La eterna lucha por la supervivencia
El fraude del atún rojo
Desde el inicio de las restricciones impuestas por el ICCAT, la especie de atún rojo se ha recuperado, mientras las almadrabas han tenido que agudizar el ingenio para no desaparecer
Cádiz/Cuando el atún rojo salvaje comenzó a escasear tras años de pesca descontrolada, las almadrabas no sólo luchaban por la supervivencia de la especie, también lo hacían por la suya propia. En la década de los 70 la familia Crespo, que tradicionalmente había gestionado las almadrabas gaditanas, cedió la concesión de la de Barbate a los hermanos Ramírez, Aniceto y José Diego. Más de tres décadas después, los Ramírez, cansados de luchar contra los elementos para mantener a flote no sólo la almadraba sino también la conservera El Rey de Oros, ofrecieron a los Crespo recuperar el control. Estos, que ya gestionaban las almadrabas de Conil, Zahara y Tarifa, lo rechazaron. Fue cuando la empresa Petaca Chico y el Grupo Fuentes dieron un paso al frente. Irrumpieron con fuerza en el mercado e implantaron nuevas técnicas. Paco Fuentes, Paco-san, para sus clientes japoneses, instruyó a los Petaca en el arte del engorde del atún, las piscinas, la compra de cuota a otras pesquerías, y, muy importante, la apertura al mercado asiático.
Fueron años duros en los que apenas si se alcanzaba la cuota que cada almadraba tenía asignada. Las campañas duraban cinco meses incluyendo el tiempo que se tardaba en calar el laberinto de redes y en su desmontaje.
Tras las fatigas, los almadraberos comprobaron que la especie se había recuperado y elevaron sus protestas ante las progresivas e insuficientes subidas en la cuota de pesca. Como ejemplo, en 2014 las cuatro se repartieron únicamente 657 toneladas. Esta lucha, apoyada por ayuntamientos de La Janda, Diputación y Junta, hicieron que el Gobierno concediera en ocasiones el fondo de maniobra, unas 200 toneladas más con las que jugar, y, además, pusiera en marcha el denominado Observatorio Científico, con el que los expertos de la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico (ICCAT) trataban de determinar el grado de recuperación del atún rojo salvaje.
De un tiempo a esta parte las almadrabas gaditanas, sobre todo la de Barbate, ha comprado muchas toneladas de cuota a otras pesquerías, vascos y cántabros sobre todo. Su inversión es alta, como su riesgo, igual que su rentabilidad en estos años en que entre las cuatro almadrabas se han llegado a soltar casi 20.000 atunes una vez acabada la campaña. Hace tres años, la Secretaría de Pesca se sacó de la manga una nueva norma mediante la cual no se podía vender cuota tres años consecutivos bajo amenaza de retirársela. Esto supuso otro golpe para las almadrabas, ya que esas 600 toneladas que suman vascos y cántabros, por ejemplo, propician que la campaña almadrabera se prolongue y que muchos atunes puedan ser transferidos a las piscinas de engorde. Para las flotas que venden la cuota el negocio es redondo. No sólo cobran millones de euros vendiendo su derecho de pesca hasta a 11 euros el kilo, sino que se ahorran pagar a sus propios pescadores, la puesta a punto de los barcos, el gasoil, los seguros y todo lo que supone iniciar una campaña dura en el Cantábrico.
Sobre la conveniencia de las piscinas de engorde hay opiniones para todos los gustos. Muchos las defienden, otros prefieren sacar el atún del mar y congelarlo a -65 grados para que mantengan todas sus propiedades y pueda consumirse todo el año, algo que le da la vida a muchos restaurantes. El hecho de tener que alimentar a cuatro o cinco mil atunes durante tres meses genera casi un centenar de empleos en Barbate. Tras ser capturados, los atunes se estresan y no comen en un mes, pero posteriormente se les abre el apetito y devoran 20 toneladas de caballas diarias. Esa inversión es compensada al venderse a un precio superior y con una grasa apreciada en el mercado japonés.
Los almadraberos siempre han proclamado la legalidad y limpieza de un negocio muy vigilado por los inspectores de la Secretaría de Pesca. Cada atún sacado del copo o de las piscinas cuentan con su propia documentación donde figura el día de su captura, el lugar, su peso y la empresa que lo capturó. Esa documentación viaja con el ejemplar cuando es vendido. En los barcos hay inspectores, muchos de los cuales incluso son buzos que pueden sumergirse en el copo si lo consideran necesario. La almadraba de Barbate cuenta con cámaras submarinas a través de las cuales puede verse lo que se cuece bajo el mar. Por todo esto, algunos buzos con los que este diario ha hablado aseguran que no es cierto lo que se ha denunciado en medios nacionales. “Dicen que igual matamos 80 atunes pero que sólo sacamos 40 y que el resto los llevamos a tierra una vez que ya no hay inspectores. Eso es mentira. Nunca lo he visto hacer en ningún sitio. Para controlar eso es tan fácil como hacer que los rana tengan que llevar una cámara encima que grabe todas sus operaciones. Esa trampa no duraría”. Ninguna trampa lo hace para siempre.
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