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Kilómetro 10 | CRÍTICA
La actual Rusia de Putin es destripada en su podredumbre en el nuevo libro del médico y escritor exiliado Maxim Ósipov
La ficha
'Kilómetro 101'. Maxim Ósipov. Traducción de Ricardo San Vicente. Libros del Asteroide. 240 páginas. 20,95 euros
Es de obligado preámbulo asociar al médico y escritor ruso Maxim Ósipov (Moscú, 1963) a Anton Chéjov, también galeno y auscultador literario de la vida rusa de provincias. De igual modo, el lector atento que viaje a la Rusia del siglo XXI de Ósipov no podrá evitar acordarse del monumental retrato que Svetlana Alexiévich trazó en El fin del Homo sovieticus. En los relatos y ensayos de Kilómetro 101 (al igual que hiciera en su anterior Piedra, papel, tijera), la mirada de Ósipov no puede ocultar el poso y el peso del pasado soviético que aún hoy, bajo el poder de su detestado Vladimir Putin, gravita sobre la mentalidad rusa.
Al poco de iniciarse la invasión de Ucrania, Ósipov optó por exiliarse en Alemania. Decimos que el autor repudia a Putin en razón de un texto, el último del volumen (Frío, vergüenza y liberación), que debiera ser de obligada lectura ahora que la guerra en Ucrania se ha convertido en un lastre noticioso por su duración (en la era de la inmediatez informativa los temas cansan cuando decae el espectáculo del impacto). El texto está basado en su propia experiencia, tras huir de Rusia recién iniciada la invasión ordenada por el impasible inquilino del Kremlin. En esta especie de J’acusse!, a Ósipov la propia Moscú le resulta una ciudad ajena, incluso enemiga. Pocas veces ha tenido uno la ocasión de leer tamaña concentración de rabia y desazón contra Putin y contra todo lo que remita al putinismo político y ambiental.
¿Por qué el título Kilómetro 101 para este libro? De nuevo, el paquidermo soviético enseña su mostrenca sombra. Durante el estalinismo, quienes cumplían condena por delitos políticos (si es que sobrevivían), tenían la obligación de vivir a menos de 101 kilómetros de las grandes ciudades. El propio bisabuelo de Ósipov sufrió esta merma de libertad. Fue así como fueron recreciendo pequeñas urbes señaladas a partir del kilómetro 101. Entre ellas Tarusa, citada como N. (claro guiño a Gógol), y que sirve de escenario a la mayoría de las piezas aquí reunidas. El propio escritor trabajó en Tarusa como cardiólogo. El paisanaje de la pequeña urbe muestra la dualidad fatídica de la Rusia de Putin y los males ingénitos que la definen. El retrato de las vidas sencillas de la gente restaña en parte la desazón. Pero la omnipresencia del alcohol lo ahoga todo en una ebriedad malsana.
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