Pésima corrida de Victorino
El encierro, mal presentado, descastado y de mal juego, sentenció un esperado mano a mano · Morante de la Puebla bordó el toreo a la verónica en el quinto · El Cid no tuvo libreto para lidiar
Está claro que en este espectáculo, los toros, como materia prima, es lo fundamental. Algunos reventas hicieron su agosto en abril ante la gran expectación del mano a mano entre los dos toreros sevillanos con más partidarios del momento: José Antonio Morante de la Puebla y Manuel Jesús El Cid. Grato ambiente previo en los aledaños de la plaza antes del comienzo del paseíllo, tras el cual el público ovacionó a los dos protagonistas, que se dieron la mano como buenos compañeros. Pero pronto comenzó a respirarse la tensión en el ruedo y eso a pesar de que la corrida de Victorino, mal presentada y de pésimo juego, abortó todo intento de que el enfrentamiento acabara en éxito.
En un espectáculo en su conjunto pobre, lo más lucido fue el toreo a la verónica de Morante de la Puebla en el quinto toro -con lo difícil que es el encaste de esta ganadería para torear con la capa-. Hundiéndose en el albero, metiendo el mentón entre el pecho, cinceló paso a paso y lance a lance, varios monumentos a la verónica. Cuando llegó a la boca de riego se marcó tres verónicas y una media que hubiera firmado el mismo Belmonte. Tan sublime fue el momento, que aquel manojo de verónicas no sólo dio vida al festejo, sino que fue auténtico maná en estos tiempos de carestía de buen toreo de capa. A ese momento maravilloso, sublime, que se cerró con un arranque de pasodoble torero por parte de la Banda de Tejera, hay que unir la capacidad de El Cid para aguantar miradas de algunos de sus aviesos oponentes y el pique en quites entre los dos toreros, tanto en el cuarto como en el quinto toro.
El pequeño y manso animal que abrió plaza comenzó a envenenar la tarde. Morante cortó por lo sano tras algunas probaturas y protestas del público. El largo tercero, tras un par de verónicas bien esbozadas, desbordó al torero. El de La Puebla, tras bordar el toreo a la verónica con el quinto, se equivocó en la apertura de la faena de muleta, recortándole los viajes en ayudados por alto. Luego, fuera de cacho -un espectador se lo increpó- no llegó a asentarse ante un animal que se quedaba corto por ambos pitones. En los quites, Morante dibujó delantales estéticos y El Cid le respondió con otros, muy ajustados, y también de gran personalidad.
El Cid no tuvo buen comienzo. Perdió el engaño cuando llevaba al caballo al segundo de la tarde, vareado y protestado cuando renqueaba. Con la muleta, con apuros en un momento, al quedar descubierto por el viento, se batió el cobre ante las miradas de un animal que se revolvía tras él como una centella. Con el gazapón cuarto, voló bien el capote a la verónica, rematando con una suave media. Aquí, de nuevo surgió el pique y Morante cinceló una media verónica de excelente trazo en su quite, al que respondió El Cid con verónicas airosas. Con la pañosa, el saltereño estuvo a punto de lograr una faena de premio. Pero el toro, gazapón, sólo tragó por la izquierda en dos tandas, con el defecto de pararse tras los dos primeros muletazos. Por ello, los naturales acabaron aflorando de uno en uno y sin la emoción de la ligazón la meritoria faena no llegó a cobrar vuelo. Con el que cerró plaza, sin entrega, mirón y que buscaba el bulto, El Cid vivió la parte más agria cuando lanceaba, recibiendo un varetazo en la pierna izquierda y otro en una axila, cuando yacía en la arena. El diestro, sin amilanarse, continuó dolorido en el ruedo y pergeñó un valeroso trasteo ante un astado que se orientó por ambos pitones peligrosamente.
La corrida de Victorino, mal presentada y descastada, fue un pésimo libreto para dos toreros que apuntaron que venían a la Maestranza para un duelo que acabó en papel mojado y que se saldó al final sin trofeos.
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