Asuntos terrenales
La gestión del Obispado
La diócesis se enfrenta a varios conflictos en pequeñas parroquias del mundo rural. De las capellanías de Vejer a la iglesia de Zahora; de la ermita de San Ambrosio al 'cubo' de Bolonia
Cuentan que la tarea que se impuso el obispo Rafael Zornoza a su llegada a Cádiz fue poner orden en el caos, sobre todo en el caos económico de la diócesis, una diócesis que encontró descentralizada y con poco control de lo que sucedía en algunas de sus zonas más ricas. Y seguramente su zona más rica es la comarca de La Janda. Allí, las parroquias contaban con centenares de hectáreas de tierras. Por ejemplo, en una de estas fincas, una antigua capellanía a las afueras de Vejer, se ha instalado una planta fotovoltaica. Esta parcela genera mensualmente, sólo ella, en torno a los 8.000 euros. Antes este dinero iba a la parroquia; ahora va al Obispado. Aparte de este asunto, el obispo ha tenido que hacer frente a algunos asuntos pequeños, no muy conocidos, en el mundo rural. Aquí traemos cuatro de ellos que han tenido poco eco, pero que son historias humanas de interés.
Para elaborar este reportaje, este Diario se ha puesto en contacto con el Obispado para que diera su visión sobre todos estos asuntos. El Obispado ha contestado que “se abordan temas diferentes en los que intervienen multitud de factores delicados, y en los que el Obispado mantiene una actitud discreta y prudente en sus declaraciones, por esta misma razón. Subrayar que, en todo momento, el Obispado ha actuado de acuerdo al Derecho Canónico y la leyes civiles pertinentes en cada uno de los casos, con el fin de poner en orden las cuestiones relativas a la administración de estos bienes”. Éstas son las historias.
Un susto en las capellanías
LAS capellanías. De qué estamos hablando. Nos tenemos que ir al siglo XVI, cuando sólo en el término de Vejer se crean unas doscientas capellanías. Una capellanía era una especie de fundación. Un propietario de tierras cedía una parte a la Iglesia a su muerte para asegurarse remembranzas y plegarias por su memoria “de por siempre”. Una capellanía necesitaba tres actores:un fundador que segrega una finca rústica o urbana y lo entrega a determinada parroquia a cambio de encargos espirituales; un patrono, nombrado por el fundador para hacer cumplir las obligaciones espirituales; y un capellán, que es el ministro eclesiástico. “Para quienes mueren con dudosa conciencia de haber obrado bien, de haber incrementado su patrimonio mediante la usura, las capellanías funcionaban como un seguro para la otra vida y servían para redimir años de penas del purgatorio”, se afirma en un estudio realizado con motivo de las jornadas culturales de Santa Lucía, uno de los múltiples asentamientos de Vejer donde se cedieron estas tierras, y celebrado el pasado mes de abril.
El capellán, entonces, no recibía propiamente un sueldo del Obispado. Se sostenía con las rentas. Porque esas tierras eran trabajadas por arrendatarios que pagaban pequeños alquileres a la parroquia y los derechos de éstos pasaban de padres a hijos. El dinero no salía de la zona. Iba del labrador a la parroquia. El Obispado no intervenía, ya que las tierras estaban a nombre de la parroquia. Era un acuerdo económico local y hasta hace bien poco los arrendatarios de las capellanías de Vejer a quien pagaban la mensualidad en mano era al sacristán de la parroquia del Divino Salvador. Apenas existía control sobre ese dinero.
Llegó la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX y fueron enajenadas aquellas tierras que no cumplían las normas del fundador de la capellanía o aquéllas que estaban abandonadas y no eran trabajadas. Pero muchas sobrevivieron. Sólo entre Vejer y Medina pueden existir en la actualidad en torno a unas 40 capellanías, aunque es un dato aproximado.
