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Tortura en Chipiona

Galería del Crimen | Capítulo 25

El robo de un alijo provocó que unos sicarios llegados de Francia golpearan durante horas y tiraran a la cuneta desde una furgoneta a tres hombres, matando a uno

Ilustración del caso. / Miguel Guillén
Pedro M. Espinosa

14 de diciembre 2024 - 06:00

Cádiz/El 22 de septiembre de 2019 las playas de Cádiz se negaban a decirle adiós al verano. Las carreteras de la Costa Noroeste soportaban un tráfico denso pero dentro de lo habitual. Todo muy normal. Hasta que dejó de serlo. Porque ver como una furgoneta en marcha abre sus puertas traseras y arroja a tres hombres al asfalto en la A480, cerca de Chipiona, no es nada normal.

Los primeros en llegar para tratar de auxiliarlos comprobaron que habían sido torturados. Estaban amordazados y maniatados con cinta americana. Presentaban contusiones por todo el cuerpo y uno de ellos, Manuel, de 39 años, estaba en las últimas. Tenía una fractura craneal, su ropa estaba ensangrentada y llevaba de propina una puñalada en el costado. Falleció allí mismo, en la cuneta a la que fue arrojado sin el más mínimo escrúpulo por su vida. Los otros dos fueron hospitalizados en la UCI en estado crítico. Ambos sobrevivieron.

Cuando el Equipo de Delitos contra las Personas de la Guardia Civil de Cádiz comenzó a investigar ya intuía que en el trasunto de la historia había droga. Los tres jóvenes, residentes en Chipiona, tenían vínculos con el narco y pertenecían a una organización liderada por un histórico traficante de la provincia apodado El Conejo, con quien habían hecho más de un trabajito de playa. A pesar de todos estos indicios, con un hombre muerto de por medio y otros dos en coma, los agentes no pueden corroborar sus sospechas con la declaraciones de los afectados. No queda otra que encontrar un atajo para llegar al núcleo del caso. Y eso hacen.

Porque en el chalet de los horrores de Chipiona donde fueron retenidas las tres principales víctimas, propiedad de El Conejo, también estuvieron otros dos jóvenes que padecieron las torturas de sus captores, aunque la pareja logró huir justo antes de ser introducida en la furgoneta blanca desde donde fueron lanzados sus compañeros de fatigas. Aún magullados y con el susto en el cuerpo se ocultaron en Chipiona. Pero la Guardia Civil los encontró y los interrogó durante horas. Una larga sesión llena de interrogantes donde, poco a poco, con cuentagotas, fueron apareciendo pequeños hilos de los que ir tirando para desenredar una madeja macabra de sangre y horror.

Gracias a ellos se pudo averiguar que la historia arrancó cuando El Conejo recibió el encargo de organizar un alijo de hachís para una organización criminal afincada en Francia. Un traficante llamado Abdelá, con el que ya había trabajado anteriormente, se puso en contacto con él para descargar chocolate del moro. Para llevarlo a buen fin, como otras veces, llamó a su cuadrilla. La droga entró por la costa gaditana el lunes 16 de septiembre. Pero algo se torció.

La madrugada del día siguiente, cuando se disponían a trasladar la carga desde la guardería hasta su destino final en tres furgonetas sufrieron un vuelco por parte de unos desconocidos que simularon una acción policial para hacerse con una de ellas, en la que viajaban unos 30 fardos. Casi una tonelada de hachís. Mal asunto. Y más en los nuevos tiempos.

Porque, de un tiempo a esta parte, las reglas del narcotráfico han cambiado. Antes los españoles bajaban a Marruecos, llegaban hasta las montañas del Rif y acordaban la compra de kilos de hachís que luego se encargaban de transportar. Si se perdía por el acoso policial se entendía como parte del juego. A veces, incluso bastaba algo que se conocía como la prueba del Diario, es decir, el recorte con la noticia del alijo frustrado publicada en este medio. Los marroquíes lo aceptaban a regañadientes. Pero ahora el mecanismo del negocio se ha endurecido. Los españoles son simples distribuidores y el producto es de los marroquíes, que, por ello, incluyen en cada narcolancha gente de su confianza, una especie de notario que certifica que todo sale como tiene que salir. Los españoles cobran un dinero por cada kilo transportado, que incluso varía según el clan que se ocupa. Últimamente en Sanlúcar están tirando los precios, por eso el Bajo Guadalquivir se ha convertido en el lugar más caliente para alijar. Lo que cuesta el kilo de costo varía significativamente dependiendo del país, la calidad, el mercado y otros factores. En Europa, el precio medio puede oscilar entre 4 y 15 euros por gramo, lo que situaría un kilo entre 4.000 y 15.000 euros. No vale lo mismo un gramo en Cádiz, en Madrid, en el País Vasco o en Berlín. Cuanto más al norte se lleva la droga, más se encarece. Esto conlleva que la pérdida de un alijo de varias toneladas, o sea, de varios millones de euros, ya no se toma a la ligera. Y se paga con dinero… o, como en este caso, con sangre.

Interior de la furgoneta desde donde fueron lanzados a los cunetas los tres chipioneros, con restos de sangre.

Cuando los dueños de la droga se enteraron que la gente de Chipiona no había defendido el cargamento como esperaban enviaron desde Francia a un grupo de sicarios con dos objetivos: por un lado, tratar de recuperar lo robado; por otro, averiguar quién se fue de la boca para permitir el vuelco y darle su merecido.

