Lo que cuenta Martín
Las aventuras de Martín | Crítica
En un delicioso ejercicio de autoficción, José Luis García Martín juega a poner por escrito lo que le dicta su ahijado de tres años, y el resultado es un libro que, aunque lo parece, no es para niños
La ficha
'Las aventuras de Martín'. José Luis García Martín. Impronta. Impronta. Gijón, 2019. 105 páginas. 13 euros
Martín tiene tres años y ya ha escrito su primer libro. Para ser exactos, lo ha relatado para que otro lo ponga negro sobre blanco. Porque no se engañen ustedes: a sus pocos años este niño ha vivido lo suyo, sobre todo por las noches, que es cuando campa a sus anchas por la casa y muchas veces se escapa a la calle para hacer cosas como salvar el mundo. El pequeño promete porque su capacidad para fabular lo convierte en un héroe a la antigua usanza, que es la única forma creíble de ser un héroe.
Como Martín no sabe escribir todavía –ni tampoco leer– sus aventuras las ha escrito un tal José Luis García Martín, a la sazón su padrino. El escritor asturiano es el depositario de esta colección de fantásticas historias. Él no ha hecho más que escuchar, trasladar al papel y ponerles los puntos y las comas. Por eso se declara "coautor" de este puñado de relatos deliciosos que nos transportan a tierras insospechadas y en los que conviven sin ninguna dificultad personajes históricos y personas de nuestro tiempo.
Las aventuras de Martín nacen del aburrimiento, pero no del aburrimiento del niño, sino del de su padrino, que sólo sabe leer y leer y que a veces se cansa de pasar el día encerrado en su biblioteca. Martín se siente comprometido con la ardua tarea de entretener al escritor y para ello le cuenta todo lo que se le pasa por la cabeza, una cabeza de tres años que ya quisieran muchos para sí.
Martín es algo dificilísimo de ser en estos tiempos que corren: un niño. Un niño, cosa asombrosa, que ve poquísimo la televisión, que se pasa las tardes jugando en un parque, que cena muy temprano, que no tiene móvil ni nada que se le parezca y que sólo llora cuando quiere conseguir algo verdaderamente importante. La imaginación es su reino y él, el rey de un universo de fantasía más real que lo que nos cuentan los telediarios.
No es éste sin embargo un libro para niños. El mismo Martín, con su inusual clarividencia, nos advierte que detesta la literatura infantil, "ese invento de pedagogos que no tienen ni idea de lo que es la literatura y, si mi apuran, tampoco de lo que es un niño". Es ésta una obra para lectores capaces de sentirse niños de nuevo, de volver a creer en la magia de la literatura, pero también de la vida. Su pequeño protagonista nos devuelve a un mundo que tal vez hace tiempo que no visitamos, un mundo en el que las tortugas son capaces de volar, el monstruo del lago Ness veranea en las playas del Cantábrico y en el que una vuelta al mundo en globo dura lo que un poeta –el padre de Martín– tarda en hilar las 17 sílabas de un haiku.
Como todos los niños, Martín sabe distinguir muy bien entre la realidad y la ficción, por más que esa ficción lo engulla constantemente, y por eso es capaz de reprochar a su padrino que se crea todo lo que le cuenta, aunque luego ande por ahí "presumiendo de ser un escéptico". Él deja muy claro que nunca miente, como le advierte a su madre: lo que él hace "se llama autoficción". Aunque tiene algunos poderes sobrenaturales –una pluma de arcángel le dio una noche la capacidad de volar–, el niño confía sobre todo en su inteligencia y en su capacidad para resolver entuertos de la manera más ocurrente posible. No hay nada que se le resista: es ayudante de Spiderman y de Sherlock Holmes, puede hablar con los animales y disfrutar como ninguno de un buen día de playa, y hasta ser el perfecto galán, un tanto taciturno, de una risueña compañera de clase.
Martín no es redicho, pese a que asegura haber leído la Divina Comedia, se pega algún que otro berrinche, se muere por las "galletitas" y está más al día de la actualidad que muchos estudiantes universitarios. Por eso no se resiste a hacer algún que otro apunte sobre la política patria e internacional, y en estos casos sus glosas son tan sutiles y afiladas como la pluma de su padrino. Tampoco evita los comentarios mordaces y sus amigos imaginarios no le van tampoco a la zaga. Entre todos se lleva la palma el gato Zasca, que vive por un tiempo en la biblioteca de García Martín "tras un montón de libros a los que no se acerca nunca" el escritor. Entre ellos figuran ejemplares de conocidos autores que el felino no se resiste a citar.
Como advierte el texto de contraportada, "pedagogos, abstenerse", porque no es éste un libro políticamente correcto, sino audaz, lúcido y divertido. Como amanuense de Martín, José Luis García Martín hace un trabajo exquisito, en el que despliega tanto corazón como inteligencia: no es nada fácil encontrar el tono exacto para darle voz literaria a un niño de tres años sin un ápice de cursilería.
Estaremos atentos a las próximas aventuras del listísimo pequeño, que parece que las habrá. Por su parte, José Luis García Martín debería andarse con cuidado. El niño apunta alto como fabulador fuera de serie y no estaría bien que, después de tanto escrito, el autor asturiano pasara a la posteridad como el padrino de Martín.
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