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Alejandría en ruinas

'Estampas egipcias'. José Maria Eça de Queirós. Trad. Martín López-Vega. Impedimenta. Madrid, 2012. 192 páginas. 18,25 euros.

Alejandría en ruinas
Ignacio F. Garmendia

01 de agosto 2012 - 05:00

Estampas egipcias. José Maria Eça de Queirós. Trad. Martín López-Vega. Impedimenta. Madrid, 2012. 192 páginas. 18,25 euros.

Asociado después al modernismo, el novísimo género de la crónica ya era practicado por los escritores de la segunda mitad del XIX y entre sus cultivadores sobresalieron quienes, además de colaborar regularmente en los diarios, tenían por oficio la diplomacia. Es el caso del gran narrador portugués José Maria Eça de Queirós, de quien en los últimos años hemos podido leer Ecos de París y Cartas de Inglaterra, dos muestras representativas (Acantilado, 2004 y 2005) de su elegante prosa de variedades. Como le confiara a su buen amigo Ramalho Ortigâo, Eça necesitaba hacer crónicas "por higiene intelectual", para que la información atesorada en sus viajes no acabara embotando sus "facultades artísticas". Sin embargo, tanto en los títulos citados como en estas Estampas egipcias (Impedimenta), el novelista deja claro que también el articulismo, cuando es ejercido con maestría, pertenece al ámbito de las bellas artes.

Traducidas por Martín López-Vega, las Estampas recogen tres series relacionadas con el milenario país del Nilo: por una parte, el relato De Alejandría a El Cairo y las crónicas dedicadas a La inauguración del Canal de Suez, escritos durante el viaje que el joven Eça hizo a Egipto en 1869; por otra, los artículos de Los ingleses en Egipto, enviados como crónicas (desde Bristol) en 1882 y más tarde incluidos en las mencionadas Cartas de Inglaterra. En ellos y con matices, el escritor se muestra todavía deudor del orientalismo pero muy crítico con los intereses y actuaciones de las potencias extranjeras, ensalza la bulliciosa humanidad de El Cairo pero lamenta la decadencia de Alejandría, la vieja ciudad de los Ptolomeos que los británicos han convertido en un montón de ruinas. La prosperidad del país era un espejismo, ha prendido la revuelta y el Imperio responde no sólo con cañones, sino con una relación de exigencias de gravosísimo o imposible cumplimiento. En apenas trece años, las pintorescas impresiones de viaje habían dejado paso a un lúcido análisis sobre la voracidad colonialista.

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