El grupo violento, encabezado por Abdelá y formado por otros tres franceses de origen africano tamaño XXL y un marroquí, llega a Cádiz el sábado 21 de septiembre y se cita en Jerez con El Conejo. Desde allí se desplazan hasta el chalet que este tiene en una zona aislada de Chipiona. La vivienda está blindada con sistemas de vigilancia y cámaras de seguridad que los franceses no tardan en desconectar. Ese mismo sábado El Conejo convoca a su gente a una reunión urgente para tratar la pérdida del alijo, aunque se le olvida mencionar un pequeño detalle: que los matones llegados de más allá de los Pirineos también asistirán al baile. Los cinco fueron acudiendo a la llamada y, sin sospecharlo, se adentraron en la boca del lobo. Una boca llena de colmillos. “La descarga no se pudo hacer y Abdelá me llamó para pedirme explicaciones, culpó a mi gente de la desaparición de la droga. Abdalá me ordenó que apagara las cámaras de seguridad porque iban a venir los dueños de la droga. Ahí sentí miedo, tanto que ni se me pasó por la cabeza huir ni llamar a la Policía, si lo hacía me mataría. Me vi obligado a mentirles para que vinieran a mi casa, les tuve que decir que me encontraba mal para que vinieran a mi finca”, explicaría El Conejo en el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Cádiz.

Cuando los cinco estuvieron en la finca fueron amenazados con armas y golpeados con brutalidad. Fueron interrogados por separado. ¿Dónde están los 29 fardos de hachís? Y, ante la ausencia de respuestas convincentes, golpes y más golpes. 400 golpes, como en la película de Truffaut. Los franceses y los golpes. 

Los supervivientes contaron luego a los guardias que los sicarios eran extremadamente corpulentos, cuatro de ellos de raza negra. Estaban encapuchados y tenían no sólo pistolas sino también armas largas. Los golpearon con bates de béisbol y palos durante horas interminables.

El domingo amaneció soleado, aunque dentro del chalet la oscuridad seguía cerniéndose sobre los cinco chipioneros. A eso de las cuatro de la tarde de aquel domingo 22 de septiembre, con muchos domingueros aún sesteando antes de salir de la playa, Abdelá y sus armarios empotrados metieron violentamente a Manuel y dos de sus compañeros en la parte trasera de una furgoneta blanca modelo Ford Transit. Los otros dos lograron escapar y pudieron no sólo salvar sus vidas sino relatar que sus colegas entraron conscientes al vehículo, por lo que la Guardia Civil llegó a la conclusión de que las torturas se trasladaron del chalet al propio vehículo. Los abundantes restos de sangre que se encontraron en su interior dan una idea de la violencia extrema que los tres hombres padecieron. Sangre, y mucha, también encontraron en la madriguera de El Conejo. 

La huida

Con las tres víctimas en el asfalto, la furgoneta y un Opel Insignia con matrícula francesa emprenden una frenética huida. Un guardia civil destinado en el puesto de Chipiona, que viaja hacia Sevilla en su propio vehículo para llevar a su hijo al Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro para que realice el examen de ingreso al cuerpo, recibe la información de los vehículos implicados y comienza a seguirlos de tapadillo, aportando con su móvil información precisa de su ruta. Esto permitió establecer un dispositivo con patrullas de la Comandancia de Cádiz y Sevilla en el que también participaron agentes de la Policía Nacional y Local de la capital hispalense. En total, una veintena de vehículos pendientes de los malos. Cuando se llega a la ciudad de La Giralda se forma un pifostio de narices. Finalmente, tras una persecución de película, los agentes de la Policía Local pudieron interceptar a la furgoneta y detener al conductor en la avenida República Argentina. En su interior, además de sangre, encontraron el cuchillo con el que mataron a Manuel. Los ocupantes del Opel Insignia también fueron arrestados en el mismo operativo.

El juicio

Durante el juicio, celebrado en la Audiencia Provincial de Cádiz, el principal acusado de matar a Manuel explicó que los tres secuestrados intentaron escapar de la furgoneta pese a estar maniatados y malheridos. “Entonces cogí un cuchillo y se lo clavé a uno de ellos en el pecho, pero no pensé que iba a matarlo”, testificó, dándose la vuelta hacia el público y pidiendo perdón a la familia del fallecido, que se encontraba presente en la sala. En contra del criterio de los investigadores y del propio fiscal, el mismo autor confeso del crimen explicó que no arrojaron a las tres víctimas de la furgoneta en marcha a una cuneta, sino que las puertas del vehículo se abrieron y ellos saltaron.

Durante la vista, El Conejo también indicó que lo obligaron a conducir la furgoneta en la que introdujeron a tres de los secuestrados pero que “no vi nada de lo sucedido en la parte trasera”. Una vez que se quedó solo en la furgoneta huyó hacia Sevilla.

En diciembre de 2023, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ratificó las penas impuestas por la Audiencia Provincial de Cádiz. El responsable del asesinato cumplirá como máximo 30 años de cárcel. Los otros tres encausados condenados por propinar palizas durante horas a las víctimas en la finca en Chipiona estarán privados de libertad seis como máximo. Por su parte, El Conejo, al que encontraron cómplice de todo lo ocurrido, se enfrentará a 12 años de prisión, mientras que la persona que se encargó de trasladar a tres de los secuestrados en una furgoneta y arrojar sus cuerpos desde el vehículo en marcha para después huir estará en la cárcel 13 años y medio.

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