Flores y tumbas
Galería del Crimen | Capítulo 15
Los Flores sembraron el terror en las carreteras de Aragón y Cataluña antes de volver al Sur y matar a Tamara Leyton en El Marquesado y a Catalina Ruiz en la Junta de los Ríos
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Cádiz/A principios de la década de los 90 un clan familiar itinerante se dedicó a sembrar el terror por carreteras, autopistas y áreas de descanso de Aragón y Cataluña. Se les conocía como los Flores y sobre ellos pesaba una larga lista de delitos coronada por varios asesinatos y el secuestro y la violación de dos chicas ocurrida en Fraga (Huesca) en noviembre de 1991. El líder de este cuarteto del apocalipsis era Cristóbal Flores Arena –hijo del patriarca del clan, Cristóbal Flores Valverde–, un tipo con más de 70 detenciones a sus espaldas que dio con sus huesos en la prisión de Huelva, de donde eran originarios, lo que provocó que la familia decidiera retornar al sur de Andalucía y se mudara a la barriada jerezana del Chicle. Desde allí, aprovechando los permisos penitenciarios, junto a sus hermanastros Manuel Flores Valverde, Fernando Flores Nieto y Francisco Flores Nieto, ejecutó una serie de golpes que tuvo su punto culminante con el crimen de Tamara Leyton en El Marquesado la noche del 5 de julio de 2008. Desde ese momento, y hasta el 23 de agosto, cuando se produce un tiroteo en la A-381 en el que Cristóbal acaba muerto y el resto de la banda detenido, la Policía Nacional y la Guardia Civil de Cádiz vivieron un auténtico infierno ante la certeza de que se enfrentaban a gente mala. Muy mala.
Tamara Leyton tenía 20 años y un bebé de corta edad cuando fue tiroteada por los Flores a la puerta de su casa. Oyó ruidos de extraños en el exterior de su vivienda y decidió hacerles frente. Cogió una escopeta de caza inutilizada con la idea de ahuyentarlos pero estos la vieron y le dispararon. Tamara trató de huir y fue alcanzada en la espalda por disparos de postas. Cayó desplomada. Su madre, su padre, un hermano y un tío resultaron heridos leves. El suceso causó dolor y despertó el miedo en toda la zona. Esa misma noche, en la cercana calle Colibrí, otro vecino también había sido tiroteado con una escopeta de caza para intentar robarle. Tuvo más suerte que Tamara y pudo recuperarse de las heridas sufridas en el torso y una pierna.
La Policía Nacional se hace cargo de la investigación pero no encuentra un hilo del que tirar. Descarta de inmediato el ajuste de cuentas. El inspector jefe que está al frente del caso apenas si puede conciliar el sueño. Comparte su preocupación con compañeros del cuerpo y también con un teniente del EDOA de la Guardia Civil de Cádiz con el que ha llevado operaciones contra el narcotráfico y fraguado una sólida relación profesional. Su nombre es David. David Oliva.
El futuro teniente coronel jefe del OCON-Sur tiene sin resolver unos robos violentos en chalets que le queman en las manos. No existe un patrón claro salvo que los asaltos siempre coinciden con ferias y fiestas en pueblos y pedanías de la provincia. La banda es de gatillo fácil y, además de todos los objetos de valor que encuentran a su paso, se llevan los coches de sus víctimas. Ahí se centran los investigadores ante la ausencia de huellas, porque siempre usan guantes de cocina. Eso sí, los Flores actúan de noche y a cara descubierta.
El 19 de julio aparecen en la cuneta de la carretera de El Portal tres escopetas robadas el día anterior en Algodonales. La Policía empieza a pensar que su residencia no puede estar lejos de ese núcleo de población. Mientras que la opinión pública sigue atenta las informaciones que aparecen en la prensa sobre el crimen de El Marquesado, los Flores siguen a lo suyo. Roban un Volkswagen Polo en El Gastor y se les espera en la Feria de Setenil el 9 de agosto. La Guardia Civil les monta un control de carretera pero se lo saltan y disparan con una escopeta de postas contra un agente, hiriéndolo en la cabeza. La Benemérita se pone seria. Han intentado matar a uno de los suyos. “Nos dimos cuenta que estábamos tratando con gente muy peligrosa y a la que había que pillar antes de que mataran a alguien más”, dice uno de los policías que participó en la operación.
El 15 de agosto, con centenares de policías y guardias civiles centrados en su captura, se consigue ver al cuarteto en uno de los coches robados, pero la extrema velocidad a la que conducen hace imposible seguirlos. Esa misma noche roban un Seat León y un Citroën C4 que, a la postre, será clave en su captura. “Pensábamos que tenían que vivir en las inmediaciones de Jerez, porque siempre nos daban esquinazo por ahí. Así que nos desplegamos por esa zona. Era como buscar una aguja en un pajar. Pero tuvimos suerte”, dice el agente.
La lotería le toca a un policía de paisano de la Comisaría de Cádiz que localiza el C4 perfectamente aparcado en el Chicle. Rápidamente se consigue la autorización judicial para balizarlo y se monta una vigilancia que deja a los agentes sin dormir dos días. “El viernes pensábamos que saldrían a dar algún palo, pero no lo movieron. Nos fuimos descorazonados a casa pero mantuvimos la vigilancia. Había cuatro o cinco coches camuflados pendientes. Decenas de agentes, y estábamos coordinados con la Guardia Civil. Pero el sábado 23 de agosto, a eso de las diez menos cuarto, el vehículo se movió”.
