Esperas frente a la Verja

12 millones de personas cruzaron la frontera de Gibraltar en 2013, de ellos entre 6.000 y 12.000 vecinos de la comarca lo hacen a diario Europa tacha los controles de "desproporcionados"

Una imagen reciente de colas peatonales a la salida de Gibraltar.
Una imagen reciente de colas peatonales a la salida de Gibraltar.
Patricia Godino

10 de agosto 2014 - 05:01

Doce millones de personas cruzaron la Verja de Gibraltar en 2013. Estíbaliz Menoyo lo hace a diario desde hace siete años. Hasta hace algo más de año y medio, realizaba este trayecto en coche, la manera más cómoda de llegar desde Algeciras hasta la colonia británica, donde trabaja como empleada de una aerolínea de esa rareza que es el aeropuerto de Gibraltar.

La pista y el aeropuerto ocupan un espacio que no está recogido en el Tratado de Utrecht. En los acuerdos de 1713, sólo se contemplaba la cesión de la ciudad, su muralla, el puerto y el castillo. Pero a finales del siglo XIX, sumida en la crisis de la pérdida de Cuba y Filipinas, España se despreocupó del istmo que unía la península a la Roca. Gibraltar pidió desplazar hasta este terreno a los infectados por la peste que estaba diezmando su población y España dio su consentimiento. Lo que en origen eran unos barracones se convirtieron, con el tiempo, en hangares y ya con la II Guerra Mundial, la Royal Navy usó este enclave frente al Norte de África como base de operaciones. La política de hechos consumados hizo el resto. Todo delante de los ojos de España. Pasado más de un siglo, se lamentan muchas decisiones.

La singularidad del aeropuerto llanito no es sólo una cuestión de Historia. La da también su diseño. La pista de aterrizaje está atravesada por la carretera que accede al corazón del Peñón, de modo que cuando un avión despega, todos esperan: españoles que acuden a oficinas y tiendas (el sector del juego on line, la banca privada y el comercio concentra la mano de obra española), gibraltareños que acuden a sus negocios y residen en la vecina Sotogrande -el segundo rincón de la península donde se habla más inglés por metro cuadrado-, autobuses atestados de turistas ávidos de comprar perfumes, alcohol, ropa de firma y cartones de tabaco a mitad de precio gracias a la ventajosa política fiscal, repartidores de la comarca, businessmen en coches de alta gama y motillos de esa enorme parroquia suscrita a la venta de tabaco de contrabando en quiosquillos y tiendas de conveniencia.La diversificación social se concentra allí. Todos aguardan tras las barreras a que el avión se eleve, pero la espera no dura más de 15 minutos, 30 a lo sumo. Son colas incómodas pero predecibles, asumibles.

No así las colas que se forman ante el paso fronterizo, a la salida y entrada del Peñón, un trámite obligatorio para los 6.000 españoles que el Gobierno reconoce que tienen en el Peñón un puesto de trabajo -4.260 según la administración gibraltareña y 12.000 según sindicatos españoles- y un futuro económico más despejado que el que da el Campo de Gibraltar, donde el paro rebasa el 40%.

Tras inspeccionar la Verja el pasado 2 de julio, los observadores de la Comisión Europea han emitido un informe esta semana que califica los controles en la frontera de "desproporcionados", un documento en el que pide también a Gibraltar "más cooperación con las autoridades españolas" en la lucha contra el contrabando.

"Unos días cruzas en cinco minutos y otros en cuatro horas. Imagina eso después de una jornada de trabajo", señala Menoyo que un día decidió dejar el coche al otro lado de la Verja. Ahora cuando llega a La Línea busca aparcamiento en la zona azul que linda con la frontera y cruza a pie. El trayecto le lleva un rato pero controla más el tiempo. Como ella, muchos empleados de la colonia han cambiado sus hábitos en este último año, y no por capricho.

Desde su llegada a la cartera de Exteriores, el ministro García-Margallo había abonado el terreno: el Foro Tripartito, gestado por su antecesor Moratinos y que colocaba a Gibraltar a la altura de España y Reino Unido, era, a su juicio, "una broma que debía terminarse". No dudó tampoco en saludar a su colega William Hague, responsable entonces de la Foreign Office, con el clásico "Gibraltar español", una licencia entre colegas diplomáticos que, a los ojos de Fabian Picardo, era toda una provocación. El goteo de declaraciones de trazo grueso del ministro principal del Peñón tuvo su respuesta más contundente cuando el 25 de julio de 2013 ordenó el lanzamiento de 70 bloques de hormigón en un espacio protegido para la flota artesanal de la Bahía de Algeciras. El caladero, en un espacio de aguas que España defiende como suyas, quedó inutilizado y los barcos de la comarca, amarrados a puerto. Más miseria a un sector deprimido.

Lo que vino después es de sobra conocido: la crisis de los bloques, que repitieron hasta la saciedad telediarios y portadas de periódico el verano pasado en plena canina informativa, originó un extraordinario ruido de soflamas patrióticas, a ambos lados, y una acción diplomática por parte de España de una contundencia inédita: se intensificó los controles y las retenciones se multiplicaron haciendo insostenible un tránsito ya de por sí lento, ya que las inspecciones son obligatorias porque Gibraltar no pertenece al espacio europeo Schengen de libre circulación de personas y mercancías.

Sin embargo, no se calculó que para estrangular la economía del Peñón como castigo a Picardo se ahogaba la vida de los asalariados de carné patrio. "Es una bofetada a Gibraltar en la cara de los españoles", razona Estíbaliz sobre unos controles que se multiplican por razones tan peregrinas, relata, como que la selección llanita ingrese en la UEFA o se celebre el National Day en la colonia. Los agentes españoles destinados a este puesto insisten en que las órdenes de mayor celo en la vigilancia siempre "vienen de arriba", el argumento siempre es el mismo: hay que combatir el tráfico de ilícitos.

