Barroso, el primer mártir de la III República
Historias de Cádiz-Herzegovina | Capítulo 22
Hace 15 años la Audiencia Nacional condenaba al alcalde de Puerto Real por injurias a la Corona tras desvelar y criticar con saña muchas de las ‘andanzas’ del actual Rey emérito que ahora están saliendo a la luz
Barroso sigue siendo el único cargo público que ha sido condenado en España por ese delito
Kamikaze Barroso
Todos contra Barroso
La culpa fue del bacalao. O, para ser más precisos, la culpa fue de su esposa, que la noche anterior había cocinado un bacalao que le había salido exquisito. La satisfacción que le produjo probar tan suculento bocado lo precipitó todo, para estupor del pobre Matías, que no entendía las razones por las que se veía ante ese tribunal.
Seguro que la mayoría de ustedes han visto la escena de esa película o, incluso, puede que la hayan visto varias veces, porque es inolvidable. El actor se llama John Young, pero eso no les dirá nada. Ni tampoco que su voz doblada al español era de Francisco Arenzana. Y puede que tampoco les valga la pista de que el papel que representaba en esa grabación era el de Matías de Deuteronomo. Pero posiblemente les brote una sonrisa cuando les precise que la escena en cuestión, la de esa lapidación, es una de las muchas y míticas que pueden encontrarse en La vida de Brian, aquel monumento a la ironía que ideó el grupo de comedia inglés Monty Phyton y que se estrenó en los cines de España en 1980.
“Había cenado bien y le dije a mi mujer: ‘Este bacalao es digno del mismo Jehová’. Sólo dije eso”, le precisaba el pobre Matías –enclenque, pelo cano, casi anciano, vestido sólo con andrajos y encadenado– al rabino tan peculiar que tenía ante sus ojos y que portaba un silbato para calmar a las masas. Pero, claro, en esa Judea salida de la imaginación de los Monty Phyton decir simplemente “Jehová” ya era blasfemia, por lo que aquel hombre estaba condenado a morir lapidado por una ingente cantidad de mujeres disfrazadas con barbas postizas. Y mientras esperaba su hora, el condenado se lo tomaba a mofa saltando, bailando y gritando “Jehová, Jehová, Jehová”.
Ahora cámbienle la cara a Matías de Deuteronomo por la de José Antonio Barroso, quien fuera alcalde de Puerto Real primero entre 1979 y 1995 y luego entre 1999 y 2011. En total, 28 años al frente de la nave puertorrealeña. Y trasladémonos a los años 2008 y 2009. Y sustituyamos al rabino por Fernando Grande-Marlaska, hoy ministro del Interior y hace 15 años juez de la Audiencia Nacional. Y en vez de escuchar a Barroso citar a Jehová pongamos que dedica un sinfín de apelativos a Juan Carlos I, entonces Rey de España y hoy Rey emérito, como, por ejemplo, que es “hijo de un crápula”. Y ya tendríamos otro juicio igual de sui generis.
En todos estos años de democracia sólo ha habido en España un cargo público que haya sido condenado por el delito de injurias a la Corona tipificado en el Código Penal. Y esa persona es José Antonio Barroso, nacido en Puerto Real en 1952, tubero de profesión, uno de los principales referentes que ha dado la izquierda gaditana, seguidor del régimen castrista y, entre otras muchas cosas, republicano de pro. Y si en los corrillos políticos de La vida Brian había cierta confusión entre el Frente Popular de Judea, el Frente Judaico Popular o la Unión Popular de Judea, a Barroso le pasó algo parecido porque pasó por el Partido Comunista de España, el Partido del Trabajo de España y después fundó Unidad Puertorrealeña y la Agrupación Democrática de la Izquierda, para terminar militando muchos años en Izquierda Unida (IU) y congeniar finalmente con las ideas de Podemos.
No es lo mismo ser un mártir que ser un kamikaze. Los dos terminaban muriendo, los primeros por sus creencias religiosas y los segundos en defensa del imperio japonés. Pero el que sufre martirio lo hace sin causar daño a quien se lo inflige. Pues de Barroso se podría decir que tenía la mitad de lo primero y cuarto y mitad de lo segundo, porque cuando encaraba el tramo final de su larga trayectoria política optó por emprender una cruzada contra el Rey Juan Carlos, aunque nadie sabe si le hizo algo de daño al monarca o si sus descalificaciones terminaron cayendo en saco roto.
Todo empezó en abril de 2008. En una conferencia con motivo del aniversario de la Segunda República en Los Barrios, el que era alcalde de Puerto Real se despachó a gusto con el monarca, diciendo por ejemplo que era “hijo de un crápula” y un “corrupto”. Ojo, tampoco es que fuera algo nuevo, porque eso lo venía diciendo Barroso toda su vida. Sin embargo, en esta ocasión fue distinto. Sus declaraciones llegaron al fiscal general del Estado, que ordenó abrirle diligencias.
