Robin Williams, el hombre desenfocado

Con 'El club de los poetas muertos', 'Hook' o 'Señora Doubtfire', el actor marcó a varias generaciones.

Robin Williams, el hombre desenfocado
Robin Williams, el hombre desenfocado
Braulio Ortiz

13 de agosto 2014 - 05:00

No es casual que, entre otros muchos papeles, Robin Williams, aparecido muerto en su casa el pasado lunes, a los 63 años, interpretara al locutor de Good Morning Vietnam, un personaje volcado en la causa de levantar el ánimo de los soldados norteamericanos, o al médico Patch Adams, que utilizaba la risa como método curativo. El intérprete defendió con dignidad la idea de un cómico sin más pretensiones que entretener a los demás, aunque tampoco tuviese miedo de explorar las sombras de la condición humana en papeles más complejos. Como recordó ayer su compañero Steve Carell, se preocupó de hacer "que el mundo fuera un poco mejor", y, de paso, tuvo la virtud de dejar huella en varias generaciones: en las horas posteriores a la noticia de su fallecimiento, había quienes lloraban la pérdida del profesor John Keating de El club de los poetas muertos, ese que enseñó a un grupo de muchachos impresionables la belleza de la poesía y la importancia de aprovechar el momento, y quienes, los más jóvenes, señalaban que Williams había sido la Señora Doubtfire o incluso su Peter Pan, el que encarnó a las órdenes de Spielberg en Hook.

Williams, que obtuvo un Oscar por El indomable Will Hunting, se ganó un hueco en el corazón de los espectadores gracias a una trayectoria versátil en la que desató su ingenio y su espíritu travieso tanto como renunció a su histrionismo. Empezó con el incomprendido Popeye de Robert Altman -otra cinta que forma parte de la memoria de quienes eran niños a principios de los 80- y protagonizó El mundo según Garp, la adaptación del libro de John Irving, pero pese a ese comienzo prometedor tardaría unos años en despuntar. Las citadas Good Morning Vietnam (1987) y El club de los poetas muertos (1989) le supondrían dos candidaturas al Oscar y la consagración, un crédito que Williams afianzaría con El rey pescador. El universo delirante de Terry Gilliam y su papel de vagabundo marcado por el dolor le servían una nueva nominación a la estatuilla de la Academia y demostraban que el actor no iba a moverse únicamente por territorios previsibles.

Aunque el protagonista de Despertares era, esencialmente, un niño revoltoso que no había perdido su interés en conservar la inocencia. Tras su reivindicación de Peter Pan en Hook (1991) hizo alarde un año más tarde de sus recursos vocales portentosos para el genio del Aladdin de Disney. Williams estaba en racha y triunfó con Señora Doubtfire, en la piel de un hombre que se hacía pasar por empleada del hogar para estar cerca de sus hijos, cuya custodia había perdido tras el divorcio. Pero la estrella que parecía divertirse tanto jugando -lo haría abiertamente en Jumanji (1995)- escondía un secreto, como ese Jack (1996) que protagonizó para Coppola, un niño con una enfermedad por la que envejecía antes de tiempo y al que la muerte aguardaba con codicia. Hoy que se habla de su larga depresión, de su suicidio, de sus adicciones a la cocaína en los 70 y en los 80 y de sus posteriores problemas con el alcohol, es fácil encontrar similitudes entre el tipo real que se buscaba a sí mismo y ese inolvidable hombre desenfocado en el que se convertiría para Woody Allen en Desmontando a Harry (1997).

En los últimos lustros, Williams no encontró el material adecuado para mantenerse en la cima, aunque siguió gozando de popularidad mientras alternaba papeles serios -Insomnia, de Christopher Nolan, Retratos de una obsesión, donde era el inquietante dependiente de una tienda de revelado de fotografía, o El mayordomo- con esos productos de entretenimiento que tan bien se le daban -Noche en el museo: está pendiente de estreno la última parte-.

Ayer, las autoridades del condado de Marin revelaron que la investigación preliminar apunta que la muerte se produjo por ahorcamiento con un cinturón, pero muchos de los admiradores del actor prefirieron recordarlo vivo, como esa figura tutelar que guía a Matt Damon en El indomable Will Hunting (1998), una de sus interpretaciones más celebradas. Daba igual si el proyecto en el que se embarcaba era un drama o una comedia: lo importante es que Robin Williams quería hacer el mundo a los demás un poco más hospitalario.

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