Aroma a torería
Horas antes de ese cumpleaños redondo, medio siglo de alternativa, Curro Romero repasa su historia pisando el albero de su plaza, la Maestranza
La actualidad manda. Y en la conversación con Curro Romero, plena de fogonazos sobre su vida torera, salta como un espontáneo incontrolado el tema de la Medalla de Oro a las Bellas Artes concedida a Francisco Rivera Ordóñez, todavía comentada prolijamente en los medios de comunicación y en la calle. Curro, al que se la concedieron tras Antonio Ordóñez, es explícito: "No desprecio los premios. No entro en polémicas. Para mí el premio más grande es que el público me haya esperado siempre. Ese es el mejor premio para un artista". Primera media verónica para fijar el toro en un recorrido breve, pero intenso, por su carrera.
Curro Romero (01-12-1933) comenzó su singladura como torero para evitar "fatigas". Embarca suavemente la conversación y nos traslada a la posguerra: "A los 12 años ya echaba peonás de hombre y en aquella época los toreros eran los que más dinero ganaban en España. En el campo trabajé dos años y luego lo hice en un par de farmacias. Hacía los recaos en una bicicleta, con la que luego iba a los tentaderos, para los que me orientaban amigos". En aquellos comienzos se fijó, entre otros toreros, "en la manera como toreaba con el capote Salomón Vargas, que lo hacía como Cagancho. Y luego me gustaron Ordóñez, Paula, el maestro Pepe Luis y su hijo. Claro, que tienes luego que ponerle tú tu propio sentimiento, no copiar". En esos inicios se decanta por el toreo de capa: "Me sentía más a gusto con el capote que con la muleta y me gustaba el capotillo pequeño para así torear al toro con la pancita del capote y gustarme más".
El Faraón de Camas se presentó en público en La Pañoleta el 25 de julio de 1954, alternando con Limeño. Después de actuar en media docena de novilladas sin picadores, se estrenó con caballos en Utrera el 8 de septiembre de ese año. El servicio militar, que cumplió en la Maestranza de Artillería de Sevilla, le frenó. El 26 de mayo de 1957 debutó en el coso del Baratillo, sustituyendo a Mondeño, y consiguió su primer triunfo histórico, al cuajar al novillo Radiador, de Benítez Cubero. En sus 47 temporadas en activo, 42 de ellas como matador de toros, consiguió un palmarés excepcional: cinco Puertas del Príncipe en Sevilla, seis Puertas Grandes en Madrid y media docena de corridas en solitario.
En el albero de la Maestranza escribió páginas irrepetibles para la historia. Con su inspirada caligrafía, el Faraón de Camas, el torero que más veces ha hecho el paseíllo en la plaza sevillana, triunfó en sus tres tardes en solitario: el 19 de mayo de 1966, en tarde apoteósica en la que cortó ocho orejas a un encierro de Urquijo -"aquel día fue inolvidable, con el público puesto en pie en los dos primeros toros"-; el 13 de junio de 1968, cuando consigue cuatro apéndices y el 29 de junio de 1972, fecha en la que recibe tres trofeos. Sus otras tres actuaciones en solitario tuvieron lugar en Madrid (21 de septiembre de 1967), Málaga (2 de junio de 1969) y Ronda (22 de junio de 1969).
De sus dos plazas, la Maestranza y la Monumental de Las Ventas, señala: "Sevilla es la sabiduría, el sentimiento y la que me parió como torero. Madrid, en los años 60 era una afición muy exigente, pero que respetaba al torero; no como ahora". Rememora como faenas mágicas una decena: "En Sevilla dos o tres, Jerez, Málaga, Cáceres, San Sebastián, Villacarrillo, Campo Pequeño, en Portugal". Y entre todas ellas tiene un cariño especial por la realizada al novillo Radiador, "porque de pronto nacieron curristas por todos lados".
Curro Romero desvela el elixir gracias al que mantuvo durante decenas de años una milagrosa juventud torera: "Yo he tenido siempre la ilusión de un chaval que empieza, las ganas de un novillero. Cada año que pasaba, veía que el tiempo se me iba. Yo me vaciaba con una gran ilusión y la gente me esperaba. Por eso, el tiempo pasó sin que me diera cuenta".
Durante esa carrera, en la que renació como Ave Fénix en multitud de ocasiones, cuajó varias faenas en las que los críticos hablaban de que el tiempo se paraba cuando lanceaba a la verónica. De aquellas tardes de gloria, el torero explica: "Era como si flotase. Me olvidaba de todo, del cuerpo -máxima de Juan Belmonte-, me olvidaba absolutamente de todo y me transportaba".
Y así hasta llegar al adiós sorpresivo en La Algaba, que sucedió el 22 de octubre de 2000 en un festival benéfico en un mano a mano con Morante de la Puebla, que recibió una voltereta espeluznante. "Ahí ya comprendí que era el momento de irse. Y me fui en silencio en un momento en el que Dios me iluminó. Eso sí, me fui sin que me echaran, con el respeto del público, que es lo más bonito que le puede suceder a un artista".
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