Cádiz o Sevilla: ¿Quién manda en el narcotráfico del Guadalquivir?

Los llamados poblados de colonización cada vez toman mayor protagonismo en el tráfico de hachís y cocaína que entra por el río

Algunos clanes sevillanos tienen alianzas sólidas con otras organizaciones gaditanas

Guadalquivir: El río de la coca

Una narcolancha recorriendo tranquilamente el Guadalquivir con el estadio de La Cartuja al fondo.
Una narcolancha recorriendo tranquilamente el Guadalquivir con el estadio de La Cartuja al fondo. / Juan Carlos Muñoz

Cádiz/Decía Charles Baudelaire que el mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía. Parafraseando al poeta francés, podría asegurarse que el gran éxito de los narcos sevillanos es hacer creer a la sociedad que es en Cádiz donde se corta el bacalao. El Bajo Guadalquivir se ha convertido en el epicentro del narcotráfico en el sur, pero, más allá de Sanlúcar y la curva de Bonanza, existe un mundo desconocido, un escenario oculto entre marismas donde los llamados poblados de colonización, construidos por el régimen franquista entre los años cuarenta y sesenta del siglo pasado como parte de un ambicioso (y también propagandístico) proyecto de transformación del campo español, cada vez toman mayor protagonismo en el negocio.

El nacimiento de estos poblados se remonta a los años más duros de la posguerra. Tras la lucha intestina, con un país arruinado, hambriento y aislado internacionalmente, la dictadura vio en la colonización agraria una forma de revitalizar el campo, crear empleo y alimentar a la población. Lo hizo dando tierras a familias para que las explotaran. Les entregaban una casa, una parcela que trabajar, una vaca lechera, unas gallinas y la posibilidad de integrarse en un nuevo núcleo poblacional. Se trataba de crear pueblos de la nada, en terrenos cercanos a grandes obras hidráulicas o zonas de regadío recién desarrolladas gracias a los pantanos y canales construidos por el Estado.

Cada poblado fue diseñado meticulosamente: una iglesia, una plaza con el busto de Franco o José Antonio, viviendas idénticas, bajas y encaladas, una escuela, una cooperativa, la casa del médico y, por supuesto, la sede del Instituto Nacional de Colonización. Líneas sobrias y funcionales de una arquitectura que debía reflejar la moral del régimen: disciplina, uniformidad y humildad.

Los colonos —la gran mayoría procedentes de pueblos cercanos o de zonas deprimidas— llegaban con contratos que les otorgaban tierras a cambio de compromisos de producción y permanencia. No eran propietarios al principio: debían pagar durante años al Estado el valor de la tierra y la vivienda.

De esta forma nacieron en Cádiz algunos poblados como la Colonia Monte Algaida, en Sanlúcar; El Torno, en Jerez;Tahivilla, en Tarifa;el Poblado de Doña Blanca en El Puerto o Castellar Nuevo (el Castellar de la Frontera moderno). Otros proliferaron en Sevilla, como el Alfonso XIII, Pinzón, El Trobal, Setefilla o Maribáñez.

Del mismo modo que la Colonia Monte Algaida se ha convertido en uno de los puntos más complicados de Sanlúcar, donde históricamente se han asentado algunos de los más importantes capos del narcotráfico de hachís con Marruecos, casos del Tomate o, más recientemente, El Doro, en la provincia vecina hay poderosos clanes que están estrechando sus vínculos con organizaciones de La Línea y que están detrás del aumento de la violencia en el río.

Hay que tener en cuenta que los colonos primitivos de estos poblados hace tiempo que abandonaron este mundo. El campo sigue dando dinero, pero los más ambiciosos quieren más. “Aquí el que más y el que menos aspira a ser un señorito sevillano. Quiere un caballo bueno, salir de caza, ropa de marca y un bote de gomina de cuatro kilos”, dice un guardia civil que conoce bien esos caminos polvorientos que serpentean por las marismas y a sus moradores.

