Carmen o De la amistad
V Premio Manuel Clavero
Pintora humanista, su entrega a la obra y a su círculo de próximos es tan sincera como profunda.
En su hermoso tratado De Amicitia aconsejaba Cicerón que se antepusiese la amistad a todas las cosas humanas, pues nada existe tan conforme con la naturaleza como aquella; y añadía que es la virtud la que engendra y mantiene la amistad. Estas palabras del sabio son perfectamente aplicables a la personalidad y trayectoria de Carmen Laffón, pues sus muchas virtudes han sido fuente continua de amistades sinceras y profundas. Yo tuve la suerte, a partir de mediados de los 70, de entrar en ese selecto círculo de sus próximos. Gracias a amigos comunes, los encuentros se multiplicaron y pronto tuve la dulce satisfacción de hallar en ella a alguien con quien hablar como si fuese con uno mismo. Le contaba, por ejemplo, lo difícil que me resultaba la creación literaria, y ella me animaba a luchar contra el perfeccionismo y me advertía de los peligros de que los problemas personales se interfiriesen y anulasen todo intento creativo. Ella me descubrió nuevos mundos; me puso en contacto con grandes maestros de la pintura y la literatura, don Pepe Bergamín y Fernando Zóbel, entre otros; me enseñó a ver, a mirar, tanto a los clásicos (Murillo) como a los modernos (Rothko); pero sobre todo su mejor lección era la entrega a su obra, su constancia y disciplina, su autoexigencia; cualidades todas ellas que no han hecho más que afianzarse con los años hasta alcanzar la plenitud última.
Cuando con motivo de su retrospectiva Bodegones. Figuras y Paisajes en el Museo Reina Sofía, en 1992, me encargaron un texto para el catálogo, pensé que se me presentaba una ocasión única para entrar en ese universo tan personal, rico y coherente; y tras hablar largamente con la pintora y entrevistar a amigos pintores que conocían bien su obra, redacté Las dos orillas, texto que le gustó, especialmente el pasaje de los niños campesinos de Mudapelo, un mundo desaparecido, que ella supo plasmar sin costumbrismo alguno y con una estética muy próxima a la metafísica del sentimiento.
Otra oportunidad para estrechar los lazos de una amistad que me enriquecía cada vez más fue la realización de un sueño largamente soñado: la producción de El barbero de Sevilla para la temporada 96-97 del Teatro de la Maestranza. Fueron meses de arduo y apasionante trabajo: muchas horas de conversación para concebir un Barbero despojado de adherencias deformadoras; para potenciar la presencia de una Sevilla esencial, vista desde dentro; para devolverles a los personajes más maltratados su dignidad; para ofrecer, en fin, un Barbero no arqueologizante, sino una refinada comedia llena de vida y de belleza. Carmen se entregó en cuerpo y alma a esta labor. Ayudada por un buen equipo (J. Suárez y A. Abascal, entre otros) consiguió una escenografía de una plasticidad insuperable. De toda aquella aventura dejé testimonio en la edición del libreto.
Otra colaboración con Carmen fue la carpeta Luis Cernuda. Ocnos y otros textos, que con motivo del centenario del poeta en 2002, nos encargó la Fundación Caja Madrid. Yo hice la selección de los textos y redacté una introducción, Rincones del Sur, y ella realizó ocho litografías. En su indagación de la belleza, el poeta había conseguido fundirse con ese mítico Sur que siempre llevó dentro, y esa misma fusión fue la que la pintora plasmó admirablemente con el carbón sobre la piedra. Años más tarde, al cumplirse los 50 años de la muerte del poeta, propuse que una de esas litografías, la de la Calle del Aire, fuese la cubierta del libro A Luis Cernuda desde Sevilla, 1963-2013, que redactamos unos cuantos y publicó la Fundación Cajasol.
El último encargo que tuve fue el texto sobre La viña de Carmen Laffón, para su exposición de Silos en 2007. En él pretendí dar de ella una visión de pintura humanista. Humanismo como axiología, como escala de valores, que en ella serían: la verdad creativa, lejos de toda retórica de la corrupción; la conciencia crítica sobre su quehacer; la lucha por alcanzar la perfección, la expresión deseada, con la asunción de sus dudas, apuestas y riesgos; la entrega a la obra por encima de cualquier tentación de fama, gloria o beneficios económicos; la indagación en lo que le rodea, desde ella misma, para indagar sobre sí misma, y comunicar a los otros esos hallazgos, para que a su vez los otros se encuentren con ellos mismos. Su pintura al servicio del hombre, teniendo siempre a éste como eje.
En prueba de una ya larga y fecunda amistad, Carmen me regaló un altorrelieve en hierro y bronce hecho expresamente para el frontón de la chimenea de mi retiro en El Labrador. En agradecimiento yo le dediqué el poema Ante unos sarmientos. Oda a Carmen Laffón, que apareció en el catálogo de su exposición El paisaje y el lugar, inaugurada en el CAAC en 2014, y en 2015 en Granada.
En el De Amicitia Lelio les decía a sus interlocutores que él se había engrandecido con la amistad de Escipión. Lo mismo puedo decir yo con la de Carmen, como también, sin duda, podrán decirlo de ella otros amigos suyos.
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