Los Cachimba y el infierno de Juan Cadenas

Galería del Crimen | Capítulo 10

El 17 de enero de 2015 los hermanos Venegas asaltaron la Jefatura de la Policía Local de Puerto Serrano con tal violencia que el agente perdió un ojo    y por cuatro centímetros no le cortaron la yugular

Juan Cadenas: Paz y justicia

Ilustración de Juan Cadenas y Los Cachimba sentados en el juicio.
Ilustración de Juan Cadenas y Los Cachimba sentados en el juicio. / Miguel Guillén
Pedro M. Espinosa

22 de junio 2024 - 07:00

La noche del 17 de enero de 2015 el policía local Juan Cadenas patrullaba por Puerto Serrano cuando Jorge Venegas, el pequeño del clan de Los Cachimba, un profesional de liarla parda, empezó a hacer el cafre con su Volkswagen Golf como tantas otras veces. Juan, al que le adeudaban varias nóminas, podría haber mirado hacia otro lado y confiar en que la última trastada de la familia más conflictiva del pueblo no acabara dañando a nadie. Pero no lo hizo. Sabía que esa noche habría jarana. Porque el caso es que Los Cachimba, con todo un muestrario de antecedentes que incluían robos violentos, atentados contra la autoridad, posesión de drogas, malos tratos y conducción temeraria… llevaban años atemorizando a muchos vecinos. La detención de Jorge, un chaval con severos problemas mentales, hizo que su hermano Pedro enfureciera. “Tu hermano está loco y tú estás gilipollas. Te arruinará la vida”, le había dicho un guardia civil al mediano de los Venegas en una frase premonitoria. Pero el espíritu protector adquirido durante la infancia es un tatuaje indeleble en el alma. Así que cuando Pedro se enteró que el pequeño Jorge estaba engrilletado en la Jefatura de la Policía Local se dirigió hacia allí junto a Pepe, el hermano mayor, y entró a patadas en la comisaría llevando consigo el infierno.

Puerto Serrano tuvo la desgracia de ser el enclave elegido por familias expulsadas de las Tres Mil Viviendas de Sevilla para asentarse tras diversas desavenencias entre clanes. Una de ellas fue la de los Venegas. El padre, al que no le constan antecedentes delictivos, encontró trabajo como guardés en una finca de la cercana población de El Coronil. Según cuentan era de mano larga y corregía a su desobediente camada a guantazo limpio. Esa agresividad intrínseca se acentúa en el pequeño Jorge, al que la Guardia Civil califica de “violento y bronquista” y sus atemorizados vecinos simplemente como “un chaval que está muy mal de la olla”.

Porque Jorge siempre había estado mal de la chaveta pero una temporada en prisión, tras una reyerta en Morón que acabó a cuchillada limpia, lo convierte en una bomba de relojería con piernas. Cuando regresa a Puerto Serrano el benjamín de Los Cachimba es una especie de Atila a lomos de un Volkswagen. Está diagnosticado por un desequilibrio mental, pero no recibe medicación. Oficialmente vive de una paguita del Estado por sus problemas psíquicos pero, en realidad, maneja billetes gracias a la venta de maría que cultiva en una plantación indoor que tiene en casa de su padre. No se molesta en ocultarlo. De hecho, en sus redes sociales farda de ganar dinero a espuertas, lo que le permite salir de marcha a discotecas de la Sierra donde monta trifulcas dignas de películas del salvaje oeste. Si la cosa se pone fea llega a autolesionarse. Y si pasa a mayores aparecen sus hermanos Pepe y Pedro para protegerle mientras él lloriquea en un rincón hecho un ovillo.

Además de guardián de su hermano, Pedro se dedicaba a la construcción en aquellos años en que todavía se construían cosas. Conocido por sus encontronazos de tráfico por las carreteras serranas y por las broncas con su pareja, su papel como paladín de Jorge le convierte en altamente peligroso. Pepe, el mayor, aficionado a empinar el codo, había protagonizado alguna pelea en bares de la zona, pero no se le consideraba un elemento a vigilar. Hasta que también se asigna el papel de protector del pequeñín de la familia. Si hasta entonces no era conveniente invitar al trío de hermanos a tomar el té, a partir de la primavera de 2014 estar cerca de ellos se convierte directamente en jugar a la ruleta rusa con seis balas en el tambor del revólver.

Antes de entrar como una manada de rinocerontes del Serengueti en la comisaría, los Cachimba ya han dado muestras de que están descontrolados. Montan un buen pollo, nunca mejor dicho, en un reñidero de Villamartín en el que apuestan por el gallo perdedor. Se niegan a pagar su deuda y aquello empieza a coger temperatura con unas buenas tortas y se pone al rojo vivo con la aparición de varias navajas afiladas. En el incidente no pasó ni la mitad de lo que pudo haber pasado.

