Vivir para contarla

Los alumnos del Taller de Escritura Autobiográfica que organiza la UCA escribirán un libro coral con las historias que han marcado sus vidas.

Maribel Gutiérrez

11 de abril 2016 - 09:04

El 20 de enero fue un día importante para los protagonistas de este reportaje. Aunque entonces ninguno de ellos lo sabía, esa fecha supondría un antes y un después en sus vidas: se abría un periodo de introspección, reflexión y finalmente liberación, ante el que se muestran sorprendidos y encantados.

Ese 20 de enero de 2016 comenzaba el Taller de Escritura Autobiográfica que imparte la periodista María Alcantarilla y organiza el Vicerrectorado de Responsabilidad Social, Extensión Cultural y Servicios de la UCA. Una iniciativa en la que ocho alumnos se han abierto en canal para poner sobre el papel algunos de los capítulos que han marcado su recorrido vital.

Es el caso de Fernando Bonat, un trabajador de banca retirado, que en un principio pensó que el taller sería el camino perfecto para novelar la vida de su abuelo, José Manuel Bonat, “el primer asesinado en Cádiz durante la Guerra Civil”. “Quería escribir un libro sobre su historia, pero al final me he sorprendido a mí mismo haciendo un balance sobre mi vida”, afirma.

Y aunque en principio el objetivo de este proyecto era precisamente ese, para él no ha sido fácil sacar a la luz algunos momentos del pasado. “He guardado muchos secretos, tenía una gran carga sobre mi espalda y, gracias a María y a este taller, me he liberado de esa mochila tan pesada”.

Uno de los descubrimientos que han generado estas jornadas ha sido descubrir que “todos tenemos algo que contar, todos tenemos una historia detrás”. La de Fernando comienza cuando era niño y veía a su padre unos 15 minutos al día cuando éste se citaba con su madre al atardecer, lejos de las miradas ajenas. “Mi padre era un hombre casado con siete hijos, tenía su propia familia y a la vez mantuvo una relación con mi madre durante toda la vida hasta que ella enfermó”.

Con apenas 50 años su madre murió y en su funeral, “decidí enterrar a mi padre en vida”. Su trabajo se ha basado en volver sobre sus pasos y “buscar información sobre dónde está su tumba y qué fue de su vida”, para, de esta forma, reconciliarse con su pasado.

La mayoría de alumnos del curso no había escrito nada antes. No así Paqui Sánchez, quien había hecho sus pinitos a nivel amateur. “Siempre me ha gustado escribir, pero nunca me había planteado escribir una autobiografía”. Y eso que su trayectoria da material para estructurar varios episodios. Esta enfermera, que no ejerce como tal, tuvo “una infancia y adolescencia felices, nada fuera de la normal. Pero llegó un punto en el que me convertí en lo que soy ahora. Me quedé viuda muy joven con un niño de cinco años y una niña de tres y tuve que tirar hacia adelante como pude por ellos”.

Por sus hijos fue superando las adversidades que se fue encontrando. “Pasé de tener una vida plácida a convertirme en una luchadora. Comencé a buscar actividades y ayuda psicológica. Todo eso ha forjado mi existencia”.

Esos pequeños apuntes de toda una vida son canalizados gracias a la ayuda de María, quien tuvo claro siempre el objetivo de este proyecto. “El taller tiene una parte teórica y otra práctica en la que básicamente todo es conversación entre los alumnos y la profesora. Cada uno organiza sus capítulos vitales a su ritmo y yo voy orquestando esa información para que tengan una identidad común. Pero lo más importante es que se han abierto y han aprendido más a nivel humano que literario”.

Para ella, la escritura es una herramienta ideal para conseguir expresar lo que en principio nadie sabría o estaría dispuesto a contar. “La catarsis que te ofrece la escritura no te la dan otras herramientas. Todo el mundo se da cuenta de que tiene algo que decir y, sobre todo, algo que compartir”.

A Francisco Morales, funcionario del Ministerio del Interior jubilado, le costó llegar a esa conclusión, pues al comenzar el taller pensó que su vida no era digna de resaltar, ya que había sido apacible y sin grandes sobresalto. “Me regaló la matriculación del curso mi hija y la primera vez vine sin ganas, no me apetecía la idea. Ahora ansío que lleguen los miércoles para reunirnos”.

Pero las historias siempre hay que contarlas desde el principio. La de Francisco la marca la determinación de sus padres, quienes, a pesar de vivir en el campo y no tener recursos, “tuvieron la lucidez de dejarme en el colegio hasta los 18 años, una circunstancia excepcional en aquellos tiempos. Lo mínimo que podría hacer era no decepcionarlos”.

Por ello, lo que más llama la atención de su biografía es su capacidad de trabajo y sacrificio. “Empecé trabajando en la empresa privada y, tras verme explotado, decidí estudiar como un loco para las oposiciones de funcionario de prisiones”, apunta.

En esta labor estuvo Fancisco 41 años, 30 de ellos como Jefe de Servicio de la cárcel Puerto I. “Allí te encuentras con lo peor de la sociedad y te juegas el pellejo cada día. Es una profesión que embrutece porque trabajas en un entorno duro y traumático”, explica. Desde luego tiene anécdotas que relatar que prefiere reservarse, pues ha estado en contacto con presos de ETA, del GRAPO y delincuentes de toda calaña. “Es un gran desgaste psicológico, pero todo lo hice para sacar adelante a mi familia”.

Lo mejor de este taller es que sus experiencias y la del resto de sus compañeros tomarán forman en una publicación coral que verá la luz en la próxima edición de la Feria del Libro. “Gracias a la Delegación Territorial de Cultura y a la colaboración de la UCA, editaremos un libro con las vivencias que han ido recopilando cada uno de los alumnos”, subraya María. Estas páginas serán una muestra de que cada historia, por pequeña e insignificante que parezca, es digna de ser contada.

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