Rafael Zornoza se propuso hacer un censo detallado de estas propiedades fuera del control del Obispado y encomendó al general retirado Agustín Rosety, hoy diputado de Vox y entonces delegado de Fundaciones del Obispado, que, de acuerdo con la reforma de la ley hipotecaria de 1998 de José María Aznar, se hicieran los correspondientes escritos ante notario para que la propiedad pasara al Obispado.
Una de estas capellanías, la conocida como Huerta del Palmar, se encuentra precisamente en Santa Lucía, a poco más de 500 metros de la N-340, y es en la que ha vivido toda su existencia Pepi Román y en la que vivieron sus padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos... “Los orígenes de mi familia se pierden en este terreno”.
El terreno no es muy grande y la casa es muy humilde. “Todo lo que se ha hecho aquí lo hemos hecho nosotros”, dice orgulloso el marido de Pepi, Salvador, que es el que guarda todos los papeles. Nos hace un recorrido por la parcela irregular donde tienen un pequeño huerto y un par de construcciones. Una de ellas funciona como cocina y comedor. Allí nos sentamos en una larga mesa de madera.“Y aquí también hemos llorado mucho. Mucho sufrimiento, meses de sufrimiento”, dice extendiendo los papeles.
El motivo de tanto llanto se encuentra en una carta recibida en 2017. “Como usted sabe ha sido hasta el momento arrendatario de una parte de la finca conocida como ‘El Palomar’, propiedad de esta parroquia (...)el pasado año se le comunicó el aviso de la extinción del contrato (...) Sin embargo, por su parte no se ha procedido a poner en posesión de esta parroquia dicha finca. Por esta razón, venimos a requerirle que entregue de modo inmediato la posesión de la finca. En caso contrario, solicitaremos el correspondiente auxilio judicial”.
Después de siglos, el acuerdo entre la parroquia y la familia Román quedaba unilaterlamente roto. “Nosotros siempre hemos pagado la renta”, se defiende Pepi, y, de repente, Pepi y Salvador estaban en la calle. “No teníamos ninguna casa a donde irnos. ¿A dónde íbamos a ir?”. “Esta es mi casa, nací aquí”, interrumpe Pepi. “Me encajé en Cádiz para hablar con el obispo porque en la parroquia me dijeron que no tenían nada que ver, pero nadie me atendió”, continúa Salvador.
Pero, al igual que ellos, otros cinco beneficiados de las capellanías encontraron otra carta en forma de 'milagro' poco después, cuando ya estaban resignados a dejar la tierra. En esta nueva carta se hablaba de las condiciones que cambiaban en su 'contrato'. Pepi ySalvador podrían quedarse, pero dejarían de pagar 220 euros el semestre y, a partir de ahora, pagarían 550 euros. El 'alquiler' se doblaba, “pero al menos podíamos seguir viviendo en nuestra casa”, dice aliviada Pepi, que, en cualquier caso, ya no se quita el miedo. “Porque yo no sé si me mandan otra carta diciendo que nos vayamos”. ¿Por qué el obispado cambió de criterio? Salvador es un hombre sencillo y no lo sabe, ya que a él nadie le escuchó. Sólo sabe que ya no tiene que pagar al sacristán del Divino Salvador la renta de la capellanía, sino ingresarla en una cuenta corriente diferente que pertenece al obispado.
Antonio García, portavoz del PSOE de Vejer, tampoco lo sabe. Atendió a algunos de los vecinos afectados cuando recibieron la carta de desahucio, “pero luego todo quedó en una subida de la renta y dejamos la cosa correr. Pero me hace gracia porque hace poco la Iglesia pidió quedar exenta del IBI en unos inmuebles en Vejer y el alcalde se lo concedió. Es el mismo año que han subido casi todos los impuestos para los mortales. Es curioso que la Iglesia pida pagar menos y, al mismo tiempo, haga pagar más a sus inquilinos. Está en su derecho, pero claro, está la caridad cristiana y todo eso. Lo cierto es que en esa zona de Santa Lucía hubo una previsión de crecimiento en el PERI al inicio de la elaboración del Plan de La Janda, aunque luego ha quedado en nada, pero ya veremos, aún se están viendo alegaciones”. Si Santa Lucía se queda en el Plan como está, los terrenos, las capellanías legadas hace siglos, no tendrían ningún incremento de valor.
