los asistentes y de las ausencias; de lo que nos dicen y de lo que simboliza.
Estiloso traje de chaqueta blanco, pelo recogido y gesto responsable. No se sale del guion: la han preparado para hoy (en ello sigue con su formación militar) y así continuará la hoja de ruta que escribieron para ella nada más nacer. Como heredera de la Corona y futura jefa del Estado español. Hace 37 años lo hizo el actual Rey. El entonces príncipe de Asturias cumplía la mayoría de edad un 30 de enero de 1986. Los tiempos cambian pero el peso de la historia (y del protocolo), no.
Siempre que hay un acto tan solemne y oficial, tan milimétricamente planificado, me vuelvo entre traviesa y maliciosa. ¿Qué pasaría si? El protagonista se cae o le da un infarto, la monta un espontáneo, a mí misma se me va la pinza y me pongo a gritar. De lo más tonto a lo más trágico.
Con la jura de Leonor he ido un poco más allá. No dejo de leer informes sobre el alarmante deterioro de la salud mental de los jóvenes y estadísticas de criminalidad a edades cada vez más tempranas. No sé en qué momento me hice republicana (lo soy) pero no es algo que me quite el sueño.
Ya hubiera querido la formación de la princesa, y la tranquilidad de su posición, pero no envidio para nada a esa joven de 18 años que acaba de comprometer toda su vida a “guardar y hacer guardar la Constitución”. Sin escándalos y sin polémicas. Sin quejarse, sin negarse ni preguntar por qué. ¿Qué joven no cuestiona todo y se rebela? ¿Qué joven, hoy, no tiene un bajón y una crisis existencial?
Imagínense cuál sería el debate en España si la Princesa de Asturias decidiera pasar… de todo. No hay historias, ni Historia, sin contexto. Aunque a veces tengamos que recurrir al boom de las distopías para entender.
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