Lo que de verdad importa
Maka | crítica
Maka lleva su gira 'Gloria Bendita' al Cabaret Festival, donde el granadino comparte sus historias sobre el amor y las segundas oportunidades
Hasta hace un par de días no sabía yo que existía el término flamencotón. Sirve para definir la mezcla del flamenco y el reguetón y lo escuché aplicado a Maka, que anoche volvió a ofrecer otro de sus triunfales conciertos, formando parte de la programación del ciclo Cabaret Festival, en las instalaciones del Centro Hípico de Mairena del Aljarafe, atestado de espectadores de todo sexo, edad y condición social. Hacía aquí Maka una parada dentro de su gira Gloria Bendita Tour y con esa canción dio comienzo todo. Pero yo no escuché reguetón por ningún lado, lo que llegaba a mis oídos era música de la que ahora se ha dado en llamar urbana, con mucha atmósfera flamenca y una voz que lanzaba al aire versos que iban entre lo naif y lo comprometido, pero que en cualquiera de los dos casos resultaban convincentes en boca de su autor, cuya biografía atestigua que él sabe de lo que habla. Él, Javier Morales Rodríguez, conocedor de las simas y cumbres del polígono de Almanjayar, donde creció, allá en Granada.
Guitarra flamenca, dos teclados, para acompañar en vivo y para disparar los sonidos pregrabados; un set de percusiones y coros, ella y él. Y Maka surgiendo en el escenario para saludar a Sevilla, la puerta grande de Andalucía, como la definió y agradeció que sus primeros pasos fuesen en la sala Fanatic, para derramar esa gloria bendita entre la multitud que le esperaba a pie de escenario y diseminados por las gradas y la amplia pradera que sirve de pista. Gloria bendita tiene que ser sentirse de esta forma, aclamado, querido, respetado, con el corazón ensanchado después de haberlo notado sollozar en una prisión sombría de Albolote. Maka lo reflejaba en otra de sus canciones, Devuélveme mi vida, para esas familias que solo quieren que le devuelvan a su hijo: siento que perdí mi tiempo, que mi vida por momentos no la valoré como debía, y aquí me ves Intentando recuperar parte de ella. Y lo hacía acompañado por miles de incondicionales, para que no le asaltase ese sentimiento del que habló en El aire, con sabor a rumba funky, segunda de sus canciones: con nada lo tengo todo. No es nada lo que tiene, es mucho en realidad; aunque él se lo tome con la budista filosofía del desapego y piense que uno no está mejor por mucho que tenga, que lo que de verdad importa es lo que le espera en su casa. Esto… esto que está viviendo… solo es un sueño más; te lo dice quien lo sabe, quien lo ha sufrido en sus carnes, aseguró en ¿Por qué?
Le cantó a la amargura del desamor en Tenerte o perderte, calmadamente, como si no le importase que sin ella ya no hubiese primavera. En El motivo, entre un mar de luces de teléfonos móviles, renació la esperanza del amor, la razón que da sentido a la tristeza, el asidero para no ahogarse en ella. El amor vivido plenamente en Vida, el amor que curó sus cicatrices -¿esas percusiones de Curando cicatrices me suenan a denbow?- y el que le sacó de las añoranzas de Mi primer amor, que también recordó esta noche. Amores como el nuestro ya no quedan, afirmó cantando en Amor ya no queda. Maka hacía reír y llorar al público, les hacía bailar brazos en alto y esconder la cara entre los hombros de su acompañante para no mostrar sus lágrimas.
El amor lo cura todo, ¿no suele decirse eso? Para Maka parece haber sido así; en El arte de vivir nos decía que ya puede dormir bien por las noches, que ya ha dejado enterrado todo lo malo por lo que pasó, por eso dejó esta canción para el final y lo celebró con un estallido de coloridos fuegos artificiales. Fue también entrañable escucharle cantar en Pa todo el año que si quieres las estrellas te las bajo, cuando mi mujer, veterana descreída como yo, ya se conforma con que le baje la tapa del váter.
Uno de los momentos álgidos de la noche llegó cuando Maka invitó al público a adivinar qué canción iba a sonar basándose en las notas de piano de su inicio. Todavía Antonio Narváez no había extraído tres de ellas de su teclado cuando todo el público del auditorio comenzó a entonar a la vez Hoy la he vuelto a ver. Eso ocurrió al inicio de la segunda parte, una vez que Maka volvió de tomarse un pequeño respiro en el backstage mientras el protagonismo en el escenario lo tomaban las falsetas de la guitarra flamenca del Lolo de la Encarna, que acompañó la fiesta que montó el dúo de coristas, Aroa Fernández y Alejandro el Gambimbas, turnándose en el afán de darle aires flamencos a estrofas de canciones de Ansara, Niña Pastori e incluso Celia Cruz. La instrumentación de suave reggae que acompañó a Maka en Capricho del destino también brilló a buena altura, tras dejar atrás La vida es hermosa, Gracias a ti y servir de recibimiento a Todo mentira, una de sus canciones más recientes, de las incluidas en el disco que da nombre a la gira.
Y recuperando canciones de los últimos cinco años hasta hoy, Dvuende, El dinero no te vale, Envidiosos, Policía y ladrón, Mi religión, Sobra lo demás, Cositas del amor y Te comía, la primera de las editadas en este año 2023, antesala del disco de Gloria bendita, fueron pasando los minutos en un Sueño despierto, al que Maka también se refirió entre ritmos sincopados. Un sueño del que Maka no quiere despertar, ni merece que lo despertemos nosotros, porque eso es Lo justo; porque como él dijo en la canción de ese título, ya está bien de aprender la vida a palos. He leído que su abuelo fue cantaó, su padre bajista, su madre batería y en su casa siempre estaba sonando la voz de Jesús de la Rosa; ¿cómo no iba a ser la música el ángel de redención de Maka? La música que arropaba la poesía callejera con la que nos contó anoche historias sobre el amor, la comunidad y las segundas oportunidades.
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