Las monjas de Zahora
En el siglo XX también hay cesiones a la iglesia y, en esta ocasión, sin contraprestación alguna. Hace más de 50 años la matriarca de la familia Castro cedió una parcela de sus tierras en Zahora al obispado para que construyera allí una iglesia que atendiera a los colonos de lo que, por entonces, no era ni por asomo el enclave turístico que es ahora. Y, efectivamente, al pie de una nueva rotonda, allí está la iglesia. Cerrada.
Hace ya casi dos años que la iglesia fue clausurada al apreciar el arquitecto una grieta, que es fácil de comprobar tras el vallado, en su fachada. Hablamos con Oliva Castro, descendiente directa de los responsables de la donación. “Todas las casas de aquí tienen grietas porque aquí se construye sobre una duna movediza y es difícil fijar los cimientos, pero cuando te sale una grieta en tu casa lo que haces es poner unas grapas. Es lo que te dicen los arquitectos. Ninguna casa se ha caído y, de hecho, la iglesia, dos años después, no se ha caído”.
Sea como fuere, los feligreses de Zahora no tienen iglesia y han de acudir a misa a El Palmar, donde a veces es el padre Gabriel Delgado, el responsable de ese proyecto de ayuda a los inmigrantes que es Tierra de Todos, quien se encarga de oficiar. La vinculación de Delgado, responsable de Inmigraciones del Obispado , con esta zona viene de lejos. Y es que en esta iglesia vivían dos monjas de la orden del Santo Ángel que realizaban (y realizan) entre otras muchas tareas la de dar clases a los inmigrantes, enseñarles a hablar y a escribir en castellano. Además, hacían tareas para una ONG que trabaja en Mali implicando a todo el pueblo en ello. En Zahora, gracias a estas dos religiosas, Mali se siente como algo muy cercano. Ellas vivían en la iglesia. Ya no.
Refiere Oliva que estas dos religiosas son muy queridas en este lugar. Ellas, bajo ningún concepto, quieren hablar para este reportaje. Entienden en el pueblo que es lo que dicta su propia orden: hacer las cosas sin que no se hable de ellas. Pero Oliva sí quiere hablar de ellas “porque han sido muy importantes para este pueblo. Han enseñado a leer y a escribir a generaciones. Llevan treinta años entre nosotros y hacen una tarea de acompañamiento a los enfermos estupenda. Lo que pasa es que de la noche a la mañana les dijeron que dejaran la iglesia. Incluso se quedaron sus muebles dentro y la televisión, el microondas... Estos enseres, en muchas ocasiones, habían sido comprados con donaciones de la gente del pueblo. Ellas fueron a hablar con el Obispado, pero se encontraron con un muro. El pueblo se puso de su lado, pero luego, con el tiempo, todo se ha ido enfriando, la iglesia se abandonó e incluso se colaba gente a hacer botellones. Ahora, al menos, le han puesto una valla”.
Según narra Oliva, las dos religiosas tuvieron que buscarse un lugar donde vivir. Consiguieron una vivienda para las dos “porque después de tantos años juntas son como hermanas. Ellas viven en esa casa pagando un alquiler pequeño, pero en julio y agosto tienen que abandonarla porque es temporada alta y, claro, el propietario tiene que sacarle ese beneficio. Ellas aprovechan para ir a ver a sus familias y para hacer retiros. Pero, ya le digo, no nos hacemos la idea de lo que sería Zahora sin ellas. Y bueno, seguimos sin iglesia, porque no parece que haya intención de abrirla. Mientras, a misa vamos a otro pueblo y la reunión de la Biblia, que es algo que se sigue haciendo, la celebramos en el aula prefabricada del colegio de Zahora”.