Tan acostumbrada está a este trasiego de razones a un lado y otro -"sin entrar en política", pide aclarar- que, como vio hacer a otros compañeros, esta joven nacida en Lemona (Vizcaya) se afilió al sindicato mayoritario de Gibraltar y en la actualidad forma parte del Grupo Transfronterizo por una Frontera Humanitaria, un colectivo mixto creado el pasado septiembre que reúne a sindicatos y empresarios de ambos territorios con una firme voluntad de diálogo. Su testimonio en la comisión de Asuntos Europeos del Parlamento sirvió para que los diputados andaluces pusieran cara a un conflicto que a unos les trae sin cuidado, a otros les enerva pero que a más de una decena de miles de trabajadores de la Bahía de Algeciras les atañe y les condiciona la vida. Menoyo reclama una "normalización" de la frontera y que se "respete a los trabajadores", que no le hagan "abrir todos los días el bolso o el capó del coche como si fuéramos delincuentes".

No sólo los españoles están cansados. Estos registros exhaustivos ralentizan un tránsito del que se han hartado también muchos gibraltareños y asalariados de la singular comunidad internacional residente en el Peñón. "Si antes salían a cenar a La Línea o comprar por la zona, ya no lo hacen tanto. Lo que gastan, lo gastan dentro, no fuera", expone Lola Raposo, dependienta en una franquicia de moda de un centro comercial que ha visto cómo han decaído las ventas a extranjeros.

La poderosa economía gibraltareña sí puede soportar estas pérdidas pero no la de La Línea, un municipio deprimido, lastrado por el paro cronificado y la economía sumergida. Como el resto de la comarca, La Línea espera de la Junta un plan de choque que, según el Gobierno andaluz, vendrá de la mano del Fondo Social Europeo. La Consejería de Presidencia arguye que será una "solución" a "la ausencia de plan de empleo del Gobierno de Rajoy con Andalucía" pero, de momento, no da fecha.

Al margen del diálogo de sordos habitual entre el Ejecutivo central y el autonómico, la interdependencia de Gibraltar y su comarca sigue su curso. El Peñón no tiene terreno pero tiene dinero y empleos; la comarca no tiene dinero pero tiene terreno, mano de obra y necesidades. La cara y el envés.

Por ejemplo, mucho de lo que se fabrica a diario en España como el pan, un bien básico, entra por la frontera. "Hablamos de muchos autónomos españoles: el repartidor de un obrador de San Roque que tiene en Gibraltar el 80% de su negocio no sabe cuánto tiempo va a estar en la cola de entrada ni en la salida, ¿cómo puede organizarse una jornada de reparto así?", explica Manuel Triano, secretario de Organización y Comunicación en CCOO de la comarca. Entre otras propuestas, este miembro del Grupo Transfronterizo aboga por que la UE destine un observador permanente a la Verja porque "ya vimos cómo para la última visita de lo observadores europeos, España relajó los controles, pero eso no es lo habitual".

Espoleada por la críticas, la Agencia Tributaria española presentó a finales de julio un sistema ideado para los trabajadores españoles en la colonia. En la práctica, se trata de que los vecinos de la comarca con contrato en el Peñón o gibraltareños con sueldo fuera de la colonia puedan usar en la aduana de La Línea los carriles señalados con el distintivo rojo, habitualmente reservados para quienes tengan objetos que declarar y que presentan un tránsito mucho menor. Y es menor por pura picaresca: la mayoría pasa por el carril de Nada que declarar aunque lleve el doble fondo del maletero o el forro del chaquetón atestado de cajetillas de Malboro. Hacienda calcula que este tráfico ilegal representa un agujero en las cuentas del fisco andaluz de más de 765 millones de euros en los últimos cinco años.

De momento, este carril rojo no contenta a todos. A Menoyo le parece una solución a medias porque "facilitará el tránsito a los trabajadores, pero sólo a los que presenten contrato, pero ¿qué pasa con quienes no tienen?", como los centenares de asistentas sin papeles en el Peñón, "o los turistas, ellos son fuente de ingresos para ambos territorios", señala sobre una frontera que califica de "discriminatoria" con esta nueva medida. También el Gobierno de Gibraltar habla de que se crean "derechos y privilegios especiales" para una categoría de ciudadanos de la UE con respecto a otros.

Las razones para mirar con recelo este sistema son, además, otras. "Para obtener la tarjeta que da el acceso al carril rojo, debo entregar mi contrato -expone Menoyo-, pero, si yo tributo y soy trabajadora en Gibraltar, ¿me obligará Hacienda a tributar también en España? Lo que cobro del Peñón, lo gasto en España, en mi país. Los trabajadores del Peñón ya contribuimos a la economía de la comarca".

Es la diatriba en un territorio único -la última colonia de Europa en pleno siglo XXI- que, a ojos de Inmaculada Nieto, concejal en el Ayuntamiento de Algeciras y parlamentaria andaluza por IU, requiere también "de soluciones únicas", y ésas no se dan desde un despacho sino conociendo de primera mano la vida cotidiana. "Todos sabemos que en cualquier contenedor del Puerto de Algeciras que burle los controles, entra más tabaco ilegal a la península que por Gibraltar", expone.

El fin de las obras de renovación en la aduana española para hacerla más amplia y moderna -Frontera Inteligente se llama ahora- está previsto para finales de 2015 y suponen una inversión de 7,3 millones de euros. Los planos enseñan un paso fronterizo con 15 pasos automatizados y paneles informativos que indiquen cuáles son las vías de acceso más ágiles. Más fluidas. Como debería ser la relación entre gobiernos vecinos.

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