La violencia de los hermanos llega a más el 4 de agosto cuando después de la enésima discusión de tráfico Jorge y Pedro persiguen a una pareja que viaja en una furgoneta. Los jóvenes están aterrorizados. Piensan que han topado con el Jason Voorhees de ‘Viernes 13’. Llaman a la Guardia Civil pero ni los agentes del Seprona son capaces de contenerlos. Intentan poner a salvo a la pareja montándola en su jeep, pero los hermanos Venegas les cortan el paso de nuevo atravesando su coche en la carretera. Jorge empieza a golpearse la cabeza contra el vehículo primero y después contra una pared. Está fuera de sí. Un agente recibe un cabezazo en el ojo durante el forcejeo; el otro, viendo que los Cachimba llevan un cuchillo, saca su pistola y dispara al aire. Los tiros los alejan, como si fueran una manada de lobos. Pero se marchan vociferando amenazas. “Os tenemos que matar, sabremos quienes son vuestras hijas y las vamos a violar y luego matar. No tenemos nada que perder”.

La decisión del agente de sacar su arma reglamentaria y disparar al aire posiblemente le salvó la vida. Juan Cadenas no lo hizo y eso le atormentó durante años. “Debería haber disparado”, me dijo en una de nuestras conversaciones en los meses posteriores.

Loshermanos Venegas, durante el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Cádiz con sede en Jerez.
Loshermanos Venegas, durante el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Cádiz con sede en Jerez. / Pascual

Los hechos

Porque cuando Juan y su compañero David inician la persecución de Jorge tras su último incidente circulatorio medio Puerto Serrano sabe ya que lo mejor es volver a casa. Con Los Cachimba no se juega. Jorge vende cara su piel y su resistencia a la autoridad hace que sea detenido y llevado a la Jefatura de la Policía Local, un lugar poco seguro y que ya ha sido asaltado en alguna ocasión anterior, incluso con el concejal de Seguridad en su interior. En la refriega también ha participado su hermano José, que llega a la comisaría casi a la vez que los agentes con el arrestado.

Conociendo el historial de Los Cachimba, Juan da aviso a la Guardia Civil pidiendo refuerzos. Pero los agentes no llegan a tiempo. Los Cachimba entran en erupción con la velocidad de una explosión piroclástica y arrasan con todo. Pedro es el macho alfa de la familia. Al enterarse de que su hermano chico está engrilletado en las dependencias policiales los ojos se le han inyectado de sangre y jura que los responsables lo pagarán caro. Encamina sus pasos hacia el lugar, donde se encuentra con José, y juntos arremeten contra la débil puerta con cristales que cierra la jefatura y que, al romperse, facilita a Pedro agarrar un trozo de cristal de 20 centímetros y dirigirse armado hacia los agentes.

A David le rocían con un espray de autodefensa en los ojos y lo dejan fuera de combate. Juan no tiene tanta suerte. Lleva su pistola al cinto pero no se decide a utilizarla. Jorge está esposado pero Pedro le ataca con una violencia furibunda. Entre él y José lo inmovilizan. Pedro clava el cristal en su ojo izquierdo e intenta cortarle el cuello. Busca la yugular. Un médico le informó después que no la encontró por cuatro centímetros. “Has tenido suerte”, le dice. “¿Suerte? ¿Me han dejado tuerto y aún debo dar las gracias a la providencia?”, dice Juan. Durante la agresión, Jorge jalea a su hermano y pide que lo remate. Le grita a Juan “voy a cortarle el cuello a tu hijo, violar a tu mujer y pegarle dos tiros a la perra de tu madre”, pero en todo momento se mantiene esposado.

Juan cuenta que cuando notó la sangre correr por su cara supo que estaba herido de gravedad, temió desmayarse y pensó que necesitaba un médico con urgencia. Sólo entonces empuña su pistola y sin dejar de encañonar a los hermanos logra salir de la jefatura junto a su compañero, que ha recibido una paliza de campeonato, y huyen del lugar en busca de atención médica. Los Cachimba, con Jorge aún engrilletado, escapan y se atrincheran durante horas en una casa vacía propiedad de sus padres hasta que ya de madrugada un grupo especial de la Guardia Civil consigue asaltar la vivienda y detenerlos.

“No les disparé cuando se me echaron encima por mi hijo y porque la primera palabra que se me vino a la cabeza fue proporcionalidad. Estoy convencido de que si le hubiera pegado dos tiros a cualquiera de ellos me hubiesen condenado por homicidio imprudente”, se lamentó después Juan Cadenas.

Juan Cadenas, en su casa de Ubrique.
Juan Cadenas, en su casa de Ubrique. / Ramón Aguilar

La batalla judicial

La Audiencia Provincial de Cádiz condenó a Pedro a nueve años de cárcel, aunque en 2021 le cayeron otros dos años y medio más por otro altercado con guardias civiles. A José, como cooperador necesario, le cayeron ocho años y diez meses. Jorge fue castigado con poco más de ocho años. Juan Cadenas inició, tras una dura recuperación, otra batalla judicial, en este caso contra una administración que poco más o menos lo dejó a su suerte. Perdió su condición de funcionario, se le negó la segunda actividad y tanto Inspección de Trabajo como el INSS, además del equipo de Gobierno del propio Ayuntamiento de entonces, le escamotearon lo que, seis años después, la justicia le concedió: una indemnización y el recargo pertinente al entender que las dependencias policiales no poseían las condiciones de seguridad mínimas.

Porque el policía local de Puerto Serrano, además de perder un ojo, sufrió una merma económica muy importante. “Yo tenía un proyecto de vida planteado en función al sueldo de ese momento. Perdí mucho dinero”. Ahora Juan lleva una vida tranquila en Ubrique. Una existencia que casi pierde una noche en un salvaje ataque por hacer su trabajo.

stats