Una mirada desnuda al infinito
Novedades discográficas | Bach por Asier Polo
IBS Classical publica la esperada grabación de las ‘Suites para violonchelo solo’ de Bach que el bilbaíno Asier Polo registró en septiembre de 2019 en la colegiata vizcaína de Zenarruza
La ficha
BACH. CELLO SUITES
Johann Sebastian Bach (1685-1750): Suites para violonchelo solo
Nº1 en sol mayor BWV 1007
Nº2 en re menor BWV 1008
Nº3 en do mayor BWV 1009
Nº4 en mi bemol mayor BWV 1010
Nº5 en do menor BWV 1011
Nº6 en re mayor BWV 1012
Asier Polo, violonchelo (Francesco Rugieri; Cremona, 1689)
IBS Classical (2 CD)
Con motivo de su primer disco junto a la Orquesta Barroca de Sevilla (conciertos de Vivaldi, Boccherini y Haydn también para IBS), Asier Polo comentaba en entrevista exclusiva para este diario: “Las suites de Bach son un mundo aparte. Si cada grabación es un instante, un momento, con las suites de Bach no hay fin. Con la música de Bach nunca hay fin. Tienes que aprender a disfrutar el camino y a no pretender tener la versión definitiva. [...] Es una continua búsqueda de la verdad, que no se encuentra nunca”.
Compuestas durante su estancia de seis años en Cöthen (1717-1723) como maestro de capilla del príncipe Leopold, las Suites de Bach son la Biblia del violonchelo. El compositor tomó un instrumento que hasta el momento apenas había jugado papel como solista en la tradición culta occidental (sólo las obras de la escuela boloñesa de finales del XVII, incipientes aún en su técnica, y los conciertos que había empezado a dedicarle Vivaldi), menos aún en Alemania, donde la viola da gamba disfrutaba aún del aprecio generalizado de los conocedores, y lo preparó para conquistar el futuro.
Un futuro lejano, pues la primera edición de las obras no apareció en Alemania hasta 1825 y lo hizo con el significativo título de Seis sonatas o estudios para el violonchelo solo, lo cual revela la consideración que la serie tendría a lo largo de todo el XIX como música hecha para el estudio y no para el concierto. No es sino a partir del descubrimiento de estas obras por un joven violonchelista catalán en la Barcelona de principios del siglo XX que la suerte de las Suites bachianas iba a empezar a cambiar.
Ese joven era Pablo Casals y el impacto que le causaron las obra fue tal que se convertiría en el gran difusor de sus valores puramente artísticos, una difusión que tras la Segunda Guerra Mundial se apoyaría justamente en la grabación que Casals hizo de las Suites a finales de los años 30.
Desde entonces, no hay violonchelista que se precie que no se haya enfrentado alguna vez a esta colección que posiblemente fue escrita para Christian Ferdinand Abel, amigo personal del compositor, miembro de la orquesta de la corte de Cöthen y reconocido virtuoso tanto de la viola da gamba como del violonchelo. Es tal vez por eso, o quizá porque la técnica del instrumento aún no estaba suficientemente desarrollada como para afrontar los movimientos fugados que exigía la escritura de sonatas, que Bach decide escoger el género de la suite, aquel en el que la viola se expresaba con mayor comodidad.
Aunque es dudoso que las seis obras nacieran con la idea de colección unitaria (que sí tenían por ejemplo las contemporáneas Sonatas y partitas para violín solo), las obras están unificadas por su estructura: precedidas por un preludio, en las seis se suceden las cuatro danzas de la suite clásica (allemande, courante, sarabande y gigue) con una pareja de danzas variables (conocidas como galanterien) entre sarabande y gigue: son dos menuets en las Suites 1 y 2, dos bourrées en 3 y 4 y dos gavottes en 5 y 6.
Grabadas, tras Casals, por todos los grandes violonchelistas del mundo, desde hace casi medio siglo las Suites de Bach pasaron también a formar parte del universo de los instrumentos de época (la primera histórica grabación del holandés Anner Bylsma data de 1979), y hoy pueden encontrarse interpretaciones realizadas con criterios muy diferentes.
Refugiado en la colegiata de Zenarruza entre el 9 y el 13 de septiembre de 2019, Asier Polo usó su Rugieri de 1689, que, pese a la fecha de construcción, está montado como un instrumento moderno, empleando arco y cuerdas también modernos, pero su visión tiene algo de la desnudez esencial de tantas visiones historicistas. Dejemos al propio músico contarlo: “Cuando se aborda una obra de semejantes dimensiones uno se hace irremediablemente pequeño. La obra te sitúa frente al espejo, sin adornos que oculten tu verdadera vulnerabilidad como artista. Debía de ser honesto y consecuente con mi recorrido. Sabía que no podía ofrecer algo definitivo, sino que debía plasmar la fotografía de un momento, un instante de mi camino como músico en la búsqueda continua hacia algo que por su grandeza es infinito”.
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