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María, la portuguesa

Galería del Crimen. Capítulo 5

Carlos Cano inmortalizó en 1987 la muerte de un pescador de Ayamonte, asesinado a sangre fría por la guardia fiscal portuguesa. La bellísima canción tenía poco que ver con lo sucedido

Capítulo 4| Crimen del Churrero: Una investigación a fuego lento

Capítulo 3| Doble crimen de Almonte: Nueve ciudadanos perplejos

María, la portuguesa / Miguel Guillén
Pedro Ingelmo

17 de mayo 2024 - 10:58

El 5 de enero de 1985 un guardia fiscal portugués, Antonio Nunes, disparó al pecho de Juan Flores, un pescador de Ayamonte de 35 años que había cruzado el Guadiana para ganar algo de dinero con el que poder comprar unas muñecas Nancy que poner en la noche de reyes a sus hijas. Juan tenía dos hijas, de cuatro y ocho años. Su mujer, Paqui Martin, explicaba desconsolada que “no se puede matar a un hombre que busca el pan de sus hijos. Si salía a pescar, comíamos; si no, no”.

Juan había quedado aquella víspera de Reyes con Antonio Da Silva Monteira, un buscavidas analfabeto de 57 años que le esperaba con el motocarro donde se encontraban las cuatro cajas de cigalas que había apalabrado. Da Silva era el intermediario. Había recibido la mercancía de otro español en el mercado y su trabajo era llevarlo hasta el estero de Horta del Río a cambio de 500 escudos. Por allí aparecería el receptor.

Antes de que llegara Juan con su bote, se presentó en la orilla opuesta a Ayamonte, la de Vilareal do San Antonio, una patrulla con tres guardinhas de paisano. Habían recibido el soplo del trato de un anónimo. Da Silva se puso nervioso, quiso alertar a Juan de que no se acercara, pero Nunes le ordenó que se pusiera de espaldas. Cuando el bote de Juan tocó la orilla, salió la patrulla y le dio el alto. Hubo dos disparos al aire. Juan trató de dar media vuelta, pero entonces Nunes corrió hacia él y le detuvo con cuatro disparos. Nunes había hecho lo que le habían enseñado en la fuerza colonial que Portugal tenía destacada en Angola y allí no se preguntaba mucho antes de disparar. Da Silva declaró que “el que disparó sabía que iba a matar”.

Entierro del pescador Juan Flores en enero de 1985 en Ayamonte / Pablo Juliá

La muerte de Juan causó consternación a ambos lados del río. El día de su entierro ambas localidades, Ayamonte y Vilareal, cerraron sus comercios. Pero aparte de dolor también había indignación al conocerse que las autoridades portuguesas habían querido tapar el incidente como un accidente. Según la versión de Nunes y sus compañeros Juan había intentado escapar y dispararon al bote, con tan mala suerte que la bala rebotó y se alojó en su pecho. Pero la autopsia demostró que Juan había recibido dos tiros. Ya era difícil que rebotaran dos balas.

El contrabando

Los pescadores de Ayamonte se tenían que buscar la vida al otro lado de la frontera porque se había decretado un parón biológico que les impedía faenar y no existía un acuerdo pesquero con Portugal que les permitiera ir con sus barcos a sus aguas. Un callejón sin salida. La única solución era salir a pescar sin licencia, a riesgo de perder el barco, o cruzar el río “para ganarte dos mil pesetas”. Compraban en Vilareal y vendían en Ayamonte el mismo marisco que podían haber cogido sin riesgos en sus propias aguas. En 1985 ni Portugal ni España estaban en la Unión Europea, ni había llegado la fresa, ni el turismo. La economía sumergida era prácticamente la única economía.

Vilareal y Ayamonte están unidos desde 1991 por el Puente Internacional, pero en 1985 eran dos pueblos vecinos separados por una frontera, la desembocadura del Guadiana. Entre ellos había una continua comunicación con barcazas que pasaban de un lado a otro. El comercio era fluido. Los portugueses iban a Ayamonte a comprar carne y juguetes, que en España eran más baratos, y los españoles iban a Vilareal a por sábanas, colchas y alfombras. Al fin y al cabo, ambos pueblos vivían de lo mismo, de ese comercio y del puerto y de la pesca, pero la presencia del Guadiana convertía algo tan sencillo como trasladar unas cajas de marisco de un lado a otro en contrabando.

En cuanto al comercio, tres agentes servían en una pequeña aduana para controlar que las compras que se hacían a un lado u otro no superaran las 15.000 pesetas. Para que el viaje fuera rentable era necesaria mucha más mercancía que lo que se pudiera sacar por ese precio. Fue así como nació una nueva ‘clase profesional’. Se trataba de mujeres de cierta edad que iban y venían continuamente en las barcazas para que los comerciantes pudieran aumentar la mercancía. Estas mujeres cobraban una pequeña cantidad por declarar como suyas las colchas de Portugal o la fruta y la carne de Ayamonte. Se las conocía como ‘las que hacen la carrera’. Posiblemente María la portuguesa era una de ellas.