Gaspar, primo de Oliva, afirma que su abuela “donó el terreno de la Iglesia para uso exclusivamente religioso. Ese uso en la actualidad no es religioso, pero en los años 90 el terreno se escrituró a favor de la Iglesia Católica, por lo que es suyo. Sin embargo, con las obras de Aqualia que se están haciendo en la zona los propietarios (la familia Castro posee el terreno del camping Pino del Palmar) acudimos a Barbate para conocer cómo iban a ir las expropiaciones y los justiprecios y, para nuestra sorpresa, descubrimos que el propietario del terreno no era la Iglesia, sino una Fundación. Incluso desde el Ayuntamiento no sabían a quién dirigirse y nosotros sugerimos que fueran al párroco de Barbate, que era lo más cercano. No sé en qué quedó eso, pero si nosotros hemos cobrado un adelanto del justiprecio, supongo que sea quien sea esa Fundación también lo ha cobrado”.
Oliva tampoco sabe mucho de esto. “Mi padre quiso que se cumpliera la voluntad de mi abuela, por lo que la Iglesia se quedaría con el terreno pasara lo que pasara. Luego estaba el salón parroquial que tres de los herederos cedieron y un cuarto no quiso y le pagaron 12.000 euros por su parte”. Mira con nostalgia la iglesia cerrada mientras acaricia a su perra Meca, que nació en los vecinos Caños. “Yo he jugado aquí de pequeña cuando se construía. Esto era mucho más grande, claro. La parcela llegaba hasta donde está ahora la rotonda, por encima de estas conducciones. Esta iglesia ha visto crecer Zahora”.
La primera ermita
La siguiente etapa de esta ruta rural diocesana es uno de los dos lugares sagrados más antiguos de la provincia, junto a otra ermita de Medina. Escondida entre el follaje, en algún lugar de una pista bacheada entre Zahora y el Palomar de La Breña, están las ruinas de una ermita que podría datar del siglo V, cuando los primeros cristianos, posiblemente procedentes de Argelia, llegaron a evangelizar el sur de Europa. Aquí se encontraban las piedras fundadoras de la Iglesia, que ya no están (una fue robada, aunque se logró recuperar). El baptisterio ha sido profanado decenas de veces. Nos cuentan en Los Caños que durante un tiempo, hace unos cuantos años, unos piraos hacían aquí misas satánicas, aunque ahora lo que hay es un buda sonriente pintado en sus muros.
Lo que es propiamente la iglesia se sostiene por unos grandes anclajes que fueron colocados cuando el Obispado cedió al ayuntamiento de Barbate la ermita para que se realizara en ella una escuela taller cuya tarea sería la rehabilitación de la ermita. Duró la obra lo que duró el dinero. Lo que dio tiempo a reconstruir es una tercera construcción que, en su origen, serían las celdas de los monjes y que quince siglos después se convirtió en el lugar donde los trabajadores de la escuela taller dejaban los materiales para la obra de rehabilitación. Todo ese material desapareció, fue robado, cuando la escuela taller cerró por falta de financiación.
La Junta da a la ermita de San Ambrosio, así se llama, la categoría de Bien de Interés Cultural, por lo que, tras pararse los trabajos, impuso una multa al que fuera responsable de este abandono. Hubo litigio entre Obispado y ayuntamiento sobre quién era el merecedor de la multa. En el pleito el Obispado dijo que era el Ayuntamiento el responsable por el cierre de la escuela taller y el Ayuntamiento dijo que,en el momento en que se cerró la escuela taller la responsabilidad regresaba al Obispado. Perdió el Obispado.
