Ana Morales y el gozo de bailar sin permiso
Bienal de Flamenco de Sevilla
Tras varias residencias, el último trabajo de la intérprete y coreógrafa se presentará completo el próximo 28 de septiembre en el Teatro Lope de Vega
Sevilla/"Quiero bailar desde lo que soy en este momento". Esta declaración de intenciones, tan clara y tan llena de escollos como eso de que "tenemos que vivir en el presente", dice mucho de la trayectoria personal y artística de Ana Morales. Que sabe bailar maravillosamente es algo que ha demostrado ya con creces desde que se vino con quince años, desde su Barcelona natal, con una beca para la Compañía Andaluza de Danza (hoy Ballet Flamenco de Andalucía). Lo ha hecho bailando en compañías como las de Javier Latorre (Triana, el nombre de la rosa) Andrés Marín (Asimetrías) o Javier Barón (Meridiana) y, sobre todo, para el BFA, bajo las direcciones de José Antonio y de Rafaela Carrasco.
Fue sobre todo en los últimos años como solista del BFA, con la confianza plena de volcó en ella la directora -"que me ayudó muchísimo a madurar y a confiar en mí misma", afirma-, cuando empezó una carrera en solitario que la ha traído hasta aquí.
En el Festival de Jerez de 2010, estrenó con su nombre De sandalia a tacón para demostrar la variedad de sus conocimientos dancísticos, y con su compañía, en la Bienal de 2012, Reciclarte, un original montaje con el que intentaba encontrar un hueco en el panorama flamenco. Pero Morales, para quien el crecimiento artístico ha ido ligado siempre al crecimiento personal, dejaría pronto las influencias externas y en Los pasos perdidos, estrenado en ‘Septiembre es flamenco’ (2015), mostraba ya su plena madurez. A éste le seguiría el pasado año Una mirada lenta, un aplaudido trabajo que, además de situarla entre las más grandes bailaoras de su generación, le permitió jugar con la improvisación y le proporcionó la libertad y el poso necesarios para afrontar este Sin permiso (Canciones para el silencio), que verá la luz en la Bienal, el próximo 28 de septiembre.
El espectáculo, que ha tenido una larga y particular gestación, según la bailaora "nació hace un año y medio a partir de una necesidad mía de conocer la parte masculina de mi familia. Mi padre fue el que me llevó a amar el flamenco. De pequeña me hacía escuchar a la Paquera, a Fernanda y Bernarda, a El Cabrero…, incluso me llevaba a bailar cuando cantaba como aficionado en alguna peña local. Pero a nivel personal era un hombre muy poco comunicativo, lleno de silencios, y ahora, casi diez años después de su muerte, yo sentía que debía ahondar en esa parte masculina de mi infancia para entenderme mejor y poder seguir creciendo como persona y como artista. Gracias a una biografía escrita por un hermano suyo, hoy sé que mi padre nació en Sevilla -donde yo me he encontrado como en casa desde el momento en que llegué-, y que tuvo una infancia terrible en aquellos años duros de la posguerra. Nunca quiso volver a esta ciudad ni que hurgáramos en su pasado. Justo lo contrario de lo que yo hago ahora, sin su permiso porque eso me está haciendo bailar mucho más en la tierra, en mis raíces; y quiero bailar desde lo que soy hoy".
Por lo que ella llama un "cúmulo de casualidades", éste ha sido un proyecto destinado a desarrollarse, por etapas o residencias, en varios festivales: Londres, Jerez, Dusseldorf, Madrid y Almería (aunque en estos dos últimos no se pudo realizar la residencia por motivos económicos). Así ha ido creciendo paso a paso hasta llegar completo a la Bienal de Sevilla.
En tan singular aventura ha contado con la colaboración del actor-bailarín y director de escena Guillermo Weickert quien, además de en lo teatral, "me ha ayudado nada menos que a desbloquear una parte de mi mente, a dejarme llevar sin estar pendiente de lo que vaya a pensar el público. En Londres, también Ivan Bavcevic me ayudó a tomar conciencia dentro de la creación, a estar presente en ella", afirma Morales. A su lado están también sus colaboradores de siempre, como el bailaor David Coria, en cuyos espectáculos (Espiral o El encuentro) ha tenido siempre un espacio importante, o la iluminadora Olga García, que será la encargada de sacar de las sombras el cúmulo de emociones que componen Sin permiso…
Sobre el escenario, la bailaora ha contado con cuatro hombres (aunque no descarta todavía alguna presencia femenina) de gran personalidad: Juan José Amador (cante), Juan Antonio Suárez "Cano" (guitarra), Daniel Suárez (percusión) y José Manuel Álvarez (baile). Según Morales, "todos ellos tienen una personalidad artística arrolladora, pero además son especiales en lo personal y me permiten dialogar en libertad con cada uno, especialmente con Juan José Amador en quien, de alguna manera, encuentro a mi padre, o con el versátil bailaor José Manuel Álvarez, en el que veo reflejada mi parte masculina".
"En cualquier caso -dice la artista-, éste es un espectáculo con una estructura sencilla, en cuatro partes, muy rico musicalmente y muy flamenco ya que, aunque intento desprenderme de mis condicionamientos y expresarme libremente, no quiero transgredir nada, sólo que la gente entienda el proceso en el que me encuentro como bailaora y lo que mi baile puede aportarle al flamenco actual". Nada más y nada menos.
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