Los Flores enfilan hacia la A-381 a toda pastilla. Es la Feria de San Roque y ellos son el premio gordo de la tómbola. Una treintena de policías de las comisarías de Cádiz, El Puerto y el Greco de Chiclana se ponen en marcha. El inspector jefe avisa al teniente Oliva. “Van en camino”. En San Roque la Guardia Civil recibe el aviso de tres intentos de robos violentos en otras tantas casas de campo donde no consiguen llevarse el botín. No hay dudas. Son ellos. Y vienen cabreados.
La Guardia Civil monta el mayor control que se recuerda a la altura de Alcalá de los Gazules. Más de medio centenar de agentes los esperan a su regreso hacia Jerez, en una zona de difícil escapatoria. Por detrás los siguen los coches camuflados de la Policía Nacional. Les dan el alto y empieza la fiesta. Los Flores no van a rendirse. Salen del coche disparando sus escopetas a la carrera como Bonnie and Clyde, cruzan la mediana de la autovía perseguidos por los agentes, uno de ellos, Jacinto, es atropellado por un vehículo que circula en sentido contrario. Casi lo mata. El tiroteo no cesa hasta que Cristóbal es alcanzado de lleno y los otros tres resultan heridos. “Mientras los tenía en el suelo, uno de ellos muerto y los otros engrilletados y heridos pero sin perder esa mirada fiera, pensaba: ¿pero quién cojones son estos tíos?”, recuerda uno de los agentes que participó en la refriega.
Un historial criminal terrible
Porque lo que entonces no sabían era que acababan de quitar de circulación a una de las bandas más temibles de la historia reciente de España. “Siempre he pensado que nunca se valoró lo suficiente el trabajo que se hizo. Por lo que se quitó de en medio y porque se evitó que siguieran matando”, comenta un guardia civil que también formó parte del operativo.
Y es que antes de matar a Tamara Leyton, los Flores habían acabado con la vida de Catalina Ruiz Pato en la Junta de los Ríos. Aquello ocurrió el 9 de noviembre de 2007 y Catalina murió tras recibir “un pisotón en la región cervical que le produjo la muerte por parada cardiorespiratoria, síndrome asfíctico, fracturas y enfisema en la laringe”, sostuvo el Ministerio Público en su calificación inicial de los hechos juzgados en la Sección Octava de la Audiencia de Jerez, que acabó por condenarlos.
Pero mucho antes de todo esto, en Aragón, el rastro de los Flores es indeleble. El Heraldo de Aragón realizó una amplia cobertura informativa en torno a la violación de dos chicas en 1991. El 6 de noviembre una muchacha de 20 años salió de trabajar en un polígono industrial situado a las afueras de la localidad leridana de Alcarrás cuando los hermanos la abordaron y la obligaron a subir a un coche que se dirigió hacia Fraga. En la carretera que llevaba a la discoteca Florida 135 asaltaron a una pareja y bajo amenazas obligaron a la chica a subir al coche mientras que su novio era encerrado en el maletero.
Los asaltantes llevaban armas, pistolas, navajas y una escopeta de cañones recortados. Algunas fuentes indicaron a la Policía que la pareja se acercó al coche para intentar ayudar a la chica al verla en apuros. Tras tomar hacia un camino comarcal, en una zona abandonada llena de huertas, los tres hombres sacaron a las chicas y al joven. A este lo ataron y lo forzaron a presenciar como las dos mujeres eran violadas repetidas veces a punta de pistola por sus secuestradores. Al terminar volvieron a introducir a las víctimas en el coche y se aproximaron a un caserón donde acababan de robar. Allí volvieron a violarlas.
Esto no era conocido por los agentes de la Policía Nacional que los siguieron por Cádiz. Uno de los responsables policiales entiende ahora por qué en una de las dos viviendas del clan que registraron en Jerez hallaron varios DVDs de películas de contenido pornográfico. “No era material comercial, era más bien tipo snuff movies. Películas donde se graba la tortura y violación real de la víctima”.
Las numerosas fechorías de los Flores en los 90 llevó a la Dirección General de la Guardia Civil a blindar carreteras como la N-II y a crear un grupo específico para combatirlos. Tres camioneros murieron asesinados y varios turistas extranjeros se libraron de milagro. La terrible experiencia de una pareja alemana acabó por desatar el pánico en esa zona del país. Incluso hubo llamamientos a la tranquilidad por parte de los hosteleros aragoneses, que temían ver mermados sus ingresos si los visitantes del otro lado de los Pirineos desistían de cruzar la frontera por carretera.
Estos dos turistas alemanes eran Jan Bahmamns y Brigitte Schott. Habían estacionado su caravana en un área de servicio a 40 kilómetros de Zaragoza. De madrugada, tres individuos armados con escopetas aprovecharon que estaban durmiendo y se introdujeron en el vehículo para robarles. Jan les plantó cara y le dispararon a él y a su mujer a bocajarro. Tuvieron suerte de poder contarlo.
La muerte de Cristóbal no fue la primera baja que sufrieron los Flores en un tiroteo. El 3 de diciembre de 1991 José Flores y sus hermanos Cristóbal y Manuel estaban robando coches en una barriada zaragozana llamada Montañana cuando los vecinos alertaron a la Policía Local. Una patrulla acudió rápidamente pero no tuvo tiempo de actuar. Los Flores abrieron fuego como era su costumbre. Un agente fue herido gravemente por Manuel pero José moriría en la balasera. Sus otros dos hermanos lograron escapar. Al día siguiente el padre y Manuel acudieron al entierro sin poder ser detenidos, pero 24 horas después fueron arrestados en Calahorra (La Rioja). Cristóbal fue localizado el 28 de diciembre en Huelva, donde se había ocultado en casa de unos familiares. Había teñido su pelo de rubio y pensaba que entre los suyos no lo encontrarían. Se equivocó. Tampoco podía imaginar que 17 años después sería él quien acabaría muerto en un tiroteo en una carretera de Cádiz.
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