Sin embargo, la multa quedaría condonada si se realizaban los trabajos de rehabilitación. Accedo a la ermita de San Ambrosio por la pequeña vereda tras la que se oculta. No hay ni una valla. Puedo pasear por todo el interior de la ermita y suponerme lo que fue, lo que podría haber resurgido y lo que se abandonó. No hay ningún signo de actividad. El buda del baptisterio me mira con esa sonrisa como burlona que le han pintado. La ermita de San Ambrosio, el lugar sagrado más antiguo de la provincia, agoniza en el olvido.
El cubo de Bolonia
Hace veinte años la pedanía de Bolonia, en Tarifa, perdió su parroquia. Se encontraba dentro del complejo de Baelo Claudia y fue expropiada por la Consejería de Cultura. A cambio de ello la Junta pagó 48.000 euros para que se construyera otro complejo parroquial en un terreno que fue cedido por el ayuntamiento. Durante todo ese tiempo los feligreses se han trasladado a escuchar misa al bar de la asociación de vecinos. Veinte años llevan así.
Por fin el Obispado, hace un par de años, se lanzó a la construcción de una iglesia sustitutoria. El problema es que no es una iglesia, sino una capilla. Y el proyecto arquitectónico no es precisamente grandioso. Más bien todo lo contrario: es un cubo. Un cubo pequeño. Hablo con un vecino que forma parte de la plataforma creada en Bolonia en protesta por el diseño y proporciones de la nueva iglesia. Da algunos datos. “El anterior complejo parroquial contaba con 202 metros cuadrados y nos lo sustituyen veinte años después por una capillita que no tiene más de treinta y tantos metros cuadrados y donde sólo caben dos bancos. El Obispado tenía para la nueva iglesia los 48.000 euros de cultura más otros 15.000 que se recaudaron en la comunidad, que pusieron los feligreses. Con ese dinero de los vecinos el Obispado pagó la licencia de obra. Además, el Cabildo de la Catedral aportó otros 60.000. Son cerca de 125.000 euros, que yo creo que algo mejor se podía hacer. A la misa semanal del bar de la asociación acudimos cada domingo unas 25 personas, pero en verano se llega a cuarenta o más. No cabemos allí. No caben ni los santos. Ya no te digo si lo que hay que celebrar es una comunión, un bautizo o una boda. Eso sería imposible. Para todas esas cosas tenemos que irnos a Facinas”.
Esta plataforma le hizo entrega al Obispado de una nota pidiéndole que reformara el proyecto, que lo ampliara ya que la parcela cedida por el Ayuntamiento era de 1.165 metros cuadrados, que qué se iba a hacer con el resto del terreno. No obtuvieron respuesta. “El compromiso era quitar la anterior iglesia para construir otra que pudiera ofrecer las mismas prestaciones”. Esto se le explicó al nuevo párroco de la zona, un joven colombiano que forma parte de los nuevos curas que han llegado a la provincia bajo el mandato de Zornoza. “El párroco fue a una reunión en Obispado y volvió con la respuesta de que esto es lo que había. Él no es de aquí, claro, se preocupa, pero está de paso”.
Más combativa fue la monja Merche, que, al igual que sus compañeras de Zahora, es muy querida por la comunidad. “Da catequesis, está pendiente de organizar las lecturas, colabora con todo y es muy responsable, muy comprometida y muy seria. Sigue trabajando por la fe”. Todo esto lo hace gratis. El Obispado le retiró su asignación, aunque le mantiene la vivienda. La monja movió todo lo que tenía que mover para lograr que la nueva iglesia fuera algo más digno, se puso al lado del pueblo, consiguieron salir en algunos medios e incluso Andalucía Directo les hizo un reportaje. Esta monja tampoco ha querido hablar para este Diario. No es fácil encontrar religiosos que hablen. El vecino recuerda que la Consejería de Cultura dio el dinero para reconstruir el templo a los propietarios, que entonces era la parroquia, los feligreses. "Ahora no tenemos ni la parroquia, ni la forma de levantarla y, a cambio, nos encontramos con el cubo”.
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