El trasunto del negocio es que el Guadalquivir es indescifrable para buena parte del conjunto de los mortales y que por sus caños navegables, algunos de los cuales llegan hasta las mismas puertas de estos poblados, pueden entrar toneladas de droga. “Hay narcos que han cogido un poder tremendo en los últimos años, como el Ginés, que ha llegado a meter 50 toneladas de hachís al año por el río. Algunos empezaron como paleros, dando vuelcos a otras organizaciones, pero al final estas se han dado cuenta que les salía más rentable darles un trozo de la tarta que liarse a tiros por unos fardos, aunque nadie se fía de nadie. Es una partida de póker entre trileros. Porque el que ha sido palero no deja de serlo, y si se entera de dónde puede echarle mano a un alijo no se lo piensa”, dice otro agente.

Con la llegada de la democracia y la modernización del campo, muchos de estos poblados de colonización fueron integrándose poco a poco en los municipios de su entorno. Algunos han crecido de manera asombrosa, como El Trobal o Maribáñez, otros han languidecido o incluso desaparecido. Pero, en varios, el narcotráfico, como suele pasar, ha sustituido al Estado. Paco Mena, presidente de la Coordinadora Alternativas, lo explicaba así a este diario esta semana. “Cuando el narcotráfico se asienta en una zona busca crear un entorno social que esté totalmente entregado a esas circunstancias. Es una parte mínima de la población, pero también necesita que la otra parte mire para otro lado. Eso es un grave error que cometen las poblaciones en general, pensando que esa droga que se descarga junto a la puerta de su casa no la va a consumir su hijo. ¿Con esto qué quiero decir? ¿Que la población tiene que salir a denunciar públicamente? No, mire usted, no. Pero sí tiene que crear una presión social sobre las diferentes administraciones, en primer lugar, sobre su propio ayuntamiento, porque esto a lo largo del tiempo va a crear un deterioro social importante. Fundamentalmente porque el narcotráfico se convierte en muchos lugares en benefactor de parte de la población, se convierte en el estado del bienestar. Es decir, allá donde no llegan las administraciones públicas con, en este caso, su cobertura social, el narcotráfico la crea. Y eso es una realidad que ya la vivimos aquí en el Campo de Gibraltar, en zonas como La Atunara, El Junquillo, El Saladillo o La Piñera. Y entonces la gente, lamentablemente, se acomoda a esas circunstancias”.

Pero esto conlleva el pago de una factura, como advierte Mena. “Luego vienen los ajustes de cuentas, luego vienen los daños colaterales, como ocurrió aquí en Algeciras cuando una narcolancha mató a un niño en una playa. En las persecuciones de la Policía, un coche viene a toda mecha cargado de droga, se sale en una curva, se monta en lo alto de la acera y se lleva por delante a tres o cuatro personas y las mata... Ésa es la factura del narco. La gente tiene que ser consciente que no es ajena a esas circunstancias y que es peligroso”.

Una ruta cambiante

La ruta de entrada de droga por el sur se ha diversificado en los últimos años. En este nuevo mapa, el poblado Alfonso XIII aparece como un enclave logístico estratégico para las redes que introducen hachís en lanchas por el río. La proximidad al cauce navegable del Guadalquivir, la orografía favorable y la escasa presencia policial continuada han convertido a este poblado, con apenas unos centenares de habitantes, en un punto muy caliente. La Guardia Civil ha detectado naves industriales vacías utilizadas como almacenes temporales, movimientos nocturnos de embarcaciones, y conexiones con redes de distribución en otras provincias.

Uno de los ingredientes clave para el aumento de la delincuencia es la desestructuración socioeconómica. Muchos jóvenes que crecieron en estos poblados, descendientes de los colonos del franquismo, se han visto abocados a un presente sin trabajo estable ni perspectivas. El campo, que fue el motor original de estos pueblos, ya no da lo suficiente para vivir. En ese contexto, las redes del narco ofrecen dinero rápido, pertenencia y poder. Pero, como advierte Paco Mena, el camino finaliza en una prisión. “El narcotráfico se nutre de la pobreza, del paro, de la exclusión social y de la falta de oportunidades. Por lo tanto, si nos encontramos barriadas donde el paro entre la gente joven es muy alto, la pobreza los va a desgastar muy rápidamente. Cuando eso ocurre, hay que actuar. No vamos a evitar que toda la gente se meta en el narcotráfico, porque la avaricia humana y la miseria humana existen y existirán siempre. Hay gente a la que le seguirá gustando el dinero fácil y rápido del narcotráfico. Pero también habrá otra parte de los jóvenes que preferirán un salario digno, trabajando 40 horas, que estar metido en el narcotráfico, porque al final el narcotráfico es carne de cárcel. La gente que está traficando, antes o después, es carne de prisión. Pero una vez que los jóvenes tocan ese mundo y empiezan a ganar el dinero que se gana, difícilmente salen de él”.

