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Suspiros de Bach

Músicas contra la peste | Bach

Johann Sebastian Bach retratado por Elias Gottlob Haussmann en 1746.
Pablo J. Vayón

26 de marzo 2020 - 12:08

"Cuando escuchamos a Bach, vemos cómo Dios germina", dejó escrito Emil Cioran. Esta idea de la música de Bach como generadora de divinidad ha tenido mucho éxito. Pero no hace falta aceptarla para entender por qué Bach se ha convertido en uno de los grandes iconos de la cultura occidental. Su música, que nace de la feliz y fructífera fusión entre el gran tronco polifónico que impulsaron los flamencos desde la segunda mitad del siglo XV y la moderna armonía que desarrollaron los italianos en el XVII, resulta siempre de una casi milagrosa conjunción entre precisión matemática y emoción expresiva.

Y no hace falta recurrir a sus grandes obras religiosas ni a sus portentosos experimentos con el contrapunto. Bach puede conmovernos desde los poco más de tres minutos de un Andante escrito en un inequívoco estilo italiano, como este de la Sonata para flauta y continuo en mi menor BWV 1034. El movimiento está escrito en sol mayor y aporta a la obra (en modo menor) una luz tenue, pero maravillosa, caleidoscópica en su colorido, como filtrada por una gran vidriera de un templo gótico.

Emi Ferguson es una joven flautista nacida en Japón de padres ingleses, aunque formada en Estados Unidos, donde trabaja. Enfrentada a esta música, Ferguson la frasea con una nobleza, una elegancia y una delicadeza tales que parece que la flauta no existe, que la música germina en su interior y estalla directamente en sus labios, como si suspirara. Y estos suspiros son los que hoy lanzamos contra el bicho.

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