Barroso era citado a declarar en octubre de ese año en la Audiencia Nacional, en Madrid, ante el juez Marlaska. Pero, lejos de amilanarse, cinco días antes de esa cita protagonizó una histórica rueda de prensa en la Diputación de Cádiz en la que se autoerigió en el primer mártir de la III República... si algún día llega. Así, soltó entre otras perlas que Juan Carlos I era “el principal símbolo del franquismo que queda en España”, que era un Rey “indigno, corrupto y que formó parte de la trama golpista del 23-F”, que tenía una “fortuna cuantiosa y sospechosa” porque “recibe subvenciones y regalos de países árabes del Golfo Pérsico” y que tenía una “acostumbrada vinculación etílica”. E incluso llegó a acusarle de “mantener encuentros amorosos costeados con dinero de los fondos reservados”, citando incluso a algunas artistas que en las últimas semanas están saliendo a la luz por supuestamente haber mantenido alguna relación con el monarca. Todo ello lo hacía parapetado tras dos publicaciones a las que Barroso daba un crédito total: Juan Carlos I el último Borbón, del militar e historiador Amadeo Martínez Inglés, y El negocio de la libertad, del periodista Jesús Cacho.
Envalentonado y ya cuesta abajo y sin frenos, Barroso no pudo o no quiso parar. Se sentía alguien importante, el adalid de la causa republicana. Y en la puerta de la Audiencia Nacional, ante el juez Marlaska, ante todos los micrófonos que se encontrara por delante... en cualquier momento y ocasión repetía la misma cantinela contra el Rey. “La Corona se deslegitima todos los días con su comportamiento”, “quiero una República en mi país pero mientras no llega quiero un Rey que sea digno” o “no soy un loco sino un español que se avergüenza de su jefe de Estado” eran sólo algunas de las reflexiones que iba soltando.
A la vista de esa situación Marlaska no encontró ni un solo argumento para archivar la causa contra él. Todo lo contrario: dijo el juez que su ataque al Rey había sido “desproporcionado”, que se había excedido en su derecho a la libertad de expresión y ordenaba continuar las diligencias previas , encaminando a Barroso a un juicio oral que se celebraría ya en 2009, en concreto el 2 de junio.
Arropado por varias decenas de simpatizantes republicanos, por líderes de su partido y por concejales de Puerto Real, el camarada Pepe, como así fue rebautizado, volvía a comparecer en la Audiencia Nacional, en este caso ante el Juzgado Central de lo Penal y ante un tribunal presidido por el magistrado José María Vázquez Honrubia. Allí siguió en sus trece y, de nuevo sin paracaídas, continuó su ataque frontal contra el monarca. Todo ello derivó en una condena por injurias graves a la Corona y en la imposición de una multa de 6.840 euros (a razón de 18 euros por día durante doce meses), casi 4.000 menos de los que había solicitado el Ministerio Fiscal. La multa, por cierto, fue abonada tras ser recaudada por IU entre sus militantes y simpatizantes.
En la sentencia el juez Vázquez Honrubia afirmaba que para “ensalzar y glorificar el régimen republicano es totalmente innecesario usar expresiones ultrajantes y ofensivas” contra el Rey. Y le dijo a Barroso que el Código Penal que había en tiempos de la Segunda República “sancionaba las injurias al Jefe del Estado en su artículo 149 con pena de prisión desde 6 meses y un día a 8 años de cárcel, y no con una pena meramente pecuniaria”.
Para Vázquez Honrubia, el alcalde de Puerto Real se excedió “en mucho” de la crítica política que le amparaba, “cayendo y descendiendo hasta el vilipendio y escarnio personal para censurar la monarquía parlamentaria”. Según el juez, la crítica política tiene su límite en el insulto personal y en los derechos de los demás, lo que, a su juicio, es “fundamento del orden político y de la paz social”.
En La vida de Brian se ve que la lluvia de piedras en la escena de la lapidación cae sobre el rabino que le juzgaba pero no se aprecia si también afectó al pobre Matías de Deuteronomo. Tras su condena, Barroso continuó con su soflama, con su particular “Jehová, Jehová, Jehová”, allá por donde fuera. E incluso en abril de 2010, en otro acto republicano celebrado en Algeciras, siguió en sus trece, clamando de nuevo contra el Rey. “El objetivo es la liquidación moral del Borbón, que es corrupto, porque procede de una dinastía corrupta y por su comportamiento diario”, afirmó.
Ello hizo que de nuevo la Fiscalía abriera diligencias contra él, aunque de aquel procedimiento nada más se supo. La clave puede que estuviera en que se quedara sin un altavoz tras las elecciones municipales de 2011, cuando los puertorrealeños le dieron la espalda a Barroso, que pasó de ocho a dos concejales y que tuvo que finalizar ahí su carrera política. “La gente no me ha comprado mi discurso contra un monarca corrupto”, diría días después.
A lo mejor es que a la sociedad de hoy no le atraen los mártires. Ni el bacalao.
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