La mala fama del tranvía en San Fernando: así ha convivido la ciudadanía estos 16 años de obras
Los innumerables retrasos y problemas ocasionados por las obras del tranvía han desacreditado a lo largo de los años un proyecto que, ya de entrada, solo logró seducir a la mitad de la población
El tranvía se pondrá en marcha el miércoles 26
San Fernando/Después de 16 años de obras y en torno a 20 hablando de un proyecto que iba a revolucionar la movilidad en el entorno de la Bahía, el tranvía no tiene buena fama. Eso es innegable. Sobre todo en San Fernando, que es la ciudad en la que mayor incidencia han tenido las obras al discurrir el trazado por toda la calle Real, su arteria principal, y al haberse visto forzada a asumir los cambios más drásticos para hacer sitio a este nuevo medio de transporte.
Pero las reticencias están más que justificadas. Hasta los más fervientes partidarios del tranvía han terminado por tirar la toalla al pasar un año y otro y otro sin que se cumpliera ninguna de las innumerables fechas que se lanzado desde la administración para su puesta en funcionamiento. De hecho, la primera vez que se dio una fue en 2003, cuando se presentó el estudio informativo. ¿Y saben qué año se fijó entonces para la puesta en marcha del tranvía? Pueden reírse: 2007.
Y esa demora, cuando se habla de un proyecto que había generado en parte de la sociedad isleña un gran entusiasmo e ilusión para afrontar la esperada transformación de la ciudad, no hace sino derivar en un creciente escepticismo hacia todo lo que tenga que ver con el tranvía.
La espera ha sido demasiada larga y los inconvenientes han sido demasiados. Tanto que el proyecto, ya cuestionado por la mitad de la población desde un primer momento, ha acabado completamente desacreditado a pesar de los esfuerzos de la administración por sortear esas dificultades técnicas y administrativas que no siempre son entendidas por la mayoría.
Pero no solo los retrasos tienen que ver con esa mala fama que acompaña al tranvía. Hay un problema que se remonta a los mismos orígenes del proyecto. Y es que no consiguió seducir a todos sino solo a una parte. Desde el principio, al menos en La Isla, que ha sido la primera línea de batalla del tranvía, la mitad de la población rechazó abiertamente el trazado del tranvía por la calle Real. Y lo hizo muy activamente: con movilizaciones, concentraciones, protestas, panfletos, carteles, recogidas de firmas... Y enumerando una y otra vez los inconvenientes que iba a suponer para la ciudad meter "un tren" por en medio de la calle Real: ruido, vibraciones, imposibilidad de transitar con el vehículo privado... Según sus argumentos de los detractores del tranvía, la arteria principal de San Fernando quedaba relegada al mero papel de una estación de tren, con todo lo que ello implica.
Así que el tranvía, allá por 2007, partía con la mitad de la gente muy en contra. Y eso pesaba. A poco que la cosa fue torciéndose -que se torció y mucho- el proyecto quedó desacreditado y perdió la confianza de la población.
Eso se debió a los retrasos y parones de las obras, por supuesto. Pero también a cuestiones como el revés judicial que sufrió el tranvía allá por 2010, cuando a partir de los recursos presentados por los afectados de las expropiaciones de la manzana de Montañeses de la Isla, el TSJA declaró nulo el proyecto y todas las actuaciones llevadas a cabo a raíz de los fallos cometidos en su tramitación.
Joaquín Moreno, el primero de los afectados que ganó el pulso a la Junta, casi se convirtió en un símbolo ante la dramática historia que había supuesto perder su casa por un tranvía que ni siquiera había cumplido con la exposición del proyecto. El alcance social de la noticia hizo mella en los ciudadanos. Y el proyecto, evidentemente, quedó en entredicho.
Porque a lo largo de todos estos años hay una frase que se ha repetido como un mantra: el tranvía es un proyecto estupendo que, sin embargo, se ha gestionado de la peor de las maneras posibles.
A los retrasos y parones de la obra y al incumplimiento sucesivo de las fechas dadas para su puesta en marcha se sumaron otros problemas como los malos olores que durante una época se generaron por los fallos cometidos en la ejecución de la nueva red de alcantarillado. Y sobre todo el desastre en el que se convirtió la calle Real cuando las losas de granito de la plataforma peatonal empezaron a romperse a pocos años de la obra, lo que se debía fundamentalmente al paso de vehículos cuando únicamente estaba diseñada para soportar el paso de personas y bicicletas. Tan penosa resultaba la situación de la calle Real que obligó a la Junta a intervenir de nuevo y a levantar otra vez toda la calle Real para reforzar la plataforma central con hormigón.
La integración de las paradas del tranvía fue también otro espinoso asunto, especialmente en el marco histórico de la fachada de la Compañía de María, donde la presión de colectivos ciudadanos y de expertos en patrimonio forzó a que la Junta se replanteara la solución dada, que ocultaba buena parte de la fachada de un edificio BIC. Otros entornos históricos como el Carmen, al contar con más espacio, no corrieron la misma suerte.
Evidentemente, ni vecinos ni comercios o empresas fueron ajenas durante los años en los que se ejecutaron las obras en el tramo urbano a los muchos inconvenientes que una obra de este calado acarrea y que, en el mejor de los casos, tuvieron que soportar durante varios meses.
De ahí que, poco a poco, revés tras revés y problema tras problema, el tranvía fuera cayendo en el hastío y el descrédito ciudadano. Aunque los más optimistas insisten en defender la causa: las bondades de un medio de transporte limpio como el tranvía que revolucionará el concepto de movilidad en los tiempos de la Agenda 2030. Eso sí, nadie discute que la gestión del proyecto durante 16 años ha sido un desastre.
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