Cesare Pavese, Turín bajo las bombas
La casa en la colina | Crítica
En esta novela con ecos autobiográficos se hallan los temas esenciales que gravitan sobre el gran autor italiano
La ficha
La casa en la colina. Cesare Pavese. Traducción de Carlos Clavería Laguarda. Altamarea. 176 páginas. 18,90 euros
Sobre la obra poética y narrativa de Cesare Pavese (1908-1950), nacido en el pueblo piamontés de Santo Stefano Belbo, gravita, no obstante, el peso que como legado literario tendrá su diario escrito entre 1935 (Pavese tenía 27 años) y 1950, el año en el que se suicida con ingesta de somníferos en la habitación 346 del hotel Roma de Turín, la ciudad donde vivió y que recreó en novelas como La casa en la colina. Pavese padecía insomnio agudo y es fama la nota que encontraron junto a su cadáver aquel 27 de agosto de 1950: "Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado". Es quizá su cita más famosa, junto a su "vendrá la muerte y tendrá tus ojos".
Visto al trasluz del tiempo, sorprende que en sus diarios (recogidos en El oficio de vivir), apenas haya ninguna entrada o breve apunte siquiera sobre los grandes y aciagos acontecimientos que le tocó vivir (el fascismo, la Guerra Civil española con protagonismo italiano, la Segunda Guerra Mundial, el exterminio judío, la caída de Mussolini, la invasión aliada y la huida de los alemanes). El mundo conocido de fuera se destruía con saña. En Italia tendrá su epílogo con la lucha partisana y el colgamiento, por los pies y boca abajo, de Benito Mussolini en una gasolinera de Milán. Pero Pavese, comunista a su manera (sería detenido por ello), prefería fijarse en los detalles de su mundo interior. Atendía a il mestiere de las cosas, ese término que define su literatura y su actitud ante el mundo. La vida se descifraba en una sucesión de placeres sencillos pero intensos: pasear por Turín, fumar, ver una película, una charla de café, contemplar las colinas y los nevados picachos de los Alpes alrededor de Turín, admirar el río Po, saborear el dialecto piamontés, visitar los barrios obreros.
La vida de Pavese estará marcada por el lastre amoroso. Los fracasos del corazón los padecerá con larga agonía de adolescente incurable ("No me gusta el olor a semen que no es mío"). Sus amigos dijeron de él que fue un hombre triste. Luchó contra la soledad ("Todo el problema de la vida es éste: cómo romper la propia soledad, cómo comunicarse con otros"). Italo Calvino, quien trabajó con él y con Natalia Ginzburg en la editorial Einaudi, dijo que Pavese, en el fondo, quiso dejarnos un testimonio del antiguo lado trágico de la vida humana del cual nadie escapa.
En novelas como la presente La casa en la colina o La luna y las fogatas (ambas publicadas por Altamarea), como en parte en El camarada y en El diablo entre las colinas, se aprecian los temas y los tonos que ahorman la obra toda del autor italiano. El paisaje piamontés y los recodos de Turín. El influjo ambiental del fascismo (y la inmediata posguerra). La actitud ante la inocencia y la debilidad. El reconcomio por la culpa. El amor como tormento. La lucha de clases más allá de lo social. Pavese quería fusionar, como él mismo dejó dicho, una intención primera con su opuesta. Sus novelas se sumergen en el mundo próximo, en lo cotidiano, pero a la vez deja caer sobre esa misma realidad inmediata un halo de sosiego y contemplación. Todo, cualquier detalle, adquiere como un contrapunto retardado que, en parte, había que descifrar como su otro lado consecuente y, en parte, natural.
La casa en la colina discurre en junio de 1943 y tiene bastantes apuntes autobiográficos. Los aviones aliados bombardean Turín (esos soportales tan paseados). Un profesor de ciencias llamado Corrado, acompañado de su perro Belbo (un guiño al pueblo natal de Pavese), deja por las noches el Turín oscuro y herido por las bombas y acude, primero, al refugio de las colinas en los alrededores y, después, a la hostería La Fontane, donde se reúne un grupo de antifascistas cuya suerte será dispar.
En mitad de la guerra (el desmoronamiento del fascismo trae un caos generalizado), Corrado atiende a sus cuitas personales, pero sin olvidar el entorno que descifra para sí (la gente, el colegio religioso en el que trabaja, la propia ciudad bombardeada, la naturaleza campestre por los alrededores). Corrado, muy al pavesiano modo, se reencuentra en sus idas y venidas de las colinas con Cate, con quien tuvo cierta relación amorosa unos años atrás y que ahora vive con su hijo Dino. Corrado, espejo biselado del propio autor, cree obsesivamente que es hijo suyo.
Comunista y amante atormentado
Cesare Pavese se aproximó al comunismo en aquella hora. Hay que pararse en ella para comprender qué vio en los comunistas, en el mundo obrero, en cuyo germen creyó que se estaba gestando el hombre nuevo, como “realización de una libertad intelectual concreta”. Sufrió cárcel en 1935 por conservar unas misivas de una activista comunista de la que se había enamorado y que, tras conocer su casamiento, le causará uno de sus repetidos traumas amorosos. Volver a ver a Cate, como se cuenta en La casa en la colina, causa en Corrado una extrañeza de arrepentimiento y distancia hipócrita y misógina. Era como si un roedor lo carcomiera por dentro, igual que las ratas que merodeaban por los escombros del Turín bombardeado. “En aquellos días no moría solo el otoño. En Turín, sobre un montón de escombros, vi una rata enorme a la luz del día. Tan a su aire que ni cuando me acerqué movió la cabeza ni se asustó. Estaba erguida y me miraba, ya no tenía miedo de los hombres”.
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