Porque este crimen se habría olvidado hace mucho tiempo si no fuera porque en 1987 Carlos Cano compuso una bellísima canción a ritmo de fado recordando aquella desgraciada historia. Cano convirtió el sórdido hecho en una historia romántica que nunca sucedió.

La canción

Al cantautor granadino le había impresionado una parte de la historia que sólo se había comentado de refilón en las crónicas del suceso. El cuerpo de Juan tardó cuatro días en repatriarse. Tras su asesinato fue trasladado a la morgue de un pueblo cercano y durante esos cuatro días una misteriosa mujer de negro veló el cadáver. A los que le preguntaron por qué se encontraba allí simplemente les contestó que su nombre era María. Cuando el cuerpo se repatrió, la mujer pidió ir en la barcaza con él, pero los familiares se negaron. Sin embargo, cuando el féretro llegó a Ayamonte allí estaba esa mujer esperando con una corona de flores. En la prensa de la época aparece al frente del cortejo.

Al conocer esta historia Carlos Cano fabuló una historia de amor: “En las noches de luna y clavel, de Ayamonte hasta Vilareal, sin rumbo por el río, entre suspiros una canción viene y va, que le canta María al querer de un andaluz. María es la alegría y la agonía que tiene el sur. Que conoció a ese hombre en una noche de vino verde y calor y entre palma y fandango le fue enredando, le trastornó el corazón. Y en las playas de isla se perdieron los dos donde rompen las olas besó su boca y se entregó (…) dicen que fue el ‘te quiero’ de un marinero razón de su padecer que en una noche en los barcos del contrabando al langostino se fue y en la sombra del río un disparo sonó”.

Durante mucho tiempo la historia de aquella mujer de negro fue un misterio hasta que en el año 2016 una investigación del periodista David López Frías para El Español desveló su identidad. El EspañolSu verdadero nombre sí era María, María de los Ángeles, y había nacido en Ayamonte en 1923. Su madre murió en el parto y se desconocía quién era el padre. Fue adoptada por una pareja vecina hispano-portuguesa que en la guerra civil huyó a Portugal donde rebautizaron a su hija adoptiva como Aurora Murta Gonzaga, para que tomara los apellidos de sus benefactores. Con su nueva identidad se trasladaron al Lazareto, el barrio más pobre de Vila Real do san Antonio, donde sería ya siempre conocida como ‘La Española’.

Se casó joven, tuvo un hijo, se escapó de un matrimonio agobiante y se dedicó a la prostitución, donde fue ascendiendo en el escalafón hasta dedicarse sólo a clientes adinerados. Esto le permitió adquirir una casa bastante más lujosa de aquella en la que había salido. Siempre se autodefinió como “una puta fina”. Uno de sus clientes más famosos fue Ricardo Chibanga, el primer torero negro. Cuentan que nunca se escondió ni se avergonzó de su oficio, más bien lo llevaba a gala.

Aurora Murta Gonzaga, apodada La Española

Cuando a los 60 años empezaron a faltarle los clientes, Aurora se pasó al contrabando, a lo que era hacer la carrera en las barcazas. Seguramente es en esta actividad y no en la anterior en la que conoció a Juan. Juan tenía 35 años y ella 63, había perdido la belleza que le había hecho tan popular en los salones más lujosos del sur de Portugal. No parece casar entre ellos un romance tan apasionado como el que relata Carlos Cano. Otra teoría es que sencillamente no conociera de nada a Juan y que simplemente realizara ese acto de velar su cuerpo por compasión. Un pobre marinero andaluz de su pueblo de nacimiento asesinado de esa manera y abandonado en una morgue…

Tras el suceso, Aurora fue perdiendo la cabeza, dejó también el contrabando y se encerró en su casa rodeada de perros, gatos y basura. Sólo salía para pedir monedas en los bares. Murió en un geriátrico a los 88 años, en el 2011, y nada más que cuatro personas acudieron a su sepelio.

Es curioso que durante tanto tiempo permaneciera oculta su historia porque Aurora era muy conocida en Vila Real y la canción se hizo muy popular, pero a nadie se le ocurrió relacionar una cosa con la otra.

La canción se convirtió con el tiempo en un himno oficioso de Ayamonte y allí estarán eternamente agradecidos a Carlos Cano por que el pueblo protagonizara una de sus composiciones. Pero más allá de la lírica, la viuda de Juan tuvo que sacar como pudo adelante a sus dos hijas con la ayuda de la familia. La indemnización del gobierno portugués apenas ascendió a 200.000 pesetas. Que Juan tuviera un lío al otro lado del río, como relataba la canción, es algo que también persiguió a la familia, aunque el tiempo demostró que lo único que quería Juan era cuatro cajas de cigalas para comprarle unas nancys a sus niñas.

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