La situación recuerda, en parte, a lo ocurrido en barrios marginales urbanos de Sevilla, Algeciras, La Línea, Jerez o El Puerto: cuando el Estado se bate en retirada, otras estructuras ocupan su lugar. En Alfonso XIII, según fuentes policiales y vecinales, no es raro encontrar a jóvenes que han participado en tareas de vigilancia, descarga o transporte de droga por apenas unos cientos de euros.

Las operaciones policiales en la zona se han intensificado en los últimos años. En 2022 y 2023 se realizaron varias redadas en fincas y naves de este poblado y otros núcleos de su entorno. No obstante, la ley del silencio es sagrada en estas tierras. Quienes denuncian se exponen a represalias, y muchos vecinos prefieren no hablar. Es la omertá con acento sevillano.

Preguntamos a Paco Mena si está notando un trasvase de alijos del Campo de Gibraltar al Bajo Guadalquivir desde la puesta en marcha del Plan Especial de Seguridad en 2018. “Efectivamente. Si tiras de hemeroteca, yo ya lo advertí. Sabía que esto iba a pasar, porque ya ocurrió años antes. En el 90, cuando también hubo una crisis muy importante de narcotráfico en el Campo de Gibraltar, la presión policial desvió todo el narcotráfico a Barbate. Aparecieron los busquimanos, apareció Antón, que se paseaba por el pueblo con su león, y llegó dinero a espuertas. Porque el narcotráfico al final crea bienestar, genera riqueza en los barrios. La gente, cuando tiene dinero, gasta más en las tiendas, compra más motos, compra más móviles, más ropa... En Barbate, en los años 90, estaba el concesionario de motos que más vendían en España. ¿Eso cómo se entiende?”, se pregunta.

Paradójicamente, los mismos lugares que fueron diseñados para construir “al nuevo hombre rural” bajo el franquismo, acaban hoy en el foco por el abandono institucional y la criminalidad. No es que todos los habitantes de Alfonso XIII o poblados similares estén implicados en el narcotráfico, en absoluto, pero la falta de recursos, de alternativas y de inversión pública facilita que unos pocos marquen el ritmo de una comunidad entera.

Sevilla, sin Servicio Marítimo de la Guardia Civil

Es importante tener en cuenta que la provincia de Sevilla no cuenta con Servicio Marítimo de la Guardia Civil. La vigilancia en el río la realizan las patrulleras destinadas en Cádiz, que apenas si dan abasto para recorrer la enorme distancia que separa el Bajo Guadalquivir de las playas de La Janda, por donde, aunque en menor medida, también se sigue alijando.

Cuentan fuentes bien informadas que cuando aparecieron fotos de narcolanchas con el estadio de La Cartuja al fondo los teléfonos de la Comandancia de la Guardia Civil de Sevilla echaban humo. “Es intolerable”, clamaban desde la Delegación del Gobierno en Andalucía y otras instancias superiores. Porque, claro, una cosa es ver gomas pavoneándose tranquilamente por las mismas aguas del puerto de Barbate donde el 9 de febrero de 2024 murieron dos agentes tras ser arrollados por la goma pilotada por Karim El Baqqali y otra es divisarlas por el Guadalquivir a su paso por Sevilla.

Quizá por ello, esta semana se ha conocido que la patrullera Río Ulla, una embarcación rápida que hasta ahora estaba destinada en la Escuela del Servicio Marítimo que dirige en Cádiz el teniente coronel Guijo, ha fijado su base en la dársena del puerto hispalense. La idea es poner en marcha un operativo más amplio para combatir el narco en el río. La misión no será fácil. Sobre todo porque el verdadero Guadalquivir no es el apacible río que recorren las piraguas del Mercantil o los barquitos de vela del Náutico sevillano. El Guadalquivir que los narcos utilizan para llegar hasta La Algaba circunvala la ciudad dejándola a un lado y se adentra en la provincia subiendo hacia Córdoba. Es la autopista fluvial de la droga, que cada vez busca más aliados tierra adentro.

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